Sugerente retorno al paraíso
Alas, la nueva coreografía del director artístico de la Compañía Nacional de Danza y estrenada oportunamente la víspera del Día Internacional de la Danza, empieza muy bien y acaba mejor.
Explícitamente inspirada en la película de Wim Wenders El cielo sobre Berlín (1987), el montaje, fruto del trabajo conjunto entre Nacho Duato y el director escénico esloveno Tomaz Pandur -quien se dio a conocer en España con Sheherazade en 1990 y el año pasado montó Infierno basado en la Divina Comedia de Dante para el Centro Dramático Nacional- reflexiona sobre el cielo y la tierra, la vida y la muerte, el infierno y el paraíso. Esta incursión de Duato y los suyos en aguas más dramáticas que las que nos tiene acostumbrados da como resultado un espectáculo sugerente que invita a dejarse llevar, o volar. Lo del agua no es un decir. El escenario se convierte, al final del montaje, en un auténtico estanque en el que los intérpretes juegan y retozan como si estuvieran en el paraíso. Y es que, a diferencia de Wim Wenders, cuyos ángeles sienten envidia de la condición humana a pesar de sus miserias, Duato y Pandur parecen estar hartos de la realidad e insinúan el retorno al paraíso perdido.
Duato desciende por la estructura tubular que une el escenario con el cielo -un andamio que parece hecho de hielo- y recita los fragmentos más emblemáticos del guión de El cielo sobre Berlín firmado por el propio Wenders y Peter Handke. Y aunque adopta el papel de Damiel, el ángel interpretado en el filme por Bruno Ganz que decide convertirse en hombre para sentir lo que es la existencia humana, el recorrido por el que nos guía con su voz y sus movimientos -en ocasiones algo artificiosos, como si exagerara el dolor de su condición- nos conduce de nuevo hacia ese cielo, esa eternidad que Duato-Pandur llenan de esperanza. De hecho, son las escenas que nos evocan este contexto las más líricas, las que ofrecen una danza más grácil y volátil. En ellas, las bailarinas, con unos livianos vestidos cuyas faldas siguen sus suaves evoluciones, parecen deslizarse apenas con la punta de los pies. No llevan alas, pero como si las llevaran.
La dicotomía se establece con la intercalación de escenas de trasfondo urbano en las que las relaciones entre los intérpretes se vuelven cada vez más violentas. La danza es más dura, el vestuario adquiere toques de estética punk y la música se torna industrial y machacona. Una realidad hostil en la que Duato, como el ángel caído voluntariamente del cielo, intenta encajar. Ya no quedan trazos de sus alas (precioso el detalle de los cortes a nivel de los omoplatos que luce tanto en la americana como en la camiseta), pero no lo consigue. No es hasta que la torre de hielo se derrite y el agua encharca el escenario cuando él, con el torso desnudo, parece sentirse a gusto, jugando con el agua y aprovechando sus posibilidades escénicas. Con Alas, Duato y Pandur exploran el misterioso territorio que se encuentra tras el ser humano, algo que no suele alcanzarse. Y no sé si ellos lo logran, pero sí que ofrecen un espacio metafórico, y puede que utópico, lleno de poesía e ilusión.
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