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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un rey sin futuro

Nepal, el exótico país himalayo emparedado entre India y el Tíbet, ha regresado del abismo tras casi un mes de revuelta social contra el corrupto rey Gyanendra, que ha causado una quincena de muertos y un millar de detenidos. El monarca, que decidió asumir poderes absolutos en febrero culpando a los partidos de pactar con la guerrilla maoísta, ha cedido a la presión popular y aceptado reabrir el Parlamento, disuelto en 2002. La oposición, integrada por siete heterogéneos partidos, ha designado a un octogenario ex ministro, entre cuyas virtudes no está precisamente la honradez, para dirigir una etapa incierta. Su éxito dependerá de que sea capaz de integrar en el proceso a los rebeldes maoístas, que ayer decidieron levantar el bloqueo sobre la capital, Katmandú, y otras ciudades.

El objetivo del nuevo Parlamento será convocar elecciones con el fin de crear una Asamblea Constituyente y redactar una Carta Magna que reduzca los poderes absolutos del soberano. El interrogante está en determinar hasta qué extremo serán recortados y cuál será la respuesta del Ejército, un instrumento en manos de la familia real. Sobre el papel, las concesiones de Gyanendra le dejan en situación muy comprometida, y cuestionan su futuro personal e incluso el de la legendaria monarquía nepalí. Gyanendra jamás ha gozado de popularidad en la calle. No puede ser de otro modo dada su voracidad por enriquecerse irregularmente. Los manifestantes gritaban estos días a los soldados y policías: "Hermanos, disparad al rey". Ascendió al trono en 2001 tras una matanza palaciega que terminó con el suicidio de su hermano mayor y heredero.

Nepal, que cuenta con una población mayoritariamente joven y campesina de 25 millones de habitantes, es uno de los países más pobres de Asia. Un 40% vive en la pobreza y cerca de la mitad no tiene empleo. Una de sus principales fuentes de ingresos, el turismo, puede resentirse debido a esta crisis. Para salir de ella se necesitará no sólo la eventual caída del actual monarca (ninguno de sus antecesores en el último siglo propició la democracia), sino la regeneración de los partidos políticos, inmersos en corruptelas. Habrá que observar el grado de compromiso de la guerrilla maoísta para colaborar en el proceso de democratización y si está dispuesta a deponer las armas y poner fin a una violencia que ha causado cerca de 13.000 muertos desde 1996. Todo ello exige la mediación en primer lugar de India, así como de China, Estados Unidos y la Unión Europea.

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