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Pleamar

Pocos asuntos muestran de manera tan tangible la relación entre lo global y lo local como la pesca. Fijada en el imaginario vasco sobre el fondo azul, sobrio y oscuro tan habitual en los cuadros de Zuloaga, la pesca es en realidad un recordatorio ineludible de que ese paisaje tan querido que son nuestros puertos. Y sus boniteros y arrantzales son tan vulnerables a las fuerzas de lo global como las pequeñas embarcaciones de los indígenas de la isla de Tuvalu.

Culminada la colonización de la superficie terrestre por la especia humana, parcelada y privatizada hasta en sus más recónditos confines, dos inmensos territorios se resisten todavía a ser domesticados: el genoma humano, en vías ya de ser conquistado, y los océanos.

España sigue a la cabeza de la UE en incumplimientos de la normativa pesquera comunitariaEuskadi es la décima comunidad más endeudada

El mar cubre casi tres cuartos de la superficie del planeta. Más allá de las 200 millas marinas de aguas territoriales de los Estados, el alta mar representa el 64% de este inmenso territorio azul, terreno de todos y de nadie, al ser patrimonio común de la Humanidad. El mar, ese gran desconocido y, sobre todo, ese gran desprotegido. Según cálculos de la ONU, en tierra, más del 12% de los espacios están protegidos por su valor ecológico. En el mar, la protección de las leyes del hombre llega sólo al 0,6% de los espacios marinos.

Hace unos días terminaba la octava Conferencia de las Partes de la Convención de Biodiversidad en Curitiba (Brasil), con una recomendación a todos los países de que conserven al menos el 10% de todos los espacios, marinos y terrestres, considerados de valor ecológico. Cabe resaltar el anuncio que, en el transcurso de la cumbre, hizo un grupo de países del Pacífico (Palao, las Islas Marshall y la Federación de Estados de la Micronesia) sobre la creación de una reserva marina de 6,7 millones de kilómetros cuadrados en sus aguas. La iniciativa se convertirá en la mayor reserva marina del mundo, en lo que representa el 5% de la extensión del Pacífico.

El objetivo del 10% y la decisión de estos minúsculos Estados del Pacífico tuvieron que enfrentarse a las artimañas diplomáticas de las grandes potencias pesqueras como Japón, Australia y Noruega, alérgicas a cualquier intento de limitar el alcance de sus redes y anzuelos en alta mar, donde, a pesar del papel de la ONU, no hay gobierno ni parlamento que supervise las actividades depredadoras de sus buques.

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Los ecologistas han dicho que no es suficiente. En un reciente informe, Greenpeace ha presentado su propia propuesta para el establecimiento de una red de reservas marinas libres de pesca en alta mar que cubra el 40% de las aguas internacionales. "Los datos indican que proteger entre un 20% y un 50% de la superficie marina maximiza los beneficios para los recursos pesqueros], según los autores del informe. La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) viene reiterando la dimensión del problema desde 2004: el 52% de las pesquerías del mundo están totalmente explotadas y un 25% sobreexplotadas, agotadas o al borde del colapso.

Las repercusiones a nivel local son evidentes. Quien albergue alguna duda no tiene más que pasear y preguntar por los muelles de Pasajes, Ondarroa y Elantxobe. ¿O es que no habían notado que la lata de anchoa en salazón está a 6-7 euros? Hablando en plata, y muy bajito, pregunten en su restaurante de confianza de dónde vino el rape. O mejor, pidan la fecha exacta en la que un mayorista de Cádiz y el puerto de Algeciras sustituyeron a la flota del Cantábrico en el abastecimiento de éste y otros pescados clásicos del menú vasco.

Desde un punto de vista de teoría económica, el caso es de manual: escasez galopante del producto (pescado), unido a un marco internacional débilmente institucionalizado y escasamente regulado, es igual a precios al alza, competencia brutal y suculentos incentivos para seguir pescando; ilegalmente, si fuera necesario. Y lo es, según las conclusiones del informe final que ha presentado en marzo el grupo de trabajo sobre pesca ilegal en alta mar de la OCDE.

El informe estima el valor de la pesca ilegal entre 4.000 y 9.000 millones de dólares anuales: el 20% del valor de la captura pesquera mundial. La actividad ilegal de estos piratas supone unos 1.000 millones de dólares al año en África, la única región del mundo donde han descendido los niveles de consumo de pescado al ver cómo estos "bandidos errantes" (como los denomina otro informe reciente publicado en la revista Science) les desplazan con sus arrastreros de sus caladeros tradicionales.

"Sabemos que buena parte de este pescado capturado ilegalmente en aguas africanas llega al mercado europeo a través del Puerto de Las Palmas", ha declarado Sebastián Losada, responsable de océanos de Greenpeace España, tras la campaña que ha llevado a cabo esta organización contra la pesca ilegal en Guinea Conakry. El pescado pirata es mezclado con pesca legal antes de llegar a puerto, donde ya es muy difícil verificar el cumplimiento de las normativas pesqueras. España sigue a la cabeza de la UE en lo que incumplimientos de la normativa pesquera comunitaria se refiere, con 12 procedimientos de infracción pendientes de un total de 69 en la UE-15, nueve de ellos por pescar por encima de las cuotas de captura atribuidas a nuestro país.

Nada de esto es nuevo para las familias que vivían de la pesca y que se enfrentan a un futuro incierto. Más allá del gravísimo problema social que implica, con la desaparición de la anchoa o del rape desaparece un pedacito de memoria de quienes han crecido con ruido de gaviotas y olor a mar, un paisaje que podremos ir a ver... en los museos.

Borja Bergareche es abogado.

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