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Columna
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Curro estaba allí

Andrés Ortega

Cuando la Administración de Bush y Sharon presionaron en 2003 para despojar de todos sus poderes al entonces presidente de la Autoridad Palestina (AP), Yasir Arafat, y pasárselos al nuevo cargo de primer ministro, que iba a ocupar Mahmud Abbas (Abu Mazen), los europeos, y a su cabeza el enviado de la UE en Oriente Próximo, Miguel Ángel Moratinos (Curro, como le llaman afectuosamente muchos de los que le conocen, hoy ministro de Exteriores español) y el alto representante, Javier Solana, insistieron en que el jefe del No Estado conservara algunos resortes. Consiguieron dejar en sus manos el control sobre la mitad de las fuerzas de seguridad palestinas (que en parte ha formado y equipado la UE y que ahora Hamás reclama), la última palabra en las negociaciones con Israel, la red de gobernadores y la capacidad de disolver la Asamblea legislativa, además de mantener separada a la OLP como instancia provisional pero con poder muy real y dinero.

Gracias a esa insistencia y a la labor diplomática europea de estos años, el hoy presidente Abbas, también elegido democráticamente hace unos meses, puede plantear una cohabitación con un Gobierno nombrado por Hamás, el grupo integrista y violento que ha ganado las legislativas (con tres veces más dinero que Al Fatah para la campaña), y erigirse no sólo en muro de contención frente a la marea de los de las gorras verdes, sino también en el interlocutor de la UE y otros para hablar con Hamás, al menos mientras se forma el nuevo ejecutivo palestino. Si en vez de formarse un equipo de técnicos, entraran directamente en este Gobierno dirigentes de Hamás, podrían favorecer así a la derecha, al Likud de Netanyahu, en las elecciones de marzo en Israel, y frenar toda (escasa) posibilidad de diálogo.

Hamás introduce en el conflicto un factor religioso que Arafat había intentado siempre mantener a raya. Cuando gobierne tendrá en sus manos el sistema educativo en los territorios ocupados, ocasión que previsiblemente no desaprovechará para enraizar su doctrina. Pero la victoria de Hamás ha tenido algunos efectos positivos, para empezar que el grupo mantenga su tregua, lo que constituye un hecho muy importante, el único esperanzador en todo caos. Además, los propios de Al Fatah están poniendo al descubierto casos de corrupción, un mal endémico de toda la ANP. En el lado negativo, la Yihad Islámica y algunos grupos armados de Al Fatah se han visto incitados a volver al terrorismo para recuperar credibilidad entre los suyos (y han sido éstos, mientras los de Hamás se mantenían quietos, los que atacaron la legación de la Comisión Europea en Gaza).

Incluso antes de las elecciones legislativas, cuando Hamás triunfaba en las municipales, EE UU, desde luego la Unión Europea, y hasta cierto punto Israel, se mostraba dispuesto a tratar con ellos en los ayuntamientos en proyectos concretos. La llamada comunidad internacional, y sobre todo la Unión Europea y Estados Unidos, cometerían un grave error si cortaran los fondos que daban a la ANP y a la OLP. Sin ellos, los palestinos se asfixiarán o quedarán en manos de Irán -que va acumulando poder e influencia con los errores de EE UU y otros-, Damasco o incluso Caracas. Pese a la unidad formal de criterios -no se debe entregar dinero a gente que proclama el objetivo de acabar con Israel y practica el terrorismo- hay por debajo un desacuerdo al respecto entre europeos, además de con Rusia, cuyo presidente Putin invitó desde Madrid a Hamás a Moscú. Los fondos europeos bien usados pueden ser una palanca para evitar que Hamás rompa la tregua, entre en una vía más razonable y salga Abbas fortalecido, siempre que no se vaya por derroteros corruptos.

Se abre una nueva etapa en la que la Hoja de Ruta ha quedado marchita, la madeja en Oriente Próximo se complica por momentos y se afianza el unilateralismo israelí que practicó Sharon. Una cuestión básica es si se podrá reinventar algún tipo de proceso de paz sin que previamente medie una guerra civil entre palestinos. aortega@elpais.es

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