_
_
_
_
Reportaje:El futuro de Euskadi | La cooperación internacional

Estrecho contacto entre París y Madrid

El primer ministro francés acuerda con Zapatero mantener una comunicación permanente tras el alto el fuego de ETA

Un total de 160 personas se encuentran encarceladas en Francia por vinculación a ETA, según datos del Ministerio de Justicia de ese país -otras fuentes lo rebajan a 153-, la mayoría pendientes de juicio. La implicación de París, decisiva para poner a la banda contra las cuerdas, ha situado en las prisiones a un número de presuntos etarras o de personas ya condenadas por serlo mucho mayor que el de vinculados a los terrorismos islamista o corso, pese a que estos últimos inquietan más a la opinión pública de ese país.

El primer ministro francés, Dominique de Villepin, ha acordado con José Luis Rodríguez Zapatero mantenerse "en estrecho contacto" sobre el proceso abierto por el alto el fuego permanente declarado por la banda. París no ha cambiado su línea habitual de considerar a ETA un "problema español", pero el elevado número de etarras en sus cárceles le hace partícipe casi inevitable de una futura negociación, aunque una veintena son de nacionalidad francesa.

Independentistas del País Vasco francés también reclaman un referéndum
Más información
"La democracia debe a las víctimas un pacto de memoria y apoyo"

Si la alianza policial ha sido fuerte, el Gobierno de París se ha negado a ilegalizar a Batasuna. En su calidad de primer ministro, Jacques Chirac había ordenado la disolución de Iparretarrak en los años ochenta por "atentar contra la integridad del territorio nacional, sustrayendo todo o parte del departamento de Pirineos Atlánticos a la soberanía francesa", por medio de actos terroristas. Pero Batasuna se registró en 2001 en la subprefectura de Bayona (País Vasco francés) con el simple y teórico objetivo de "promover y defender los derechos individuales y colectivos, así como la democracia en el País Vasco". Las órdenes de cierre de las sedes de este partido, instadas por la fiscalía de la Audiencia Nacional en 2002 y aceptadas en su día por el juez Baltasar Garzón, no afectaron a los locales de Batasuna en el País Vasco francés.

En este territorio, el independentismo representa una minoría de la población. De un censo electoral de 240.000 personas, Batasuna recogió 891 votos en las últimas legislativas (junio de 2002), sin presentar candidatos, sino papeletas en las que iba inserta la palabra "democracia". Poca cosa para inquietar a la República Francesa. No obstante, Batasuna pide ahora al Gobierno de París que se implique en "un acuerdo político" en torno a la consulta a la población vasca sobre el futuro estatuto político e institucional.

En la Batasuna francesa militan personas escindidas de otra organización de izquierda nacionalista, Abertzaleen Batasuna, que obtuvo 7.570 votos en las elecciones citadas. Este grupo ha rechazado los métodos terroristas, pero reclama la potenciación de la lengua vasca y la escisión del departamento de los Pirineos Atlánticos, que integra administrativamente a territorios vascos y bearneses. Ningún Gobierno francés lo ha consentido. El grupo Abertzaleen Batasuna quiere aprovechar el momento para lanzar otra vez el debate sobre ese departamento vasco separado.

A las autoridades francesas no les han preocupado los movimientos independentistas vascos, por su pequeñez y porque ETA no ha matado a nadie en su territorio. Incapaz de batirse contra dos Estados a la vez, la organización terrorista concentró toda su potencia asesina sobre España y preservó a Francia como santuario de sus dirigentes, comandos y arsenales hasta tiempos relativamente recientes. Los años de pasividad hacia la organización terrorista durante la presidencia de Valéry Giscard d'Estaing y en la primera etapa de François Mitterrand -Gaston Defferre, el primero de sus ministros de Interior, se negaba a entregar a "resistentes" a España- terminaron en la segunda mitad de los años ochenta, coincidiendo con el fin de la guerra sucia de los GAL.

Hubo golpes duros, como el de la detención de la cúpula etarra en Bidart, en 1992. Sin embargo, los cambios sistemáticos comenzaron tras la ruptura de la penúltima tregua de ETA, en un clima antiterrorista favorecido por los atentados islamistas de septiembre de 2001. Fue un Gobierno de izquierdas, dirigido por Lionel Jospin, el que empezó los preparativos para flexibilizar la rígida legislación que dificultaba las entregas de etarras a España e incrementó los efectivos policiales contra ETA.

La izquierda francesa quedó apeada del poder en 2002, pero el Gobierno de José María Aznar encontró un interlocutor aún más sensible en la persona del nuevo ministro de Interior, Nicolas Sarkozy. No fue él, sino su rival, Dominique de Villepin, el que estaba en Interior cuando ETA recibió el golpe más fuerte: al alba del 3 de octubre de 2004, las fuerzas a sus órdenes penetraron en la mansión bearnesa donde vivía Mikel Albizu Iriarte, Mikel Antza, considerado el hombre clave de la banda. Militantes, armas y escondrijos cayeron todos a la vez en la Operación Santuarios, preparada por la Guardia Civil junto con los servicios franceses y la juez encargada de los sumarios contra ETA, Laurence Le Vert.

Pese a su implicación, los políticos del país vecino se abstienen de todo protagonismo. En cada operación han dejado a los sucesivos ministros españoles de Interior que se colgaran las medallas, ya que el arresto de una sucesión de jefes de ETA mueve pocos votos al norte de los Pirineos.

En definitiva, el manejo de la cuestión de ETA es más delicado de lo que parece para las autoridades francesas. Tienen que dedicar efectivos a las operaciones, multiplicar los controles, vigilar a cientos de presos, ocuparse de decenas de extradiciones o entregas temporales; han tenido que revisar parte de su legislación para permitir una colaboración judicial más fluida; se han visto señaladas con el dedo cientos de veces desde España, como culpables de no hacer lo suficiente.

La alianza policial y judicial con España sobrevivió al peor momento de la relación Madrid-París, cuando el presidente Chirac y su entorno estallaron de cólera ante el alineamiento de Aznar con George W. Bush, el presidente de los Estados Unidos. Ahora, José Luis Rodríguez Zapatero cuenta en París con todo el apoyo oficial. Chirac y los suyos también le necesitan: cuarteado el eje con Berlín, el presidente del Gobierno español cada vez les parece mejor aliado.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_