El arribo de la desgracia
Badenheim es una ciudad austriaca, trasunto de cualquiera de las pequeñas ciudades-balneario de la Europa Central, que en el verano de 1939 se dispone a recibir una vez más a sus habituales o nuevos veraneantes. Diversos personajes ultiman preparativos, como el dueño del hotel, el animador cultural -es una ciudad con tradición de festival de música- o bien el dueño de la farmacia, el de la pastelería... mientras otros empiezan a llegar: un viajante, un eminente profesor con su joven esposa, los artistas y músicos... Buena parte de esos huéspedes son judíos acomodados, otros viven en la ciudad, la mayoría son o se consideran austriacos. Y, de pronto, empiezan a suceder cosas inusuales: aparecen unos funcionarios del Departamento de Sanidad que exigen que todos los judíos se registren, poco a poco van tomándose medidas cada vez más coercitivas, cada día llegan personas nuevas descendientes de los originarios de Badenheim, se empieza a hablar de un viaje a Polonia en tren, se cierran establecimientos como Correos e incluso se cierran las puertas de la ciudad.El dueño de la pastelería minimiza esas señales cuando comenta que con tales medidas "lo único que se pretendía era devolver al Este a los judíos de Europa Oriental. En los últimos años habían inundado Austria".
BADENHEIM 1939
Aharon Appelfeld
Traducción de Raquel
García Lozano
Losada. Madrid, 2006
224 páginas. 15 euros
Esta novela, corta, tensa,
amarga, cuenta el tiempo inmediatamente anterior a las deportaciones masivas de judíos justo antes del comienzo de la II Guerra Mundial, antes de la puesta en marcha de la "solución final". El libro termina en el momento en que son embarcados en un tren rumbo a Polonia, un tren que, en su candidez, le hace pensar al director del festival: "Si los vagones están tan sucios es señal de que el camino no es largo". El destino de aquellos trenes todos lo sabemos.
Lo que hace distinta a esta novela es su tono. Está contada de un modo muy directo, sin adornos, de manera concisa, como una serie de escenas de costumbres del verano burgués, con la ligereza propia del paso de los días durante un descanso estival. Es una especie de representación de una vida alegre y confiada llena de minucias personales, dramas menores, manías y repeticiones. La eficiencia narrativa de Appelfeld se advierte en cuanto empieza a mezclar esa ligereza con las señales de amenaza; sin apenas modificar los comportamientos, sólo ayudándose de las pinceladas que poco a poco va dejando caer sobre los veraneantes, logra unas calidades de acuarelista, como si con trazos sueltos, alegres, coloridos, trazase un campo de acción que luego, paulatinamente, se va empastando hasta convertir el distendido paisaje central en el retrato en un estremecedor testimonio humano. Cuenta con la misma ligereza con que sus personajes se divierten y se vendan los ojos y eso va creando un tempo dramático de una eficacia demoledora.
En ese ambiente paulatinamente opresivo que paso a paso se va nutriendo del absurdo está presente el recuerdo de Kafka, evidentemente, influencia que el autor reconoce de modo explícito. A medida que la tenue acción avanza, los conatos de locura se alternan con los desahogos de diversión: es, finalmente, el relato de una comunidad que no puede concebir su exterminio, ni siquiera cuando por el lento paso de los hechos se llega a una especie de degradación general que les lleva incluso a asaltar la farmacia en busca de tranquilizantes; sin comida, sin tabaco, sin dirección, todos acaban cayendo en un estado de estupor y melancolía. Entre tanto, la muerte está presente como un leitmotiv (el personaje de Trude, por ejemplo).
Hay una imagen soberbia, al
final, que lo resume todo dolorosamente: Mitzi, la joven esposa del famoso historiador, cuenta que su padre la llevó a Viena un maravilloso día de otoño "pero la intención del padre, un hombre ocupado y sufridor, no era otra, tal y como quedó de manifiesto, que aturdirla y cansarla antes de llevarla al hospital para que la operasen de las anginas. Desde que llegó al hospital, sintió la inminente desgracia e intentó escapar. Todo el personal fue movilizado. La operación se realizó". Es una imagen sobrecogedora en su eficiencia y en su capacidad de concentrar horror e inconsciencia. Appelfeld inventa una ciudad casi fantasmal y un espacio casi ahistórico y propone al lector aplique él la Historia y que comprenda "de un modo en que las víctimas no pueden comprenderla, la magnitud del mal en que están envueltas". Ésa es la importancia literaria de esta novela, según el certero diagnóstico de Philip Roth.
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