_
_
_
_
_
LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La encrucijada

Josep Ramoneda

EL PRESIDENTE Zapatero ha emitido tantas señales respecto a un proceso de fin de la violencia en Euskadi que su futuro político está cada vez más ligado a lo que haga ETA. La sensación de que se está a la espera de un anuncio de ETA no sólo es incómoda, es desagradable y, en cierto sentido, degradante. Pero tal como se han llevado las cosas, para Zapatero la tregua es ya una necesidad. Afortunadamente para el presidente, el escepticismo de los ciudadanos juega a su favor: estamos acostumbrados a las frustraciones en materia de terrorismo. Dicen sus aduladores que el presidente lleva el optimismo en la sangre. Confiemos, sin embargo, que este don natural no le impida la humana debilidad de tener momentos de duda. Y si mira al pasado se encontrará con un hecho que merece reflexión: sus dos antecesores salieron del poder con una imagen mucho peor de la que podían haber soñado por dos hechos relacionados con ETA: el GAL y el intento de endosar doscientos muertos al terrorismo vasco. No es ningún fatalismo. Es, simplemente, el recuerdo de lo extremadamente compleja y delicada que es la política antiterrorista.

La actividad de ETA ha repuntado, la campaña de extorsión a empresarios y profesionales vascos se ha intensificado mucho, y vuelve la violencia callejera. Para el PP es la prueba de que las cosas se están haciendo mal; los optimistas establecen comparaciones con las semanas previas a la anterior tregua de ETA y presentan estos hechos como un acopio de recursos para cuando no puedan chantajear con atentados y como la repetición de un cierto ritual destinado a que su gente no vea una hipotética renuncia a la violencia como una prueba de debilidad y derrota.

Desde el Gobierno hasta el entorno abertzale todo el mundo coincide en que este proceso -convertir la derrota de ETA en fin definitivo de la violencia- será largo y no exento de obstáculos. Dicen que en Batasuna cifran el final en 2012. No creo que esta fecha tenga más valor que cualquier otra, pero en todo caso es indicativa de que se tardará tiempo en poder decir que este problema se acabó. Hay, sin duda, una cita en el calendario, las próximas elecciones municipales, que presiona positivamente sobre el proceso. Para Batasuna, poder presentarse a ellas es cuestión de vida o muerte. Ante los largos tiempos que el proceso requiere, es ya ineludible que el Gobierno pueda contar con el apoyo del PP. Y esto impone obligaciones a las dos partes: a Zapatero, puesto que él como presidente es en última instancia el responsable de que el acuerdo exista, y a Rajoy, que debe abandonar la irresponsabilidad de utilizar la lucha antiterrorista para regresar al poder.

La advertencia de Maite Pagaza no puede pasar inadvertida a ninguno de los dos. Zapatero no puede escudarse en la intransigencia del PP. Y Rajoy, si no es sordo, habrá entendido que, en el fondo, le estaban diciendo que basta ya de utilizar a las víctimas. También el PP está en su particular encrucijada. Y debe decidir el camino que toma. Los que leen bien las encuestas -y en el PP los hay- saben perfectamente que no tienen razones para el triunfalismo: han fidelizado a los suyos pero se están encerrando en su propio espacio. El PP tiene fuera de su alcance la mayoría absoluta, y sin ella, aislado de los demás partidos, es improbable que gobierne.

Si la política fuera siempre lógica, como pretenden los que olvidan el decisivo factor humano, los populares abandonarían una buena parte del ruido que generan y emprenderían rutas más positivas para la acción opositora. Pero todos sus dirigentes -incluido Rajoy- están contaminados hasta las cejas por el principio del resentimiento. Para algunos de ellos es imposible cambiar; otros, si cambiaran, no serían creíbles, y a los que pueden cambiar les servirá de poco si no pueden quitarse de encima el lastre que les dejó Aznar: los hombres de la guerra y de la desastrosa gestión del 11-M. De ahí que el juicio sobre las intenciones de la convención del PP quede congelado hasta ver en qué se traduce en la práctica. No es fácil imaginarse a Acebes transmutado en Rato, y, hoy por hoy, la imagen del PP sigue siendo Acebes.

La ciudadanía juzgará, en su momento, quién ha trabajado para el fin de la violencia y quién ha utilizado el terrorismo con criterios estrictamente partidistas.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_