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El futuro de Euskadi
Columna
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El contexto

Josep Ramoneda

Permanente: que permanece. Permanecer: mantenerse sin mutación en un mismo lugar, estado o calidad. No sé si estas definiciones del diccionario de María Moliner sirven para evaluar un mensaje político. Pero, sin duda, la palabra permanente es la que más dará que hablar del comunicado en que ETA declara un alto al fuego. Permanente es más que indefinido y probablemente es menos que definitivo. Del mismo modo que alto al fuego es más contundente que tregua que, por definición, es pasajera. El lenguaje de la declaración de ETA nada tiene que ver con el carácter farragoso y retórico de sus textos habituales. Podría ser perfectamente un comunicado pactado. No hay ninguna amenaza de retorno a la violencia, ETA no se reserva ningún papel especial en el proceso, no hay referencia concreta a los presos y las exigencias son vagas y se mueven en el terreno de los principios. La primera cuestión, sin embargo, será verificar el alcance del alto al fuego. Es decir, asegurarse de que se acabaron los atentados, pero también las extorsiones a empresarios y la kale borroka.

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Por positivas que sean las señales emitidas por ETA, no hay duda de que la historia obliga a ser extremadamente prudentes. Pero hay algunos factores nuevos que no se pueden desdeñar y que hacen pensar que esta vez las expectativas son algo mejores. Los grupos terroristas se caracterizan por su aislamiento social y por su ensimismamiento. La clandestinidad y la necesidad de seguir motivando a los comandos les conduce a menudo a creerse unas fantasías que nada tienen que ver con la realidad. La violencia además se convierte a menudo en el verdadero motor de estos grupos, hasta el punto de que deja de ser un instrumento para convertirse en un fin. Pero este autismo tiene sus límites. El grupo puede creerse sus mentiras mientras piensa que va ganando o por lo menos que cuenta con un amplio apoyo. Cuando su brazo civil es ilegalizado sin que se produzca ningún terremoto en el País Vasco, cuando los presos pierden toda esperanza, cuando las dificultades políticas y técnicas para hacer atentados son cada vez más grandes, cuando la sociedad se acostumbra a prescindir de ellos y empieza a darlos por amortizados, tarde o temprano acaban entendiendo que nunca conseguirán sus objetivos por la fuerza. Esta es la primera premisa de cualquier fin de la violencia. Si a este contexto añadimos la irrupción del terrorismo islamista internacional, que ha dejado completamente fuera de juego a estas formas de terrorismo local, es indudable que el marco en que se produce el alto al fuego es muy distinto de otros momentos.

A esta realidad contextual hay que añadir otro elemento: dígase como se quiera, utilícense los eufemismos que se consideren necesarios, este anuncio de tregua es el resultado de un proceso de negociación que contaba por lo menos con el aval implícito del Gobierno. No es por tanto un gesto que ETA toma por libre para provocar algún efecto calculado sobre la escena. Y se nota en el estilo y tono del comunicado. Si se ha llegado hasta aquí, cabe pensar que de algún modo están definidos los protocolos a seguir. Sin duda, la legalización de Batasuna o de algo plenamente representativo del entorno etarra ocupará las primeras etapas del proceso que se abre ahora. Probablemente la necesidad que Batasuna tenía de poder acudir a las próximas elecciones municipales tenga que ver con el calendario del alto al fuego. ETA en su comunicado en ningún momento pide plaza en las mesas políticas que se constituyan en el futuro. Sin la violencia, de algún modo habrá que encauzar la representación de la izquierda abertzale.

Hace tiempo que el País Vasco ha dado por amortizada a ETA. Y realmente ha sido el momento en que la sociedad vasca ha asumido que era posible y deseable derrotar a ETA cuando ha llegado el principio del fin de esta organización. A que este momento llegara ha contribuido tanto el anterior Gobierno del PP como el actual del PSOE. Sería incomprensible, además de irresponsable, que el resentimiento arrastrara a los actuales dirigentes del PP a quedarse fuera del proceso o a ponerle trabas. En la derecha tiene alguna carta de naturaleza la idea de que para preservar la unidad de España más vale una ETA de baja intensidad que la desaparición de ETA, porque, sin violencia, tarde o temprano el País Vasco se irá. Sería una pena que tan perverso argumento impidiera a la derecha compartir con los demás este momento de esperanza.

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