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Columna
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Marzo de 2006 no es mayo del 68 / 2

La pertenencia es uno de los constituyentes esenciales de la vida actual. Lo que sobre todo importa es lo que me pertenece a mí como propio, completado por aquello a lo que yo pertenezco. La complejidad de nuestras sociedades, en vez de haber producido el aumento de posibilidades que era esperable, las ha marginado y confundido fragilizando los comportamientos individuales y las prácticas colectivas y generando un estado de inseguridad difusa pero aguda y permanente. Esta perplejidad -cada vez es más difícil saber lo que debemos y lo que nos conviene hacer- se alimenta, además, del agotamiento del modelo de las teorías y de las instituciones que seguimos aplicando a una situación que nada tiene que ver con lo que las originó. La mundialización y los cambios traumáticos que ha introducido han radicalizado la crisis axiológica y estructural, empujándonos al masoquismo político, condenándonos al miedo social, confinándonos en la privatización personal y familiar. Ésta, como todas las regresiones, nos hace eminentemente vulnerables. Axel Honneth, sucesor de Jürgen Habermas en la capitanía de la Escuela de Francfort, se sitúa en una perspectiva analítica análoga pero partiendo de la categoría de reconocimiento, eje mayor de su última producción filosófico-sociológica. El nuevo marco teórico, que cabría definir como la reivindicación de los atributos positivos de los individuos y de los grupos, funciona según su autor como vía de la realización personal y como soporte de la emancipación social. No cabe discutir aquí esta estimulante aportación intelectual, pero sí decir que, su emplazamiento psico-ideológico, la hace recuperable para los usos legitimadores del sistema y la priva del abordaje crítico que reclama la materialidad económica que domina nuestra época.

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La pertenencia reenvía a lo mío propio y a lo mío con y de los otros -lo comunitario-. Lo mío propio se declina, hoy, desde la voracidad patrimonializadora profesada y exhibida, de los que nunca tienen bastante y desde la miseria y el impotente desasistimiento de los que nada tienen. Lo comunitario plantea un in y un out, los de dentro y los de fuera, de los que inclusión / exclusión son las versiones más a la mano, el cogollo de la contestación del contrato de primer empleo. La impugnación de los estudiantes y de los sindicalistas es la de quienes estando fuera quieren entrar, incluirse. Para los marginados de la periferia, la inclusión no tiene sentido porque no es ni siquiera inteligible. El discurso declinológico de los franceses, de los que más del 80% piensan que las cosas mañana irán peor que hoy, les confirma en la convicción de que su rechazo presente es prenda de su inexistencia futura. Esta ausencia total de porvenir es responsable de que se nieguen a asignar objetivos a la revuelta y a dotar de contenido ético su rebeldía. Su autoexclusión de las grandes manifestaciones populares se inscribe en esa misma autoconsideración de un destino negado.

Una cierta violencia ha acompañado siempre a las acciones públicas de masa que en ocasiones han derivado en arrebatos vandálicos, normalmente al terminar y disolverse las manifestaciones, con rupturas de los escaparates de las tiendas, robos en las mismas, incendio de coches, etcétera. Estas conductas, en cierto modo habituales, han intervenido también en los últimos acontecimientos de Francia, a cargo sobre todo de los jóvenes insurreccionales y malditos de las barriadas a los que para diferenciarlos de los estudiantes, la prensa ha calificado de casseurs, destrozadores. El intento de hacer converger el dinamismo violento de éstos con la franja de la izquierda radical del movimiento social -autónomos, squatters, herederos de los situacionistas...- y del estudiantado, ha fracasado no sólo por el rechazo visceral étnico y de clase de los primeros hacia todos los demás sino por la infiltración en sus filas de verdaderos delincuentes -según la policía cerca del 40% de los detenidos eran ladrones profesionales con antecedentes penales- que utilizaban la oportunidad para ir a lo suyo. Las penosas agresiones de que fue objeto el final de la manifestación de la semana pasada en la explanada de los Inválidos, en la que los estudiantes, en particular las chicas, fueron desvalijadas -cerca de 1.500 móviles y más de 1.000 bolsos fueron robados- y golpeadas por los marginales violentos, se vivió como un exaltante juego de rol en el que primó la competencia entre unos y otros, todos felices protagonistas de la telerrealidad, comparando postfactum sus hazañas destructivas en las pantallas de sus ordenadores. El impresionante orden y disciplina de las manifestaciones propiamente dichas, no ha logrado neutralizar la impresión negativa de estas explosiones violentas que han sido las únicas noticias transmitidas por la prensa anglosajona sobre el llamado caos estudiantil francés.

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