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Crítica:TEATRO | 'Siglo XX que estás en los cielos'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En la orilla invisible

Javier Vallejo

Se cuentan con los dedos de una mano los autores españoles jóvenes que tienen la fortuna de David Desola (Barcelona, 1971). Sus tres primeras obras se han estrenado comercialmente. Baldosas, sainete sobre la especulación inmobiliaria, obtuvo un premio Marqués de Bradomín. En Almacenados, dos personajes arnichescos esperaban que llegase Godot: el que interpretó José Sacristán parecía escrito pensando en el difunto Pepe Isbert.

Siglo XX que estás en los cielos, que inauguró anteanoche una salita para 100 espectadores anexa al Teatro Español, se desarrolla en medio de la oscuridad más absoluta. Sus protagonistas, el alma de un joven anarquista catalán asesinado por un obús durante la Guerra Civil, y la de una chica muerta en 1986 en brazos de la heroína, se conocen en el limbo. Como no tienen cuerpo, no las vemos ni se ven entre ellas. Son dos voces amplificadas, algo reverberantes, que salen desde cualquier punto de la sala. El tercer personaje en discordia es Dios, o alguien que actúa o parece actuar en su nombre: un niño caprichoso, marisabidillo y un punto diabólico que pone a las almas a prueba. Desola imagina que éstas vuelven a la Tierra una vez que mueren quienes las recuerdan. Pero antes, han de pasar por el aro: al dios niño le divierte jugar con sus criaturas. El miliciano y la yonqui están en ese trance.

Siglo XX que estás en los cielos

De David Desola. Intérpretes: Roberto Enríquez, Silvia Abascal, Ricardo Gómez, Santiago Crespo. Música y espacio sonoro: Pablo Salinas. Olores: Darío Sirerol. Iluminación: Francisco Ariza. Sonido directo: Michel Rugamer. Dirección: Blanca Portillo. Antiguo Café del Teatro Español. Madrid, hasta el 14 de mayo.

Siglo XX que estás en los cielos tiene mucho de teatro radiofónico, al menos en este montaje elaborado por Blanca Portillo, actriz que lleva más de una década ensayando la dirección escénica. El espectador nada ve, salvo dos o tres apariciones fugaces de los intérpretes. Si es imaginativo y colabora, se sentirá como un niño de los años sesenta escuchando bajo las sábanas Historias para no dormir, de Ibáñez Serrador, o alguno de aquellos dramáticos nocturnos magníficos que daba Radio Nacional.

La historia está bien contada: tiene humor, puntos de fuga, y un guiño final, que conviene no desvelar. Con todo, llega un momento en el que, puesto que el noventa por ciento de este montaje es puramente auditivo, se agradecería seguirlo en una posición más cómoda. O en un asiento mejor que las sillas de madera del antiguo café del Teatro Español. En otros espectáculos en la línea de éste se ha cuidado ese aspecto: la compañía Societas Raffaello Sanzio proponía hace pocos años uno en el que el público entraba en una casita de madera, se metía en camitas individuales y, arropado por encima de la nariz, escuchaba un cuento de hadas mientras fuera aullaba el viento, sonaban pasos, golpes y todo lo que la narración pedía. Recientemente, también presentó algo en ese estilo la compañía madrileña Teatro en el Aire.

Otro antecedente, más pegado a Siglo XX... es A ciegas, de Jesús Campos, estrenado en 1997 en el Festival de Otoño. En este montaje, los actores estaban en escena, pero no se dejaban ver hasta el último minuto. En el de Blanca Portillo; Roberto Enríquez, Silvia Abascal y el niño Ricardo Gómez están fuera de campo, en un estudio radiofónico, que abandonan algún momento para mezclarse con el público.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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