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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Mamá y mamá

La familia cambia con rapidez. Del modelo tradicional -extensa, patriarcal y autoritaria- se pasa a la diversidad de opciones de convivencia. La constituida por mujeres lesbianas se hace cada vez más frecuente. En ellas no hay mamá y papá, sino mamá y mamá.

Milagros Pérez Oliva

Para una mujer fértil, quedarse embarazada no es un problema. Tiene múltiples formas de conseguirlo. Pero formar una familia con otra mujer implica mucho más que tener un hijo. Durante muchos años, las mujeres lesbianas se han visto abocadas a ahogar su deseo de maternidad o a ejercerlo bajo el manto vergonzante de la madre soltera. Con todo, muchas se han atrevido a transgredir las convenciones y han formado familias lesbianas que ahora pueden salir del armario al amparo de una ley que les reconoce todos los derechos. Algunas tienen hijos que aportan de relaciones anteriores, otras han acudido al banco de semen y otras a la adopción, pero todas tienen en común un factor diferencial: la necesidad de normalizar su situación y ser aceptadas por la sociedad.

Dalien y Joke saben que han de dotar a su hijo de referentes masculinos, y se los procuran
Diana Guerra aconseja decirles la verdad desde muy pequeños y no escamotear la información
No son familias aisladas. Al contrario, cuentan con una red social de parientes y amigos

Dalien Prins y Joke Beepers forman una de estas familias. Son holandesas y viven con sus hijos, Inés y Félix, en un bucólico paraje, cerca del lago de Banyoles (Girona), al que se accede por una carretera estrecha y muy poco transitada. Su casa es una antigua masía que Dalien compró y un amigo arquitecto rehabilitó respetando la estructura de piedra vista, pero con una transgresión fundamental: que entrara luz por todas partes. La casa se asienta sobre una suave colina rodeada de césped. Al fondo, en un prado vallado, un caballo pasta apaciblemente. Es el caballo con el que Inés soñaba cuando vivía en Holanda.

Dalien y Joke forman pareja desde 1981, de modo que el año pasado celebraron, con un viaje a Granada, sus 25 años juntas. Se conocieron en el hospital donde trabajaban como enfermeras cuando tenían 23 años. No se habían planteado tener hijos, pero cuando Dalien tenía 32 años le diagnosticaron un cáncer de ovario, y como había riesgo de que pasara al otro, el médico le preguntó si quería ser madre, pues, si no era así, no tenía sentido conservarlo. "Decidí no correr riesgos, pero entonces me vino un fuerte deseo de maternidad. Así que le propuse a Joke que lo tuviera ella".

Padre conocido

Pensaron en la posibilidad de acudir a un banco de semen, pero creyeron que era mejor que su hijo tuviera padre conocido. Muchas parejas lesbianas toman esta opción por la misma razón. Un matrimonio amigo que ya tenía hijos mayores se ofreció para que Joke pudiera inseminarse con semen del marido. Pactaron las condiciones y el año 1992 nació Inés. "Fue muy bien y estamos muy agradecidas por este gesto de amistad", recuerda Joke. Pero con el segundo hijo decidieron no repetir la experiencia. ¿Por qué? "Incluso cuando hay tanta amistad surgen roces. Inés tenía una buena relación con su padre, y nosotras, también; pero fue inevitable que la otra pareja quisiera interferir en su educación. Ejercía una cierta tutela, de modo que cuando Inés cumplió tres años y decidimos darle un hermano, fuimos a un banco de semen y nos acogimos a una modalidad de inseminación en la que el niño, de mayor, puede conocer su filiación", explican. Un cambio legal permitió hace cinco años que Dalien adoptara a los dos hijos.

"Hemos planeado siempre los temas de la forma más abierta posible", explica Joke. "Si ellos ven que somos diferentes y que lo valoramos como algo positivo, les ayudará a ser valientes, a ser ellos mismos sin miedos". Consideran que es bueno que conozcan a otros niños en la misma situación para que vean que no son los únicos, pero también han de saber que su familia no es convencional. Y han de poder administrar tanto la información como los silencios. "No siempre tienen ganas de explicar si tienen o no tienen padre y dónde está", dice. Dalien duda un momento cuando se le pregunta en qué se diferencia una pareja formada por dos mujeres. Mira a Joke y sonríe. Se adivina una gran complicidad entre ellas: "Bueno, la relación de mujeres tiene una intensidad emocional muy alta, mientras que la relación de hombre y mujer puede ser más racional, aunque a veces también menos profunda. Y en la pareja heterosexual, la mujer tiene en las amigas un elemento de descompresión, cosa que en nuestro caso es más difícil".

Son conscientes de que uno de los riesgos que corren es recluirse en un mundo de relaciones confortables formado por lesbianas. El precio sería un cierto enclaustramiento, también de los hijos. "Tenemos claro que somos muchas más cosas que madres lesbianas", afirma Dalien. "Pero tenemos necesidad de relacionarnos con parejas que están en la misma situación porque reconforta estar en un ambiente en que tu diferencia es normal y tiene valor. En cualquier caso, relacionarte con otras lesbianas ha de ser una ayuda para reforzarte en tu elección, nunca una limitación". En el medio rural en que Dalien y Joke viven desde hace cuatro años, abrirse a otras relaciones es más difícil que en una gran ciudad. El colegio es un buen medio para hacerlo, pero no todos han trabajado la diversidad familiar. "Se tiende a la normalización de lo que es más frecuente", dice Joke, "y eso puede ser opresivo para los que somos diferentes".

Inés no lo ha vivido de forma conflictiva. Félix, en cambio, tiene alguna dificultad. Es un niño muy especial, con un trastorno parecido al autismo que necesita estructuras sólidas y univalentes. Ahora tiene nueve años y está en una edad en la que precisa referentes masculinos. A veces le dice a Dalien: "Tú eres mi padre", y choca su mano con fuerza, como hacen los hombres. Dalien y Joke saben que han de facilitarle referentes masculinos, y procuran que los tenga.

"Los niños tienen más demanda de figura masculina que las niñas no por una cuestión patológica, sino por una cuestión de identidad sexual. Pero esa figura no tiene por qué ser necesariamente la de un padre. Pueden ser los abuelos, los amigos, los tíos. Las familias lesbianas suelen tener círculos muy aptos para construir lazos y redes de soporte", explica Diana Guerra. Ella tiene una amplia experiencia como psicóloga clínica y durante mucho tiempo ha realizado las evaluaciones psicológicas que el Instituto Dexeus de Barcelona exige a las mujeres que se someten a reproducción asistida. "Confieso que muchas veces me he quitado el sombrero ante las parejas lesbianas", sostiene con rotundidad. "Son las parejas más concienciadas, las que tienen más elaborado su deseo de maternidad". De una muestra de 600 mujeres solas que han solicitado inseminación en este centro, sólo el 15% son lesbianas. "Recibimos entre cinco y seis solicitudes al mes, algunas de parejas extranjeras", precisa.

Orgullo y diferencia

Durante los debates sobre la ley que permite el matrimonio a las parejas homosexuales se dijo que el hecho de crecer en estas familias podría tener efectos perniciosos sobre el desarrollo de los niños. Incluso sobre su identidad sexual. Diversos estudios realizados en los años noventa en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Suecia o Bélgica coinciden en sus conclusiones: no se han observado diferencias apreciables entre los niños crecidos en familias homoparentales y los niños educados por progenitores heterosexuales. No hay diferencias en el desarrollo intelectual o emocional ni en la identidad y orientación sexual. Y tampoco en el rendimiento escolar o las relaciones sociales.

Tampoco las hay en España. María del Mar González, profesora de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla, ha dirigido el único estudio realizado en nuestro país sobre el desarrollo infantil y adolescente en familias homoparentales, publicado en el año 2002 por encargo de la Junta de Andalucía y la Oficina del Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid. "La mayor parte de los problemas de las parejas lesbianas son comunes a cualquier familia, pero hay aspectos diferenciales que no se pueden obviar porque si se ignoran no se les da a los niños las herramientas que necesitarán para relacionarse con los demás. Las madres lesbianas han de abordar abiertamente ese hecho diferencial con sus hijos, transmitirles el orgullo y la satisfacción de vivir ese amor; pero, al mismo tiempo, dotarles de estrategias de defensa", explica.

Una de las madres que participaron en el estudio tuvo que matricular a su hijo en un colegio religioso concertado. "Mira, Luis, las lesbianas somos personas normales, pero no le gustamos a todo el mundo. Puede que en el colegio te encuentres a alguien que no nos acepte", le dijo. La verdad es que eso ocurre muchísimo menos de lo que las madres lesbianas temen. De hecho, María del Mar González se ha sorprendido del alto nivel de tolerancia que en pocos años se ha instaurado en la sociedad española. "Lo hemos visto en el estudio que hacemos en jóvenes y adolescentes", relata. "Todos nos dicen que han vivido su infancia con mucha normalidad. Sólo si insistes acaban recordando alguna anécdota". Como ésta: "Tu madre es bollera", le dijo una compañera a una chica de 14 años con la que obviamente no se llevaba bien. "Mi madre es lesbiana y feliz. ¿Puedes decir tú lo mismo de la tuya?", le respondió ella.

Diana Guerra aconseja siempre decirles la verdad a los hijos desde muy pequeños y no escamotear la información, aunque ésta debe darse a demanda y en la forma adecuada a la edad. En el caso de la fecundación con semen de donante, una forma de decirlo es: "Tú estás aquí porque hubo un papá generoso que regaló la semilla para que pudiéramos formar esta familia". Cuanto más asumida tengan su realidad, mejor se defenderán de posibles incomprensiones. Porque cuando un niño o un adolescente explican que en su familia no hay un padre y una madre, sino dos madres, la principal dificultad es de comprensión, de hacer casar esa información con la idea tradicional de familia. De hecho, incluso personas abiertas e informadas escudriñan con disimulo en la forma de vestir o de comportarse para tratar de adivinar cuál de ellas hace de madre y cuál de padre. Ignoran que muy pocas adoptan roles definidos de mujer o de hombre. En el estudio de María del Mar González, sólo un 20% de los homosexuales entrevistados, que son en su mayoría lesbianas, adoptan un rol sexual definido (el 5% masculino y el 15% femenino). El restante 80% tiene un perfil androgénico, con rasgos tanto del rol tradicional masculino (decisión, autonomía o asertividad) como del femenino (empatía, sensibilidad y sociabilidad).

Lo que cuesta 'salir del armario'

Toda la pared lateral del espacioso salón es un enorme collage con fotos y dibujos de los tres hijos de Elisabet Vendrell y Dolors Chavarría: el mayor, Miquel, tiene ahora 11 años; Marlèn, ocho, y el pequeño, Josep, tres. Es una pareja que ha sorteado todas las pruebas imaginables porque están juntas desde hace 20 años. Elisabet es profesora de universidad y Dolors trabaja en la Dirección General de Infancia de la Generalitat de Cataluña. Se conocieron cuando Elisabet tenía 20 y Dolors 23, de manera que para ellas, antes de su relación, prácticamente sólo recuerdan infancia.

Tuvieron su primera relación lésbica cuando ni siquiera sabían qué quiere decir la palabra lesbiana. Rápidamente vieron que aquello era amor, y al cabo de un año vivían juntas; pero nadie se escandalizó, porque ¿qué más normal que dos amigas muy amigas de fuera de Barcelona busquen piso juntas en la ciudad? En ese momento, ni se les pasó por la cabeza tener hijos. "La presión social es tan fuerte que tú misma interiorizas que ser lesbiana implica renunciar a formar una familia", recuerda Elisabet. "Nosotras somos creyentes, y nuestro primer contacto con ambientes homosexuales fue a través del grupo Gais Cristians/nes de Catalunya. Nos reuníamos un par de veces por semana para rezar y organizar salidas, cenas, eucaristías y todo tipo de actividades", recuerdan.

Llevaban ocho años viviendo juntas cuando decidieron abrir un poquito la puerta del armario: lo contaron a los hermanos, pero su relación continuó semioculta bajo un manto de silencio. Aunque disfrutaban de una vida de pareja plena, tenían la sensación de que les faltaba algo importante, hasta que un día se atrevieron a verbalizar un deseo que hasta entonces permanecía soterrado. Pensaron que cuando tuvieran 50 años y estuvieran solas, nadie les agradecería haber renunciado a tener hijos por no dañar la imagen de la familia. Ya tenían 33 y 30 años, y el reloj biológico comenzaba a sonar. Pero tener hijos implicaba salir del armario completamente. "No podíamos permitir que fueran ellos los que nos abrieran el camino", recuerda Dolors. Entonces se llevaron la primera de las sorpresas: algunas de las hermanas, que en principio no se habían mostrado hostiles a su relación, reaccionaron esta vez con virulencia: "¿Quiénes sois vosotras para hacerle eso a unos niños, para condenarles a la marginación? Pensad qué ocurrirá cuando ningún niño de la clase quiera convidarles a la fiesta de cumpleaños". La frase se les clavó como un aguijón, hasta el punto de que cuando Miquel, mucho tiempo después, fue convidado a la primera fiesta de cumpleaños, el alivio que sintió Elisabet le hizo caer en la cuenta de cuánta mella había hecho en su subconsciente aquella admonición. En realidad, el rechazo a que tuvieran hijos no era sólo por lo que pudieran sufrir los niños, sino porque la presencia de niños obligaba a proclamar a los cuatro vientos algo que hasta entonces no había ido más allá del susurro familiar.

Familia numerosa

Decidieron que irían a por todas: una solicitaría una adopción internacional y la otra intentaría una inseminación artificial con semen de donante. En Nicaragua les dieron a Miquel, un niño de dos años y medio dulce como la miel. Cuando volvieron a su casa, en Barcelona, se cerraron alrededor de su niño como una almeja orgullosa protege a su perla. "Suerte que los amigos no te abandonan, porque para nosotras no existía nada más que nuestro hijo", recuerda Elisabet. Al adoptar a Miquel habían dejado una nueva solicitud. Dos años más tarde llegó Marlèn, también de dos años, una niña preciosa que trajo a casa la revolución permanente. "Nos ha dado mucha caña", reconoce Dolors. Querían un tercer hijo, pero la inseminación artificial no daba resultado. Les quedaba la opción de la fecundación in vitro, pero eso significaba riesgo de gemelos. Cuatro serían demasiados. Esta vez querían un bebé-bebé y fueron a buscarlo a Marruecos. Josep tenía apenas dos meses cuando llegó a casa.

Cuando vamos a recogerle al colegio Pau Vila, en plena falda de Montjuïc, Josep pasa de los brazos de Elisabet a los de Dolors y las abraza mimoso. Es un niño alegre y vivaracho que pronto cumplirá tres años. A una la llama mamá, y a la otra, mare. Ellas se han implicado mucho en la escuela de sus hijos. "Siempre hemos ido con la verdad por delante", dicen. Y se sienten muy bien acogidas. Pese a las reticencias iniciales, también la familia acogió a los niños con la mayor normalidad. Sin embargo, siempre queda alguna reserva. Cuando se aprobó la ley que permite el matrimonio homosexual, Elisabet y Dolors decidieron hacer una boda con convite, regalos y un ritual civil en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona, que ofició la teniente de alcalde Imma Mayol. Incluso en la familia más cercana hubo quien se sintió incómodo con la invitación, y algunos parientes, ni asistieron, ni se excusaron. Ellas habían salido del armario, pero a la familia le costaba más. Lo cual confirma la importancia de que la ley que legalizó las uniones homosexuales consagre el derecho al matrimonio convencional y no a una forma especial de unión. "Una cosa es que te toleren y otra que te acepten. Con el matrimonio estamos en plano de igualdad", dice Dolors. Con la nueva ley han visto cumplidas unas aspiraciones muy sentidas. Por esta razón tienen al presidente Rodríguez Zapatero en un altar.

La importancia del ritual

La boda es una declaración pública de amor y una afirmación de normalidad. Así lo entendieron también Montse Gutiérrez Lapi y Maritxell Muñoz. Era una mañana de marzo y la ceremonia se celebraba en la sede del distrito de Ciutat Vella, en Barcelona. Montse llegó del brazo de su hijo Dani, de 15 años. Las dos vestían un traje de época idéntico, pero en diferente color, con falda de cola y chaqueta corpiño, al estilo de las pioneras del Lejano Oeste, y cada una con su ramo de flores. Montse era tan feliz y tenía una alegría llorona tan contagiosa que acabó arrancando lágrimas a todos los invitados. Hubo discursos y cada una tuvo quien le llevara a casa el ramo con un verso. Al final de la ceremonia hubo arroz y fotografías en la escalinata. Pronto se hizo un grupito de observadores. "Si son dos señoras", decía una mujer mayor a su marido. "Sí, es una bollera", decía Montse, con una punta de desafío muy propia de quien ha luchando muchos años por su derecho a la diferencia. Pero al instante fue la propia Montse la que abrió los ojos como platos. Sobre la escalinata acababa de irrumpir la siguiente boda y su correspondiente lluvia de arroz. Eran sólo cuatro: los novios (dos chicos) y los testigos (otros dos). El que iba de novia se agitaba nervioso para la foto. Pese a la desapacible mañana, llevaba un vestido de gasa transparente tan mínimo que a cada movimiento quedaba al descubierto un llamativo y provocativo tanga. "¿Será posible? ¿Será posible?", exclamaba una escandalizada Montse. "Tolerancia, Montse, tolerancia", le decían, divertidas, sus amigas. Lo cual demuestra que el concepto de normalidad es siempre muy relativo.

Al modo de Almodóvar

No era la primera vez que Montse daba fe pública de su amor. Ella y su anterior pareja, Violant, fueron las primeras lesbianas que se inscribieron en un registro de parejas de hecho, en el Ayuntamiento de Badalona, y su historia demuestra que, en caso de ruptura, las parejas de lesbianas están sometidas a las mismas tensiones y conflictos que las heterosexuales. Regentaban juntas el bar del Casal Lambda. Montse aportó a la pareja el hijo de siete años que había tenido de una relación heterosexual anterior, y durante los seis años que estuvieron juntas, ambas cuidaron del niño, aunque Montse siempre tuvo muy claro que la madre de Dani era ella. "Mi hijo siempre ha sido mi mochila", dice.

Después de una ruptura conflictiva, la relación con el niño no podía dejar de resentirse. Violant lamenta no poder verle. Montse asegura que es el niño quien no quiere. Cualquier abogado especializado en derecho matrimonial reconocería como muy normal el tipo de reproches que se intercambian. Y cualquier madre separada encontraría también muy normal el sentimiento que tuvo Montse cuando, hace dos años, su hijo le dijo de repente que quería irse a vivir con el padre, en Francia. Había roto con Violant en mayo, y en diciembre su hijo quería irse con el padre. "Ahora veo claro que he de dejar que el niño eche a volar; pero en aquel momento, la sensación de pérdida, vacío, abandono y traición era tan poderosa que me hundí", recuerda.

También Violant echa de menos a Dani. "Es un niño muy abierto, y para mí era como si fuera mi hijo; pero no tenía ningún derecho sobre él y ahora no puedo reclamar verle". Violant está muy contenta con la ley de matrimonios homosexuales porque resuelve este problema: "Esta ley regulariza las relaciones, y eso es muy importante para la estabilidad emocional de los niños", sostiene.

Tatuadas y con piercings, Montse y Meritxell adoran las películas de Pedro Almodóvar, y la historia de sus respectivas rupturas sentimentales bien daría para un guión almodovariano, incluida la entrañable figura de la madrina de boda, Alejandra Chacón, la mejor amiga de Montse, que es novillera y ha toreado en la Monumental. Montse tiene 37 años y se supone que ha seducido a la dulce Meritxell, de 30, por lo que algunas de sus antiguas amistades les han dado la espalda; pero ellas están tan seguras de su relación que llevan casi dos años juntas y están casadas. Montse es expansiva y dicharachera. Meritxell es silenciosa, pero cuando habla demuestra que tiene las cosas muy claras. También respecto a Dani: "La madre es ella", dice. Lo cual no significa que no se implique en su educación, aunque a distancia. Por el momento, tener hijos no forma parte de su proyecto vital.

Círculos protectores

Tampoco en el horizonte vital de María, abogada de 34 años, figuraba en principio la maternidad. Pero sí en el de su compañera, con la que ahora lleva seis años de convivencia. "En mi fuero interno, yo había descartado por completo la maternidad por el hecho de ser lesbiana. Pero mi compañera siempre había tenido claro que no quería perderse esa experiencia y lo planteó al segundo año de vivir juntas", recuerda. Las dos consideraban imprescindible implicar también a los padres. Si no lo hubieran conseguido, cree que seguramente hubieran tenido igual al niño, pero a costa de un distanciamiento que les hubiera dolido mucho. "Yo siempre he tenido claro que hay que ir con la verdad por delante, y para mí es muy importante que nuestro hijo tenga un entorno totalmente normalizado. Por eso en nuestra decisión de tener un hijo hemos querido implicar a la familia y a los amigos. Queremos construir a su alrededor unos círculos favorables que le protejan y le hagan fuerte cuando tenga que salir al exterior".

Recurrieron a una fecundación con semen de donante. "No teníamos un amigo al que recurrir para algo así, pero tampoco creo que sea la mejor opción porque se crean unos vínculos muy especiales, y si se rompen, el perjudicado es el niño", sostiene. El bebé tiene ahora nueve meses, y ellas se sienten plenamente colmadas.

Salir del armario, sin embargo, no es fácil. María lo ha hecho, pero su pareja todavía no porque teme las repercusiones laborales. Y por eso ella no da su apellido. "Lo he hecho por mi hijo, y ahora me doy cuenta de que se vive mucho mejor. Pero cada uno tiene su momento", comenta. María pertenece a la Asociación de Familias Lesbianas y Gays de Cataluña, la única que existe en España. La integran un centenar de familias, la inmensa mayoría formadas por mujeres. Muchas son familias con hijos mayores, pero cada vez son más las parejas de menos de 30 años y niños pequeños. Como a todas las familias, les preocupa la educación de sus hijos, y conseguir que la escuela trabaje la diversidad familiar es ahora su objetivo prioritario.

Alta autoestima

Los hijos son muchas veces el reflejo de los padres. También en las familias lesbianas. El estudio de María del Mar González analiza cómo son los progenitores de estas familias y encuentra una alta autoestima en el colectivo de padres homosexuales (3,27 en una puntuación de 1 a 4). Para el 76%, tener hijos es "lo más importante de su vida", y su preocupación principal, que "crezcan y sean felices" (79%). Creen que lo más importante de su relación con los niños es el cariño (83%), y entre los valores a transmitirles figura en primer lugar (90%) "el respeto a los demás y la tolerancia". Y aplican mayoritariamente un modelo educativo de "estilo democrático", en el sentido en que lo definió Baumrid: una educación basada en el afecto y la comunicación con exigencia de disciplina inductiva, es decir, mediante normas claras y razonadas.

No son tampoco familias aisladas. Al contrario: cuentan con una red social de parientes y amigos de una media de 10 personas con las que se relacionan habitualmente. En consecuencia, el rendimiento académico de sus hijos es bueno. Los profesores valoran la competencia de estos niños con un 2,4, de un rango de 1 a 3. Presentan además altos niveles de autoestima y similares habilidades sociales que el resto de los niños. Si acaso, la única diferencia apreciable es que los hijos de familias homoparentales tenían una mayor tolerancia a la diferencia y la diversidad, y también a la homosexualidad.

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