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Reportaje:

Organizador del PCE clandestino

Eduardo Aparicio se encargó de reestablecer la estructura del partido en el País Vasco después de la Segunda Guerra Mundial

Eduardo Aparicio (Leintz Gatzaga, 1916) recibió el encargó de Santiago Carrillo para reorganizar el partido comunista en Guipúzcoa. Acababa de terminar la Segunda Guerra Mundial, en la que había participado activamente en los frentes del Norte de África ("luchamos contra el Afrika Korps de Rommel", apunta), cuando la dirección del PCE le envió a su territorio natal para reorganizar una estructura en teoría inexistente. "Ese era el encargo que me habían encomendado, porque se consideraba que los que se habían quedado estaban 'quemados'. Cuando llegué, después de cruzar la frontera por Navarra, sólo tenía un par de enlaces, Ortiz de Zárate en Eibar, Arriarán en Mondragón. En San Sebastián éramos tres taxistas y un músico que tocaba en Igueldo. Pero mi sorpresa llegó al comprobar que la estructura en Guipúzcoa se conservaba prácticamente intacta, que se había perdido el contacto con el exterior, pero aquí se mantenían organizados".

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Efectivamente, en poco tiempo se consiguieron 150 cotizaciones en Eibar, unas 60 en Bergara... "Hasta una docena en Zarautz, imagínese lo que podía suponer eso en 1946 para una organización clandestina". Eduardo Aparicio viajaba de un lugar a otro de la provincia guipuzcoana preparando lo que entonces se esperaba que fuera la derrota del régimen franquista. "Fue significativa la huelga del puerto de Pasajes, cuando paralizamos el puerto durante un mes; recuerdo que enviaron trabajadores extremeños para cubrir los puestos de los estibadores; se alojaban en las escuelas; entonces decidimos tirar octavillas para explicarles la situación: al ver que estaban trabajando en contra de los de aquí, se volvieron a sus pueblos".

Y de todo esto se hablaba poco, o nada. Para reconstruir aquella organización Aparicio iba de pueblo en pueblo, en busca de sus enlaces. Y el de Bergara era de posibles. "El fin de semana que iba a Eibar y Elgoibar, acababa durmiendo de domingo a lunes en Bergara, en casa de Urrutia, uno que se parecía un poco Alfonso XIII, que tenía ciertos posibles y me invitaba a unas chuletas con lo que yo ya tenía para toda la semana". Peripecias que hoy tienen un cierto aire rocambolesco, pero que entonces suponían un riesgo vital para sus protagonistas.

Efectivamente, el colocar una bandera republicana el 14 de abril suponía un delito de cárcel. "Entonces, simplemente luchábamos por la democracia, por terminar con Franco; claro que seguíamos creyendo en nuestros ideales, pero lo prioritario era acabar con la tiranía: sólo había que ver cómo disfrutaba la gente cuando veía una bandera republicana". Aparicio forjó en un año una organización que contaba con dos imprentas, desde la que se publicaban dos periódicos y una revista semanal.

Hasta que cayó en manos de la policía franquista. 50 días en comisaría, incomunicado. Así y todo, se considera "un tío con suerte". "No me aplicaron corrientes eléctricas", explica. "Es más, cuando llegué a la cárcel y hablé con el cura, casi nos felicitó por haber llegado a Martutene. En prisión estáis mejor que en comisaría, nos comentó con conocimiento de causa". Efectivamente, la vida en la cárcel se podía sobrellevar con cierta dignidad: "Todos los presos políticos, de todas las tendencias, estábamos juntos en la misma celda y dábamos charlas al resto de presos. Nosotros siempre hemos defendido el derecho de autodeterminación y, aunque no somos nacionalistas, nos llevábamos bien con los del PNV".

Estas buenas relaciones le sirvieron también el día en que le tocó enfrentarse a los tribunales. Aparicio tuvo la suerte de enfrentarse a un juez que era simpatizante nacionalista en un caso en el que se jugaba la vida. Entonces, los amigos que había forjado en la cárcel le aconsejaron que eligiera un abogado afín al PNV para que le consiguiera la libertad provisional. "Así fue; nada más salir, me organizaron un viaje a Francia y pude salvar el pellejo ante lo que era una condena segura".

Allí se retiró de la política durante unos años, hasta que en 1977 fue elegido presidente de la Federación de Asociaciones de Emigrantes Españoles en Francia. Que agrupa a más de 200 asociaciones y centros culturales en territorio francés y cuenta con 238.000 afiliados. Eduardo Aparicio obtuvo en 1985 la Medalla de Oro de la Emigración, máximo galardón otorgado por el Ministerio de Trabajo a los ciudadanos que viven en el extranjero. Fue candidato por Izquierda Unida en las primeras elecciones al Parlamento Europeo de junio de 1987. Mantiene todavía hoy la militancia en el PCE.

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