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Reportaje:

Un trayecto de hambre y alpargatas

La exposición 'Una mirada al trabajo', sobre la vida laboral y sus conflictos, recrea la historia social de España en el siglo XX

Cuatro potentes miradas hacia el pasado y el presente redescubren la vida española del último siglo. A través de una exposición sobre la historia social de España, denominada Una mirada al trabajo (I Centenario de la Inspección del Trabajo), que se muestra en la sala Arquería Nuevos Ministerios, en Madrid, se rescatan escenas cotidianas sobre la vida laboral y los conflictos entre patronos y obreros. Las fotografías que acompañan la exposición son, además de un espejo sociológico, una fuente de primera mano para comprender cómo vivían los españoles hace treinta, sesenta o cien años. Cómo vivían, en qué trabajaban, cómo vestían y a qué aspiraban. En Una mirada al trabajo se reconstruye un tiempo no tan lejano que los coordinadores de la muestra han dividido en cuatro periodos: la Monarquía de Alfonso XIII, la II República, el franquismo y la democracia.

Años de hambre y sacrificio. A producir, a producir. El periodo que abarca desde 1906 (año en que se crea el Cuerpo de Inspectores) hasta 1931 fue un tiempo de carencias. Niños, hombres y mujeres se veían abocados a ganarse la vida en condiciones precarias. Salvo en las rentas altas y las clases medias consolidadas, el hambre era una amenaza cercana. El trabajo infantil estaba plenamente asentado en fábricas o mercados. Una foto de 1905 muestra un grupo de niñas en una fábrica en la que trabajan chicas de 12 a 18 años. El inspector que visita el establecimiento verifica que las operarias están sujetas a "una severa disciplina". Si quebrantan la norma que les prohíbe reír o hablar mientras trabajan se les impone una multa de 10 céntimos.

En un informe titulado El trabajo de la infancia en España, el inspector José González Castro alude a "infelices niños" obligados a cargar pesos "de más de 10 kilos, como marca la ley", por calles y talleres. El mismo inspector denuncia el caso de un niño de cinco años que ayudaba a su padre, titiritero, en un número de circo peligroso: el pequeño tenía que doblarse sobre su padre, tumbado y con dos navajas enhiestas sobre las manos. El médico del pueblo en el que trabajaban denunció ante el alcalde que el crío podría caerse y ensartarse en los puñales, pero el edil le contestó: "Si se pincha, pa eso es titiritero. ¡Hubiera nacío obispo!".

Una portada de Abc de 1908 muestra una imagen sorprendente: la huelga de patronos contra el descanso dominical. Se trataba de la patronal tabernera, y se oponía con el argumento de que esta libranza les acarreaba pérdidas. El grado de reticencia de los patronos era diverso: un informe sobre el sector señalaba que de las 1.977 tabernas de Madrid, "904 carecen de personal obrero o realizan el trabajo en familia, resultando para las 1.073 restantes 2.857 infracciones, sin tener en cuenta la higiene". Respecto al debate sobre el descanso dominical, "de 1.068 tabernas, solamente una, situada en Mesonero Romanos 35, que tiene un obrero interno, menor de 16 años, posee libreta demostrativa de los días en que se compensa con descanso semanal el trabajo que realiza el domingo...", concluye.

Aquel mundo poco tiene que ver con éste. España tenía 19 millones de habitantes, la esperanza de vida era de 41 años y el 75% de la población residía en localidades de menos de 20.000 habitantes. Las terribles condiciones de la clase trabajadora provocaron fuertes debates sobre las reformas sociales en el convulso trienio del 17 al 19. "¿Y de qué nos serviría a nosotros la ordenación de la jornada si quedamos a discreción de los patronos en materia de salarios?", solicitaban en un oficio de 1922 los obreros molineros arroceros de Valencia, en huelga. Los firmantes temían que lo que era un logro, la racionalización de la jornada, se tradujera en represalias económicas por parte de los empresarios.

Los inspectores adoptaban un papel pedagógico y en sus informes relataban las vicisitudes de los emigrantes, hacinados en las fazendas brasileñas bajo un sistema de vales que les esclavizaba, o alertaban a las mujeres solteras que se embarcan hacia América sobre el riesgo que corren de caer en redes de prostitución. Un dato de la época señala que el 80% de las mujeres que trabajaban en los prostíbulos de La Habana eran españolas.

Los años de la República. Las imágenes reflejan el vértigo de la época: junto a fotos de jóvenes saludando la llegada de la República en calles y bulevares, aparecen notas de color social, como una instantánea de 1933 que recoge a Miss Europa rodeada de otras jóvenes. Junto a ellas, documentos gráficos que recogen una incipiente modernidad: dos obreras trabajan con mascarillas en la Escuela de Fermentos (dedicada al reciclaje) del Ayuntamiento madrileño, en 1935; la huelga de obreras del Sindicato de la Aguja en Las Ventas y, ya en plena Guerra Civil, un taller textil colectivizado.

"En esta etapa se canalizan cambios sociales largamente esperados", explica Arturo Viloria, adscrito a la Biblioteca del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales y uno de los funcionarios que ha contribuido a preparar la exposición. "Las Cortes Constituyentes aprobaron la Ley del Contrato de Trabajo, que regula por primera vez la relación individual de trabajo. Y la de jurados mixtos, que tenían la función de prevenir los conflictos laborales", prosigue Viloria. En estos años se ratifica el convenio de la OIT sobre la jornada máxima de ocho horas. "La crisis económica y el paro, además de la exasperación política y social, hacen fracasar o retrasar los planes republicanos", asegura Viloria, "pero algunos logros de la etapa de Largo Caballero sobrevivirán".

Los tiempos del sindicato vertical. El dilatado periodo franquista está representado con amplia iconografía. Desde seminaristas haciendo deporte, a una imagen llena de contrastes: dos damas del Auxilio Social entregan una ayuda a una familia rural de aspecto depauperado y ropas zarrapastrosas. Dentro de la iconografía productiva, un cartel anima así a los trabajadores: "Un hombre más para el trabajo, un pobre menos en la calle".

En un texto de 1940 se consagra la discriminación de la mujer en la industria azucarera: el personal femenino percibirá un salario equivalente al 70% del abonado a los hombres. El trabajo femenino se restringe y las casadas desaparecen prácticamente del mercado. El 22 de julio de 1961, sin embargo, se aprobará la ley de derechos políticos y profesionales y de trabajo de la mujer, que supone una tímida rectificación. "Con esta ley se intenta hacer compatibles las exigencias de los tiempos con los principios del Fuero del Trabajo. Se libertará a la mujer casada del taller y de la fábrica...", comenta Luis Vélez, uno de los inspectores de Trabajo que ha participado en la muestra.

La contradicción entre el avance social y económico de la época y la merma de derechos políticos y sindicales se plasma en otras instantáneas: desde la de un joven limpiabotas rodeado de un paisaje de zapatos, tomada en 1966, a la de una asamblea clandestina en el bosque de Sabadell en 1973.

La vuelta a la democracia. Más cercana, la etapa democrática ofrecen un caleidoscopio de imágenes: desde la gran sala de una fábrica en la que los empleados están sentados en sillas "no ergonómicas", a imágenes de empleo temporal e informes de inspectores sobre el trato a inmigrantes. Indignado ante la actuación de un empresario que negaba la relación laboral con un inmigrante fallecido, el inspector critica a quienes proceden de ese modo y olvidan que "tras estos actos hay personas no animales".

Un grupo de mineros en la bocamina La Nueva (Asturias) en una imagen tomada en torno a 1932. (Archivo Pozo Fondón, HUNOSA)
Un grupo de mineros en la bocamina La Nueva (Asturias) en una imagen tomada en torno a 1932. (Archivo Pozo Fondón, HUNOSA)

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