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Reportaje:ESTILO DE VIDA

A su medida

En apenas diez años, y casi de la nada, Consuelo Castiglioni ha creado Marni, una marca personal e independiente. Diseño realista y fantasioso a la vez que cautiva a mujeres que huyen de los tópicos. Como ella.

Eugenia de la Torriente

"Son mujeres independientes. Se compran lo que les gusta y les hace sentir bien, no lo que le va a gustar a su pareja o a su círculo social. Se visten para ellas, no para los demás. Buscan algo que las sorprenda, y por eso vienen a Marni, una marca personal, que no juega a epatar". Así define Consuelo Castiglioni a sus clientas, a aquellas mujeres que comulgan con una particular filosofía estética cuya fórmula toma dos raciones de bohemia, una de intelectualidad y otra de coquetería, y las emulsiona con abundante vitalidad.

Muchas de esas mujeres, con vestidos de elaborados estampados, primaverales abrigos amplios ajustados por un cinturón y sandalias de referencias difusas entre lo pop y lo étnico, se reunieron el pasado día 6 de abril en una calle madrileña de nombre particular y ubicación curiosa. Gurtubay está levemente escondida tras la imponencia del Madrid de los Austrias. Céntrica, pero no expuesta. Allí ha abierto Marni, la firma de Castiglioni, su primera tienda en España. "Encontrar el lugar idóneo es siempre lo más importante para nosotros. No nos gusta estar en la primera línea comercial, sino ser algo un poco más secreto. Estar bien situados, pero ser descubiertos".

"Marni no es una marca dictatorial, sino una dialogante y respetuosa con sus clientas"
"Nosotros no imponemos nunca nada. Por eso, ni siquiera hacemos anuncios"
"No queremos decirle a la gente cómo tiene que llevar nuestra ropa"

Sentada en el probador de la tienda, horas antes de que se celebre el cóctel de inauguración, a los cuarenta y tantos, Castiglioni es la versión carnal, tangible, de su marca. Menuda, discreta, sonriente y dulce. Una mujer sutil y elegante que no teme arriesgarse con ciertas concesiones al pensamiento mágico, a la ingenuidad y a lo llamativo. Una de las pocas mujeres diseñadoras del mundo que modelan su firma a su completo gusto. Con total libertad. Mirando tan cerca como a sí misma en búsqueda de respuestas. "Siempre diseño cosas que me gustan a mí y que yo llevaría. No tengo una musa. Si he de pensar en alguien, pienso en mí y en mi criterio. En este sentido, es una firma muy personal".

Cuesta creer que, hace poco más de diez años, esta marca, con tiendas en 14 países y un estilo tan sólido que resiste las embestidas de tendencias y moda, no existía. Y que Consuelo ni siquiera había pensado nunca en diseñar. Su marido, Gianni, era propietario de CiwiFurs, una fábrica peletera fundada por su padre que realizaba piezas para todos los grandes del diseño italiano: de Prada a Fendi. En 1994, con la piel en su momento menos popular y las ventas cayendo, se les ocurrió invertir un poco los términos. No sólo producir para otros, sino tomar la iniciativa y promover un uso distinto de la piel. Marni nació como una marca muy pequeña. Más bien algunas decenas de piezas sueltas que Consuelo creaba con instinto, buen gusto (siempre admiró a Yves Saint Laurent y Yohji Yamamoto) y olfato para lo que querrían llevar las mujeres. Mujeres como ella. "En los inicios quisimos trabajar la piel de una forma distinta a lo que se estaba haciendo en aquel momento. Más suave, menos ostentosa, más moderna… Elegante, práctica, natural y femenina. La experiencia de Gianni sirvió, pero hubo que aprender a hacer un montón de cosas: ropa, zapatos, bolsos, complementos… En cada colección hemos ido incorporando algo nuevo. Pero hemos ido creciendo poco a poco".

La evolución fue lo suficientemente rápida como para hacerse un hueco en el exigente mercado italiano y erigirse en el emblema de una nueva elegancia: más relajada, más natural… Sin jugar la carta de la exhibición o la provocación. Aunque, eso sí, con algunos puntos de partida casi revolucionarios. No a las campañas de publicidad. Y no a los exagerados cambios de rumbo cada seis meses. "El objetivo es que puedas mezclar las piezas de las distintas colecciones. Incluso de las primeras con las actuales. Cada una construye sobre la anterior, sin negarla. No hay una oposición, un cambio brusco entre una temporada y otra, sino que las ideas fluyen y evolucionan. No se contradicen. La ropa no tiene que estar pensada para durar sólo seis meses, una pieza bella puede acompañarte durante mucho más tiempo". Diseños sin fecha de caducidad y que no juegan al escondite tomando una identidad y justo la contraria seis meses después. Diseños que, uno tras otro, construyen una estética.

"Marni no es una marca dictatorial, sino una respetuosa y dialogante con sus clientas. Eso era algo que tuvimos claro desde el principio. Nosotros no imponemos nada. Por eso, ni siquiera hacemos anuncios. No queremos decirle a la gente cómo tiene que llevar nuestra ropa. Creo que nuestro cliente lo aprecia. De alguna forma, eso le da una menor exposición al producto. Y hace que la gente tenga que descubrirlo", razona Consuelo. Una firma de lujo sin anuncios, con tiendas que hay que empeñarse en descubrir, que genera genuinas fidelidades y que es, en gran parte, responsable del modelo femenino contemporáneo. A pesar de ser una marca joven en la competitiva arena milanesa, a finales de los noventa, Marni se convirtió en la etiqueta del momento. Sus estampados, coloristas e ingenuos, se copiaban por todas partes. Sus soluciones de estilismo y sus juegos de volúmenes creaban escuela. La marca que huía de las tendencias se convirtió, paradójicamente, en una tendencia. "Al principio, el hecho de que nuestro estilo se popularizara nos pareció interesante, era como si nuestro mensaje conectara a gran escala, pero luego supuso una cierta dificultad porque nos obligó a cambiar para no parecernos a todos los demás. Pero sin perder nuestra esencia. Eso nos llevó a investigar y trabajar con tejidos nuevos e inusuales, combinaciones atípicas… Y ha sido finalmente también algo bueno e interesante para nosotros", razona Consuelo con su voz suave.

A su lado está Gianni, su marido y su socio. Salpica la conversación con sus intervenciones y deja entrever que esta pareja replica el tándem de idealismo y creatividad (ella) y pragmatismo (él). Pero también se nota que en esta pareja, que se rodea de españoles en sus veraneos en Formentera, la dialéctica de arte y negocio es mucho más fluida que en otros célebres matrimonios de la moda, léase Miuccia Prada y Patrizio Bertelli. No es la única coincidencia que aparece con la heredera del imperio Prada. Dos mujeres italianas creando para mujeres y construyendo un discurso personalísimo, deliberadamente ajeno a la rueda de lo establecido y a los caminos más transitados. Consuelo rechaza sentirse cercana a Miuccia y, de hecho, enfatiza el aspecto que más las aleja. Si alguien se distingue por cambiar de registro radicalmente cada seis meses, ésa es Miuccia Prada. "En realidad no tengo mucha relación con otros diseñadores", termina Castiglioni. "Tampoco salgo mucho, llevamos una vida ajena al mundo de la moda. Discreta". "No nos gusta estar todo el día en los medios", añade Gianni. "Nuestra filosofía es que los productos hablen por sí mismos, sin hacer demasiado ruido".

La apertura de su primera tienda, en Londres en 2000, fue uno de los puntos de inflexión en la joven vida de la marca. Un espacio sorprendente y original, presidido por una suerte de árbol de metal, cuyas onduladas ramas funcionan como percheros, líneas envolventes, firmado por el estudio británico Sybarite. "Sabíamos muy bien lo que no queríamos", recuerda Consuelo. "No queríamos tiendas frías y distantes. No queríamos fotocopias. Queríamos espacios en los que pudieras apreciar los tejidos, tocar las prendas, moverte entre ellas. Y desarrollamos un diseño que no es férreo, que cambia en cada ciudad, pero que tiene una unidad en su personalidad. Que permite una relación más íntima y cercana con la ropa". La importancia de esa primera tienda londinense no reside únicamente en su llamativo interiorismo. Esa tienda, además, obligó a organizar más y mejor lo que hasta entonces era un proyecto algo más improvisado. A pensar en los complementos. En la ropa para niños. En la incorporación constante de novedades. Fue entonces cuando se gestó un modelo vertical gracias al cual la familia produce todo aquello que lleva su marca. Sin licencias. "Todo el producto de Marni es nuestro", confirma Gianni. "Eso es fundamental porque nos permite controlar la calidad y los precios. Si consigues llegar al mercado con un buen producto, de buena calidad, y a un precio justo, fidelizas a los consumidores. Y para hacer eso tienes que tener una buena organización, fábricas propias y un control férreo".

Control, discreción… algunos de los términos que más se repiten al hablar sobre Marni podrían llamar a engaño. Podría pensarse en una estética excesivamente contenida. Aburrida. Pero el acierto del estilo de Marni es que incorpora, en dosis justas y nunca totalmente previsibles, quiebros coloristas, llamativos y excéntricos. Sin caer jamás en el disfraz o lo teatral. Eclécticos, se definen ellos con orgullo. Lo cierto es que si algo no es Marni, es una marca aburrida. Lo demuestra, por ejemplo, su calado entre las más jóvenes actrices indies de Hollywood. Hace algo más de un año, en la inauguración de la tienda de Los Ángeles, Maggie Gyllenhaal, Mena Suvari, Brittany Murphy o Claire Danes cantaban las excelencias de la marca a quien quisiera oírlas. Y una alineación no menos rutilante (Helena Christensen, Linda Evangelista, Mario Testino o Shalom Harlow) se reunió en casa de Jacqueline Schnabel para dar la bienvenida privada a Consuelo en una de sus raras visitas a Nueva York, a principios de mayo.

Aunque el verdadero éxito del mensaje de Marni es que seduce por igual a las starlets del nuevo Hollywood y a una mujer oriental que siente su depuración formal como algo cercano a su sensibilidad cultural. "Es cierto que el nuestro es un producto muy apreciado por la mujer oriental y que allí caló muy rápido", reconoce Gianni. "Pero creo que parte del éxito reside en que hemos sido fieles a nuestra filosofía. No creemos en lanzar productos a medida de cada mercado, sino en mantener una coherencia. No tiene sentido ir a Japón a hacer un producto japonés. Eso ya existe".

Mientras la tienda de Madrid se acicala para recibir a los invitados de la inauguración, la pareja mira ya más lejos. El futuro, probablemente, pasará por un perfume, por ampliar la incipiente colección masculina (lo que sin duda es un reto para una marca de esencia tan visceralmente femenina) y por una expansión moderada. Sin exagerar. "En Europa sentimos que ya tenemos suficiente presencia. Puede ser que se abra otra tienda, pero sin prisas. La nuestra es una expansión natural, en la que no está todo planificado. Tienen que aparecer las oportunidades adecuadas".

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