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Entrevista:JOSÉ ANDRÉS ROJO | Premio Comillas

"Franco hizo que el general Rojo fuera un muerto en vida"

Juan Cruz

El general Vicente Rojo, que organizó la defensa de Madrid y siempre se mostró leal a la República, de la que llegó a ser el oficial más destacado, quiso volver a España desde el exilio, y cuando creyó que los últimos años de su vida iban a ser pacíficos en su patria, recibió una citación de la policía militar, sufrió juicio y fue condenado a cadena perpetua "por auxilio a la rebelión". El general Franco, rebelde contra la República que defendió Rojo, le convirtió, como ahora dice su nieto, "en un muerto en vida".

José Andrés Rojo (La Paz, Bolivia, 1958), nieto del general, periodista de EL PAÍS, ha contado la vida de su abuelo en su libro Vicente Rojo. Retrato de un general republicano, premio Comillas, editado por Tusquets. Anoche se presentó en Madrid. En esta entrevista el autor habla, sobre todo, del periodo de regreso del general Rojo a España.

"No había estado contaminado por partidismos, y eso le confería credibilidad"
"Franco había dicho: 'Negadle el pan y la sal'. Se hundió su ánimo"
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Todo un acto de reconocimiento

Pregunta. ¿Sintió pudor al escribir sobre su abuelo?

Respuesta. Pero lo fui superando. El libro es de una gestación muy larga. Empecé en el año 2000, pero en realidad lleva en mi cabeza desde hace 20 años.

P. ¿Qué buscaba?

R. A un hombre cuya vida me intrigaba. Cada vez que me encontraba con gente en España, tanto de derechas como de izquierdas, me hablaban con admiración del general Rojo: "Ah, tu abuelo, qué gran hombre". Supe que esa admiración común se basaba en que él "había cumplido con su deber", en que defendió con entrega la legalidad de la República, pero todas esas explicaciones me resultaron insatisfactorias. ¿Quién era? Eso era lo que me quería responder. Y encontré en Bolivia, donde estuvo exiliado, unos papeles que me fueron dando la respuesta.

P. ¿Qué encontró?

R. Sobre todo, unos papeles que había reunido en una carpeta que tituló Regreso a España. Era meticuloso hasta la exasperación, y ahí estaban reunidas todas las gestiones que había realizado para volver a su país. En esa carpeta había documentación, cartas...

P. Pero ya había consultado usted otros documentos.

R. El primer contacto que tuve con su personalidad fueron los 30 folios de su Autobiografía, que me dejó mi padre. Me dije: "¡Por fin tengo un texto que me va a explicar quién era aquel militar republicano y católico!". ¡Pero no explicaba absolutamente nada! Dedicaba tan sólo tres páginas a la Guerra Civil, decía que había defendido el régimen legal, que hizo lo posible por que ganara la República y que evitó excesos republicanos contra sus enemigos... Pero lo que resultaba obvio en ese texto era que lo que más le había preocupado, lo que más le hirió, fue el regreso del exilio.

P. ¿Cómo se produjo?

R. Hubiera sido fácilmente criticable: un hombre de tanta importancia militar en la República regresa a España cuando hay en su país, aún, una dictadura brutal.

P. ¿Y por qué regresa?

R. Él dice que lo hace para "pelear desde dentro", porque considera que España está dando pasos muy graves que comprometen el futuro del país; entre ellos, los tratados con Estados Unidos... Considera que España no debe comprometerse con ninguna de las dos grandes potencias. Pero yo no me he creído esas excusas, que por otra parte en ese momento ya eran tremendamente ingenuas. Él vuelve, creo yo, porque su mujer no se había adaptado al exilio boliviano y porque él mismo tiene un enfisema que desaconseja tajantemente que viva incluso en una altura como la de Cochabamba.

P. Y volvió. ¿Despejó usted las dudas sobre el regreso de su abuelo?

R. Él le envió desde Buenos Aires, ya de vuelta, una carta a un amigo; le explicaba que, por ser el general de más autoridad entre los que quedaban, podía dar testimonio en España de lo que había significado el golpe contra la República. Consideraba, y era cierto, que no había estado contaminado por partidismos, y que eso le confería credibilidad a la hora de denunciar los desmanes provocados por el golpe militar.

P. Le dejaron tranquilo poco tiempo.

R. Unos meses. Le habían negado el visado reiteradamente; un hijo que vivía en Madrid hizo gestiones ante militares (entre ellos, Muñoz Grandes); el general Rojo viene, y así lo dice, a morir a su país. Para que pudiera regresar llegó a mediar el obispo de Cochabamba. Y el Consejo de Ministros que preside Franco le deja entrar. Después de un tiempo muy privado, lo reclamó el juez instructor militar. Le hace un expediente informativo, a la vez que le advierte que no se preocupe, que es un mero trámite burocrático.

P. Y de ahí surge una causa criminal...

R. Sí, y él, perplejo, descubre que le acusan ¡de rebelión militar! "Yo que nunca me he rebelado, acusado por quienes se rebelaron". Empezó la pesadilla del juicio, acepta un abogado defensor de oficio, es condenado a cadena perpetua, interdicción civil e inhabilitación absoluta. Finalmente, le amnistiaron de la pena de cadena perpetua. Franco había dicho: "Negadle el pan y la sal". Se hundió su ánimo, dice en su libro autobiográfico. Se consideró un muerto en vida, lo dice así.

P. ¿Cómo fueron sus últimos años, hasta su muerte, en 1966?

R. Hay puro dolor y soledad, aunque él dice alguna vez: "Lo único que me queda es la alegría".

P. No hay en su biografía referencias a una mala relación directa con Franco.

R. Su impresión del régimen era terrible: había destrozado un país lleno de vida; eso pensaba. Y los españoles vivían perseguidos por el miedo. Eso tenía contra el dictador. Pero en la guerra siempre se refirió a sus adversarios como el bando rebelde, Franco no era un punto de referencia.

P. ¿Y sus compañeros se acercaron a él?

R. Algunos lo intentaron, pero él les alivió el mal trago. Un joven oficial que fue a visitarle y un militar boliviano del que había sido profesor se acercaron a él, pero tuvieron que dar marcha atrás. El régimen no quería que el general Rojo fuera otra cosa que un muerto en vida.

P. ¿Murió triste?

R. Difícil decirlo. Reivindicaba la alegría. Ni amargado, ni triste. Era un hombre muy cordial, muy trabajador, escribió y escribió y escribió; ésa era su pasión, y su ilusión. Sí, puedo decir que murió sin ningún resentimiento.

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