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Pasión, razón e interés en la negociación del Estatut

Para intentar entender lo que está pasando en la actual negociación del Estatut de Cataluña hay que partir de la idea de que, en política, los actores adoptan sus decisiones motivados por la pasión, la razón o el interés. No hay nada de extraño en ello, puesto que en nuestra vida cotidiana, como ciudadanos anónimos, también adoptamos nuestras decisiones sobre la base de alguno de estos tres tipos de motivación. Por poner un simple ejemplo, hay gente que, en un estado de pasión amorosa irrefrenable, decide casarse bajo las normas matrimoniales de 1997 del Estado de Luisiana, que establecen unos requisitos más rigurosos que el matrimonio convencional tanto para casarse como para el divorcio. El mecanismo que explica por qué dos personas desearían optar por este tipo de matrimonio es bastante sencillo: en ese estado de fervor pasional, optan por esta alternativa maximalista para mitigar el riesgo de, una vez enfriada la pasión, tomar la decisión de contraer matrimonio con más distancia y objetividad (es decir, desde el interés o la razón), y por tanto, con un resultado diferente al deseado originalmente.

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Los políticos y la política se mueven en sus decisiones igual pues que el resto de los hombres. Como esto se sabe desde que la política existe, la Constitución española estableció que para reformar el Estatut se requiere el acuerdo de las Cortes generales (por mayoría absoluta) y el Parlament. Una vez que exista dicho acuerdo, el texto resultante debe ser aprobado por referéndum en Cataluña.

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Se trata, como vemos, de un procedimiento bastante rígido. No entro ahora en la cuestión de si la decisión del constituyente español se hizo desde la pasión, la razón o el interés. Lo cierto es que este procedimiento se estableció precisamente para "enfriar" pasiones, en el bien entendido de que justamente un mecanismo que ralentizara la puesta en marcha y aprobación de la reforma de un texto legal de una Comunidad Autónoma con potentes reivindicaciones nacionalistas, haría triunfar finalmente la razón (el bien común) sobre la pasión (la previsible espiral de fervor nacionalista en la que se podría entrar en determinadas circunstancias políticas).

Pues bien, estas circunstancias a las que me refiero se han dado, y como era previsible, la espiral de efervescencia nacionalista que las mismas anunciaban también se ha desencadenado. Tras las últimas elecciones catalanas, se forma un gobierno tripartito con una fuerte impronta nacionalista. Por su parte, CiU, el partido que había asumido el papel de guardián de las esencias nacionalistas en Cataluña, queda relegado a la oposición, lo que no ha hecho sino radicalizar su hasta ahora atemperado nacionalismo. Dicho de otro modo, los principales partidos catalanes compiten hoy en día en nacionalismo con todo el fervor y la pasión que son capaces de exhibir.

En este contexto, se plantea la reforma del Estatut. Tanto el tripartit como CiU sabían perfectamente que, teniendo en cuenta lo lento y pesado que es el procedimiento de reforma del Estatut, las cálidas pasiones nacionalistas podrían irse enfriando a medida que el tiempo pasara, de tal manera que la pulsión nacionalista acabara siendo sustituida por la fría razón o incluso el gélido interés. Era necesario hacer un acto casi romántico, similar al de los amantes que se casan bajo reglas más estrictas, para intentar esquivar el riesgo de adoptar una decisión motivada por parámetros diferentes. Así, la propuesta de reforma de Estatut se aprobó por casi un 90% del Parlament, aun a sabiendas de que el texto propuesto rebasaba en mucho la propia Constitución. Por otro lado, que la propuesta se hiciera desde la pasión nacionalista no significa que los protagonistas de la misma estuvieran actuando de manera irracional; sólo significa que éstos no estaban motivados en su conducta ni por la razón (que he identificado aquí con el bien común) ni por el interés, sino que más bien se dejaron llevar por la emoción del momento. La pasión es lo que les impulsó a adoptar un acto extremo, y a hacer todo lo posible por que dicho acto saliera del Parlament lo más reforzado posible políticamente hablando. Sin embargo, los partidos catalanes que apoyaron la propuesta de reforma del Estatut sabían bien lo que hacían. Sabían bien, en primer lugar, que en un momento ulterior al de la aprobación en el Parlament, las Cortes Generales harían todo lo posible por rebajar el contenido del texto. Y temerosos de que finalmente ello les hiciera aceptar un Estatut muy diferente al realmente preferido, enviaron a las Cortes el texto que hoy conocemos.

Explicar la aprobación del proyecto de reforma del Estatut por parte del Parlament como un acto gobernado por la pasión, más que por el cálculo electoralista o por el simple bien común, puede parecer contra-intuitivo pero en realidad abundan los ejemplos de diseño constitucional realizado desde la más enfervorizada de las pasiones. Por ejemplo, Jon Elster cita los casos de la Constitución francesa de 1791 y la alemana de 1848. Según este autor, ambas constituciones se adoptaron en un ambiente de entusiasmo sin precedentes. Curiosamente, dicho fervor fue, en gran medida al menos, responsable del hecho de que ninguna de ellas durara demasiado en el tiempo. Y es que lo paradójico de la pasión como motivación de nuestra conducta es que aunque aquella nos proporciona una fuerte sensación de sentido en relación con las cosas que acometemos, al mismo tiempo nos arrastra de manera casi irremediable hacia lugares muy distintos de los que originalmente hubiéramos deseado llegar.

Los últimos desarrollos que han tenido lugar en relación con la negociación del Estatut parecen confirmar justamente esa capacidad que tienen las decisiones motivadas por la pasión de producir resultados muy diferentes a los originalmente deseados por los actores que las tomaron. Así, ya para empezar, el acuerdo que ha permitido encauzar la negociación se ha tomado entre el Gobierno y el principal partido de la oposición en Cataluña. Tampoco deja de ser sorprendente que ERC, uno de los partidos que forma el tripartit y que más apostó por el proyecto, haya quedado completamente fuera de juego como consecuencia del acuerdo de conjunto entre CiU y el Gobierno. Y también podrían producirse más sorpresas en el futuro. Como les ocurre a los amantes de Luisiana cuando quieren deshacer su exigente contrato matrimonial, algunos de los partidos catalanes que propiciaron el proyecto de Estatut aparecen ahora atrapados entre las redes de sus propias pasiones, una vez que las consideraciones de la razón y sobre todo del interés han irrumpido con fuerza en este proceso.

Antonio Estella es profesor titular de Derecho Administrativo, Universidad Carlos III de Madrid.

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