Tony Blair lleva plomo en las alas
Tras el batacazo laborista en las municipales, arrecian las presiones para que el primer ministro británico fije el calendario de su marcha
La clara derrota del laborismo en las elecciones municipales del jueves en Inglaterra ha añadido aún más plomo en las alas del primer ministro británico, Tony Blair. Con el carisma hecho jirones desde que se apuntó a la invasión de Irak, obligado por las circunstancias a renunciar a un cuarto mandato para poder optar al tercero, disminuido por mil y una crisis de supervivencia, Blair parece definitivamente tocado y arrecian las presiones para que pacte con Gordon Brown una salida ordenada del poder.
Lo bueno para Blair es que el laborismo todavía le permite elegir el momento y manera de su marcha. Lo malo, que le quiere obligar a que deje claro ahora cuándo piensa marcharse. Los movimientos se han acelerado en las dos últimas semanas, con la crisis que ha afectado a tres puntales del Gobierno, ha tocado techo con la derrota electoral del jueves y puede cristalizar la semana entrante en forma de carta abierta de varios diputados exigiéndole al primer ministro que aclare su calendario para dejar el poder. Media docena de diputados han pedido ya a Blair que haga público ese calendario del traspaso de poderes y se dice que medio centenar han firmado ya una carta en ese sentido, que podría ser publicada el miércoles.
Gordon Brown tiene más que nunca a Tony Blair en sus manos. La derrota del jueves y la confirmación de que David Cameron ha transformado las expectativas del Partido Conservador debilitan al primer ministro y refuerzan el papel del canciller del Tesoro como alternativa a Blair. Los papeles están cambiando: hasta ahora la única razón por la que Brown debía ser primer ministro era su mera ambición personal de serlo; a partir de ahora, la única razón por la que Blair sigue siendo primer ministro es que se niega a dejar de serlo. La fijación de un calendario convertiría su jefatura en un servicio al partido porque sería como aceptar que su marcha no será arbitrariamente decidida por él, sino acordada en función de las necesidades del laborismo.
El canciller del Exchequer, siempre calculador y jamás atrevido, no parece tener tanta prisa como en el pasado por mudarse al número 10 de Downing Street. Quizás espera a que Blair acabe de consumirse y aumentar así su propia proyección; o confía en que sea el actual primer ministro el que lidie con problemas como la salida de las tropas británicas de Irak. Brown sabe que tiene a Blair en sus manos porque los equilibrios empiezan a romperse en su favor en el grupo parlamentario. Puede abrir las hostilidades cuando quiera y confía en que eso baste para obligar a Blair a pactar una fecha para su salida. Pero siempre ha sido un político miedoso y dubitativo y hasta ahora nunca se ha atrevido a dar el puñetazo sobre la mesa.
Los medios británicos dicen que ambos políticos mantendrán conversaciones este fin de semana sobre el futuro del laborismo, pero no está claro cuál es el formato de esas discusiones. Brown intervendrá esta mañana en el programa de Andrew Marr, el comentarista político más prestigioso e influyente de la BBC. El primer ministro ha convocado su rueda de prensa mensual para mañana, lunes. Entonces empezará a verse si los dos líderes del laborismo van de la mano o van a seguir haciéndose la vida imposible y ayudando al líder conservador, David Cameron, a forjarse la imagen de real alternativa de poder.
Cameron acusó ayer a los diputados laboristas de pasarse el día complotando y olvidándose de que hay que gestionar el país. Una acusación que muchos han dirigido contra Tony Blair por la manera en que ha remodelado su Gobierno. El primer ministro ha pensado más en sus necesidades que en consolidar un cambio de rumbo político en el Gabinete. La caída de Jack Straw, hasta ahora jefe del Foreign Office, se interpreta como un castigo porque ha dejado de confiar en él. La de Charles Clarke, que estaba a cargo de Interior, se ve como un ejemplo de la frialdad de Blair, capaz de sacrificar a uno de sus más próximos para calmar a las fieras. El mantenimiento de John Prescott como vice primer ministro, despojándole de sus competencias pero manteniendo sus privilegios, so considera un gran error porque los británicos, siempre quisquillosos acerca del dinero de los contribuyentes, difícilmente van a comprender que haya ministros cuyo único trabajo sea cobrar a fin de mes y disfrutar de dos casas a cargo del dinero público, entre otros privilegios.
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