La difícil transformación de un gigante
La polémica rodea al Museo Reina Sofía, que atraviesa una compleja etapa de maduración, según su directora, Ana Martínez de Aguilar
El 10 de agosto de 2005, un operario se dejó una manguera abierta en una terraza de la fachada nordeste del nuevo edificio del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. El agua (con un caudal equivalente a 1.100 litros por hora) provocó una gotera que rozó el marco de la obra de Juan Gris Frutero y periódico. Tres meses después de la gotera, en octubre, se descubrió que la escultura de Richard Serra Equal-Parallel / Guernica-Bengasi llevaba años desaparecida. La puntilla llegó con la filtración a la prensa de un informe interno sobre el estado de los almacenes del edificio de Sabatini. Ante la ola de críticas, la directora del centro desde mayo de 2004, Ana Martínez de Aguilar, compareció el pasado 14 de marzo ante la Comisión de Cultura del Congreso de los Diputados, donde admitió la falta de personal y la compleja puesta en marcha de las nuevas instalaciones.
Según la dirección, el museo tendrá en pocos meses un mínimo de 200 trabajadores más
El nuevo edifico del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, firmado por el arquitecto francés Jean Nouvel y ejecutado por el español Alberto Medem, se inauguró por partes y sin estar terminado entre junio y septiembre de 2005. Con las nuevas salas se hizo público el nuevo plan museológico aprobado por Martínez de Aguilar.
Su proyecto fue duramente contestado por sectores de artistas, galeristas y críticos que achacaron al plan ser sólo una reflexión conceptual que ni definía ni ordenaba la colección permanente y que además dejaba fuera el arte del presente. "No se trata de un documento cerrado ni estático sino de un punto de partida, un esquema flexible propio de un museo joven", se defendió la directora.
Durante los cuatro años de obras, el Reina Sofía, hasta entonces limitado a los muros de piedra del llamado edificio Sabatini, creció poco a poco al incorporar el gigante de cristal y metal gris y rojo de Nouvel. Arquitectura-espectáculo para un centro de arte ahogado en sus viejas dependencias; un nuevo edificio inmenso, complejísimo y de cifras astronómicas (84.048 metros cuadrados, 92 millones de euros invertidos...) en el que se han detectado "deficiencias constructivas", según señaló en el Congreso de los Diputados la directora, que compareció para explicar el origen de las goteras en el nuevo edifico.
El equipo de Nouvel en España, capitaneado por Alberto Medem, se ha mantenido al margen de la polémica, aunque dentro del estudio de arquitectos no se oculta el malestar por las palabras de Martínez de Aguilar. Lo que ella llama "deficiencias" en la cubierta ellos lo llaman, simplemente, "mejoras". Un matiz técnico y semántico que consideran importante. "Estamos encantados con el diseño y con la arquitectura de Nouvel", dice la directora. "El edificio se inauguró antes de que estuviera terminado porque existen una serie de compromisos con instituciones internacionales. Evidentemente, estamos en un momento de rodaje, de transición, y queda trabajo". Sobre las quejas ante las nuevas salas (malas, según algunos montadores de exposiciones, que afirman que se diseñaron sin consultar antes a los conservadores del centro), Martínez de Aguilar responde: "Son estupendas. Además, el museo ideal para todo y para todos no está todavía inventado".
En el Reina Sofía se resumen las contradicciones de la nueva cultura del espectáculo, apunta un galerista madrileño. "Es verdad que sus visitantes han crecido un 10% este año, pero ese crecimiento no tiene nada que ver con el arte o las exposiciones del museo sino con el nuevo edificio. Cuando la novedad pase vendrán las cifras reales y entonces lo importante será la oferta museológica. Y ésa, de momento, o no existe o nadie la conoce".
"Yo llego en un momento muy difícil, pero apasionante", dice Martínez de Aguilar. "Lo normal es que una institución de estas dimensiones y de esta importancia tenga problemas pero lo fundamental es cómo nos enfrentamos a esos problemas y el lugar adonde vamos. Ahora tenemos que culminar este proceso de cambio que ha vivido el museo, dar el paso definitivo. Éste es un proyecto que se está adecuando... Estamos madurando y eso no es fácil".
"Las deficiencias en el almacén se conocen por un estudio que yo misma encargué nada más llegar al museo", continúa la directora. "Ese informe se elaboró para poder adecuarnos correctamente a la complejidad y sofisticación técnicas de los nuevos almacenes. Las obras siguen almacenadas en el edificio de Sabatini, a la espera de distribuirlas en los nuevos 4.000 metros del edificio de Nouvel".
Ese proceso se realizará en dos fases y durará dos años. En el Reina Sofía trabajan más de 400 personas, entre funcionarios, personal laboral y personal de empresas externas. Según la nueva dirección, el museo tendrá en pocos meses un mínimo de 200 trabajadores más. La contratación depende de tres ministerios (Cultura, Administraciones Públicas y Hacienda). "El ritmo es endemoniadamente lento, y no sólo en la contratación de personal sino también en la vida diaria del museo", dice Martínez de Aguilar.
José Guirao, ex director del Reina Sofía, reconoce esa falta de un estado jurídico más ágil para gestionar el museo. "Pero al margen de cuestiones puntuales", dice Guirao, "el problema de fondo es la orientación del museo una vez que se ha concluido la ampliación. Es decir, el plan museológico, que está por definir. El plan que se ha presentado sólo es un punto de partida, un documento muy vago. Para mí, el problema real es presentar un plan de verdad, que sea coherente".
"Éste es un museo joven y muy frágil", afirma Amelie Aranguren, coordinadora de Espacio 1, uno de los rincones más vanguardistas del centro. "Ni tiene un pollock ni lo tendrá nunca. Tiene que construir su futuro y diluir cada vez más la frontera con la calle. El arte contemporáneo tiene que entrar en el museo".
Reproducir la esencia
En 1987, el Estado compró por 36 millones de pesetas la obra Equal-Parallel / Guernica-Bengasi.
A pesar de ser propietario de la instalación, sus derechos y los de su reproducción pertenecen exclusivamente a su creador, el estadounidense Richard Serra. La obra fue expuesta en 1986 dentro de la exposición
Referencias,
y su comisaria, Carmen Giménez, ha sido el contacto en España del artista.
La obra tenía una especial simbología ya que evocaba el espacio de la sala A1 del propio museo y por eso la nueva directora, Ana Martínez de Aguilar, quiso rescatarla para la nueva etapa del centro. Fue al seguir su pista cuando se descubrió que la pieza de 38 toneladas se había perdido.
"Serra no será un problema. Todo lo contrario", asegura Giménez. "La actitud de la directora del museo ha sido muy importante para él. Se ha quedado muy sorprendido y está dispuesto a autorizar, si no se encuentra la obra, que vuelva a construirse. Él vendría a España para que se reinstalara de la misma manera que la original".
La obra está construida con láminas de acero corten que sólo se fabrican en Alemania. "Volver a fabricarlo sería costoso", añade Giménez, "pero mucho más volver a comprarla". José Guirao, ex director del Reina Sofía, insiste en la generosidad del artista: "Se está portando como un caballero".
"Serra sabe que guardar sus esculturas es complicado, por eso pidió que las piezas del Guggenheim de Bilbao estuvieran expuestas al menos 25 años. No es la primera vez que tiene problemas", continúa Giménez. "En Nueva York destruyeron una pieza, un encargo del Gobierno que no gustó a los vecinos. La desmontaron y él obligó a que la destruyeran".
"Todo este asunto debe servir para plantear problemas más importantes, como la falta de continuidad en la dirección del museo", dice Amelie Aranguren, coordinadora del Espacio 1. "La obra de Serra no es como un cuadro, es una instalación, una idea, está en su cabeza. Se puede volver a reproducir siendo igual de original, guardando toda su esencia".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.