El verbo se hizo cláusula
Francisco Camps estuvo de cuerpo presente durante todo el pleno. O estaba muerto o era inmortal. Ayer, en cualquier caso, ya no pertenecía al género humano. El presidente ya tenía pasodoble, como si fuera un torero, y cláusula estatutaria, como si se tratara de un estadista surgido del cruce de Pericles con Abraham Lincoln. El verbo se hizo partitura, como antes se había hecho disposición en la Carta Magna de los valencianos, y ayer se manifestó en las Cortes como una efigie gótica bronceada con el reflejo de los purpurados de Roma, aunque todo el incienso del Vaticano era insuficiente para neutralizar el hedor de basura que exhala el vientre del Ayuntamiento de Orihuela y que traspasaba todo el hemiciclo como una broca de Black & Decker. La aprobación definitiva de la reforma del Estatut, el gran asunto de la legislatura de Camps, quedaba tatuada en su consagración parlamentaria con una contradicción de lixiviados y sacristías, y se agitaba a ritmo de pasodoble del maestro Adam Ferrero.
Y sin embargo, el banco azul era un friso de expresiones ajenas y extraviadas ante los propios discursos, pese al festivo tono agropecuario de un Serafín Castellano y su antología de disparates lingüísticos, entre los que brilló con luz propia "el respald a l'Estatut", que, aunque hizo crujir la madera del hemiciclo, no pudo con el cardado de Rita Barberá. Mientras tanto, Gerardo Camps se sumía en sí mismo, Miguel Peralta verticalizaba su expresión como un rostro del Greco, Vicente Rambla se perdía en su propio laberinto, Milagrosa Martínez se ahormaba en un traje de chaqueta de color hueso ideal para tomar un pilé 43, y Rafael Blasco, como si ya le hubiese visto el hueso al jamón, apuraba el espectáculo. Ante ese panorama y la mirada de mármol de Camps, Joan Ignasi Pla, amortizó el traje gris y su aspecto recién pasado por la barbería con un discurso de presidente, y tras el copetín bajo el ficus del jardín, se fue en procesión agasajado por los suyos hasta la sede del partido, donde se le jalearía más. Por el contrario, Camps regresó hacia el cenobio del Palau con Juan Cotino y Ana Michavila como únicos costaleros, aunque seguido de cerca por un fiel rastro de basura quemada.
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