Fruta carnosa y fulgor mineral

José Antonio López, que ya demostró su saber y ambición vitivinícola con Morgadío, ratificada con su excelente vino Lusco, se ha incorporado al escogido -y todavía pequeño- grupo de elaboradores de albariño capaces de superar la dorada medianía de este varietal intenso y agradecido, para adentrarse en el terreno de los mejores blancos. Una difícil y arriesgada alquimia que metamorfosea la elemental fruta carnosa (manzana, albaricoque) de esta uva en una compleja mixtura de cítricos, flor y hierbas. Notable hazaña que se redondea con el misterioso fulgor mineral del pedernal. Algo sólo posible con cepas muy viejas cuya larga raíz principal ha creado laberintos de piedra en las profundidades de la tierra.

En este caso, un viñedo plantado en 1970 sobre suelo granítico degradado, cuando el albariño no dejaba de ser una bebida lugareña, generalmente muy mal elaborada. Luego, una crianza sin madera, basada en el largo reposo sobre lías finas, que aporta la urdimbre primigenia necesaria para que el gusto, graso y suave, se compacte; la boca, agradecida, se excite con la acidez, y el paladar, entregado, se entusiasme en el final largo y goloso.