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Reportaje:MUJERES

La igualdad de la mujer llega a la mina

Decenas de mineras bajan hoy a los pozos de Asturias, un territorio vedado hasta hace poco

Un brandy popularizó en los años sesenta un anuncio en el que se aseguraba que la mina, como el coñac, "es cosa de hombres". Pero ya no lo es. "Ser minero es un orgullo", dice Iluminada Lumi Quiroga.

Lumi tiene 50 años y hace 20 que empezó a trabajar en la mina. Ahora está a punto de prejubilarse. Desciende de una familia de mineros de Carbayín (Siero), una zona de gran tradición hullera, a unos 15 kilómetros de Oviedo. Entró a trabajar en Hunosa, la gran empresa estatal del carbón, en diciembre de 1986. Fue una de las primeras mujeres que se incorporaron a una actividad con un fortísimo marchamo masculino y que, desde décadas antes, había quedado vedada a la presencia femenina. Hoy, Hunosa, la mayor empresa minera de Asturias, da empleo a 186 mujeres mineras (el 5,5% de sus 3.378 trabajadores), de las que 104 realizan tareas en el exterior de los yacimientos y 82 lo hacen en las profundas galerías. Es el mayor colectivo de mineras del país.

Blanca Colorado, la primera minera sindicalista, trabaja desde hace cinco años en la octava planta del pozo Sotón, a 500 metros de profundidad
Irene Yáñez Alonso, de 30 años y madre de una niña de cinco, es la única mujer maquinista de extracción. Lleva 10 años en la mina

"El trabajo en la mina es muy duro. Trabajas en una total oscuridad, a cientos de metros de profundidad, en medio de polvo, con cambios de temperatura constantes, y haciendo labores que exigen mucho esfuerzo y que tienes que acometer cargando siempre con tres o cuatro kilos de peso porque no puedes separarte del casco, la lámpara, la batería y el autorrescatador para el caso de que se produzca una fuga de gas grisú", explica Blanca Colorado, de 30 años, que hace cinco empezó a trabajar en la octava planta del pozo Sotón, a 500 metros de profundidad. Ahora es responsable del área de mujer y juventud de la Federación Minero-Metalúrgica de Comisiones de Asturias, lo que la ha convertido en la primera mujer minera sindicalista de España.

Colorado trabajaba en una floristería desde los 19 años, con "un sueldo ínfimo". La muerte de su padre, también minero, en un siniestro en el pozo Pumarabule le dio prioridad para solicitar un empleo en Hunosa. En el pozo Sotón trabajó en la carga en un pánzer del carbón que arrancaba el minador. Año y medio después, tras un curso de electromecánica, pasó al exterior para realizar labores de la especialidad.

"Las mujeres podemos hacer los mismos trabajos que los hombres. Es verdad que hay trabajos en la mina que, por su extrema dureza, no los podemos realizar la mayoría de las mujeres, pero tampoco son capaces de hacerlos muchos de los mineros. Y, a la inversa, hay operaciones en los pozos en las que se necesita más maña que fuerza. Pero nada justifica que nosotras no podamos trabajar en la mina".

De la misma opinión es Lumi Quiroga. "A veces me preguntan cómo soy capaz de trabajar en la mina. ¡Como si las mujeres fuésemos más débiles! Pero no lo somos".

Lumi era modista, estaba casada y era madre de una hija de seis años, cuando solicitó entrar en Hunosa. Su marido estaba entonces en paro y el matrimonio llevaba tres años viviendo de la ayuda de la familia. "Yo, como hija de minero, tenía preferencia sobre mi marido. No me arrepiento de haberlo hecho. Al contrario, estoy muy orgullosa".

Quiroga trabajó cargando carbón en el lavadero de Pumarabule y ahora es responsable de la lampistería del pozo Candín. Su principal misión es el control de las lámparas mineras para detectar con rapidez si algún minero no ha salido del pozo al término de su turno y controlar que la explotación esté totalmente vacía cuando los artilleros realizan explosiones. Trabaja entre las 22.00 y las 6.00 horas. "La lámpara es la vida del minero", afirma.

Diez años en el tajo

Irene Yáñez Alonso, de 30 años y madre de una niña de cinco, es la única mujer maquinista de extracción. Trabaja en el pozo Candín y antes fue ayudante minero, a 600 metros de profundidad. Lleva 10 años en la mina.

Solicitó trabajó en Hunosa cuando tenía 18 años, dos meses después de perder a su padre en un siniestro minero. Tardó dos años en conseguir plaza. "En aquel momento no pensé en el peligro, sino en encontrar trabajo". "Yo no sé", señala, "si sería capaz de trabajar como picador; pero lo he hecho empujando vagonetas, cargando carbón a paladas... y haciendo otros trabajos de esfuerzo. En la minas hay muchísimas funciones y la mayoría las podemos hacer como los hombres".

¿Y el miedo? "Lo asumes. Claro que sientes miedo", explica Colorado. "La mina cruje constantemente y nunca sabes si es porque va a sobrevenir un desprendimiento. Vives en un peligro constante".

Iluminada Quiroga, en la lampistería del pozo Candín.
Iluminada Quiroga, en la lampistería del pozo Candín.PACO PAREDES

Entre la conquista y la amargura

LAS PRIMERAS incorporaciones de mujeres mineras dentro de las explotaciones subterráneas se produjeron en enero de 1996. Fue entonces cuando de verdad se quebró el mito masculino de un oficio duro y peligroso.

Cuando Concepción Rodríguez Valencia logró que el Tribunal Constitucional reconociera el derecho de la mujer a trabajar dentro de la mina, un grupo de mineros permanecían atrapados en las entrañas del pozo Santa Bárbara. "Para mí, la amargura de aquel siniestro se mezclaba con la alegría de haber hecho posible una conquista social", dice Rodríguez Valencia, que entonces tenía 35 años y un hijo de 10. "Cuando pides empleo en la mina es por necesidad. Nunca por gusto".

Las mujeres que la secundaron también consideran su entrada en la mina como una conquista social. Lumi no ve motivo para excluir a la mujer: "Cuando yo era pequeña, las mujeres no trabajan en el interior de la mina, pero sí en los lavaderos de carbón y en duras labores de exterior. La prohibición era injusta".

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