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Reportaje:ESTILO DE VIDA

Pareja y nuevos tiempos

¿En qué y por qué somos diferentes hombres y mujeres? ¿Qué nos gusta del otro sexo? Cuatro expertos y una joven pareja contestan a estas preguntas en una charla informal.

"Las mujeres quieren encontrar un hombre que todavía no ha llegado, y los hombres añoran a una mujer que ya no existe", generaliza la catedrática de sociología Inés Alberdi citando a una demógrafa amiga. La frase es acogida con asentimientos en una mesa en la que cuatro expertos y una pareja joven charlan informalmente sobre las relaciones entre hombres y mujeres. Hemos pedido a Inés Alberdi, a la abogada Luz Almeida, al sexólogo Manuel Lucas y al representante de la Asociación de Hombres para la Igualdad de Género (Ahige), Antonio García, que bajen a pie de obra a dar su opinión: cuál es la raíz de las diferencias de género y de las divergencias de intereses, dónde radican los desencuentros, qué buscamos, cómo vamos encajando en nuestro rompecabezas privado los cambios sociales. Junto a ellos, Clara Yáñez y Ricardo Planas, de 32 y 33 años respectivamente, periodista dedicada al marketing ella, economista él, cinco años de convivencia, dos de casados. Desde hace siete meses comparten "un bien común" llamado Guillermo. ¿Su objetivo? "Sobrevivir al día a día".

"Nos encontramos en una etapa de transición. ¿Y quién está llevando adelante el cambio? Cada familia, de puertas para adentro, peleándose y negociando" (Luz Almeida)
"Vivimos un modelo de amor-pasión. Pero hemos firmado un contrato complicadísimo, y lo hemos hecho sin leer la letra pequeña, sin ponernos de acuerdo" (Manuel Lucas)

Celebramos el encuentro en la cafetería de un hotel, en una tarde casi primaveral que se le ha colado por toda la escuadra al invierno de Madrid. En una reunión cercana, los negociadores del nuevo Estatuto de Cataluña se afanan por acercar posturas. En nuestra mesa también saldrá mucho la palabra negociación. La pareja se habla cada vez más de tú a tú y ha de estar continuamente discutiendo, llegando a acuerdos. Echando mano de diálogo, compromiso, solidaridad. "Con respeto e igualdad se evitarían muchas de mis intervenciones", tercia la abogada, recién llegada de un juicio: una chica ha dejado a su novio, y éste se ha dedicado "a una persecución de la peor especie" contra ella.

"En el fondo, muchos hombres siguen buscando la princesita encantadora y linda, que en casa sea como su madre y en la cama, una leona", concluye Antonio García, la voz más autocrítica y pesimista del grupo. Si eso es así, Ricardo se proclama excepción: ha elegido a una compañera asentada profesionalmente y con quien ha establecido una relación de comunicación e igualdad. Se reparten las tareas domésticas, aunque el grueso lo resuelve la señora que va a limpiar; y ahora también la chica que cuida del pequeño Guillermo. Los dos son cabezas de familia y pasan mucha parte del día fuera, así que el apoyo externo es la única forma de mantener el orden dentro.

"Yo quiero una persona en la que confiar, que me apoye, que comprenda cómo me siento, con quien pueda desconectar en las cuestiones prácticas: que compre lo realmente necesario, que se maneje con el niño si yo tengo que viajar", interviene Clara. "¿Sabéis lo que queréis las jóvenes? ¡Una esposa! Alguien con quien la trastienda estará arreglada y que es capaz incluso de apagar la televisión para escucharte", responde Alberdi. Risas y momento para profundizar en una queja recurrente: el "no me escucha" que enarbolan ellas.

"Las mujeres hablan para desahogarse; los hombres enseguida resolvemos, damos una solución rápida: ¿Has tenido problemas con tu jefe? Mándalo a la porra y ya está", reflexiona García. "Cuando una mujer dice: 'Tenemos que hablar', su compañero se asusta: 'A ver qué ha pasado, en qué he metido la pata", continúa. "Bajo el modelo de fuerza y poder en el que nos hemos criado, no cuadran las emociones, que significan inseguridad, dudas. Hemos aprendido a meter todo eso en una caja, la hemos tapado muy fuerte y hemos jugado a que no existe. Durante miles de años hemos podido hacerlo porque la vida de luchas y guerras nos lo permitía. Pero ya no", completa el representante de Ahige.

Manuel Lucas aboga por un mundo más fe- menino y comunicativo; menos agresivo, violento, crispado. Y le preocupa que no haya "una labor pedagógica clara con las nuevas generaciones". Hasta el punto de que a muchas mujeres les tienta asumir el rol masculino. El cine y la televisión siguen llenos de héroes muy machos que siempre acaban con los malos. Un par de contertulios insiste: en general, los hombres ven la igualdad como una pérdida de privilegios, pero si abrieran el foco hacia el medio y largo plazo se darían cuenta de que tienen mucho que ganar. Nada menos que el hasta ahora vedado campo de los afectos y las relaciones personales.

Siguiente tópico, esta vez de ellos: "Siempre está enfadada y refunfuñando". "Una mujer casada, que trabaja fuera, con dos criaturas es ahora mismo el grupo social con más estrés de España", sentencia García: "Si cuando llega a casa ve que su compañero se desentiende, su cabreo me parece de lo más comprensible". En palabras de la socióloga, "ellas han salido, ampliado sus vidas, y eso es positivo. Ahora quieren que ellos también se involucren en cuestiones domésticas, aunque es difícil hacer atractivo un ámbito del que hemos luchado por liberarnos".

Horas antes de la charla, en su despacho en la Universidad Autónoma de Madrid, la socióloga Constanza Tobío explica que el desembarco femenino en el mercado laboral es una de las claves para entender la revolución familiar en España. Y que no supone sólo la culminación de una reivindicación histórica, sino una acción necesaria para la supervivencia del hogar. No se vive y se paga una hipoteca con un único sueldo. Tobío, directora este verano de un curso en El Escorial sobre nuevas familias del siglo XXI, se remite a los últimos eurostat (estadísticas comunitarias): ambos trabajan en más de la mitad de las parejas españolas con hijos menores de 15 años. Por debajo de los 35 años, el porcentaje de empleadas es aún mayor; el 85%, a jornada completa. "Las mujeres se incorporan con entusiasmo al mundo laboral y piden, en lógica reciprocidad, que sus compañeros se impliquen en el doméstico", agrega la profesora.

Si ellas cambian, pero las estructuras y ellos no, el choque está servido. "Somos la primera generación de hombres a quienes no nos sirve el modelo de nuestros padres o nuestro abuelos para saber cómo nos tenemos que relacionar con las mujeres; hemos de inventarnos una nueva forma de ser", advierte, de nuevo en la charla, Antonio García: "La mayoría de hombres está en lo políticamente correcto", añade. "Vamos, que no se atreven a decir barbaridades en público", traduce con sorna la abogada. En el momento en que se rasca un poco, el modelo tradicional sale con toda su virulencia, según prosigue el representante de Ahige. El sexólogo esboza una tipología masculina: una minoría con el cartel "Estamos en obras, disculpen las molestias"; una mayoría que anda despistadísima, que "no sabe ni siquiera definir cuál es el tipo de mujer que quiere", y una tercera categoría de los que no se han dado cuenta de que "esto está cambiando". Son la "resistencia pasiva", apostilla García. O peor, quienes, temerosos e inseguros, se rebelan y reaccionan con violencia.

Por más que la periodista se empeñe en reconducir hacia las relaciones interpersonales, la conversación deriva continuamente. Trabajo, hijos, falta de políticas de conciliación, doble jornada femenina. "No podemos olvidar que el hombre sigue teniendo el control económico en el núcleo familiar y, por extensión, en la sociedad; y que sigue habiendo una falta de respeto: hemos de soportar comentarios sobre nuestra anatomía desde que tenemos 13 años", recuerda Almeida. "Nos encontramos en una etapa de transición. ¿Y quién está llevando adelante el cambio? Cada familia, de puertas para adentro, peleándose, discutiendo, negociando quién friega los platos y quién se va de viaje de negocios", se lamenta la socióloga. En esta batalla interna abundan los daños colaterales: uniones infelices o que se rompen. O quienes se abstienen y prefieren vivir solos, resalta la abogada como consecuencia al alza.

En España, uno de cada cinco matrimonios termina en divorcio (datos de 2001 del Instituto de la Mujer). "Una pareja ya no se mantiene si no hace sentir bien a sus miembros. Cobra importancia la búsqueda del bienestar personal, de la felicidad, del entenderse por encima de otros aspectos tradicionales como la seguridad, el futuro o mantener la institución", expone Alberdi. Clara y Ricardo han vivido tres rupturas recientes entre sus amigos. En todos los casos han sido ellas las que han roto la baraja. "No me escucha, se pasa los fines de semana jugando a la playstation, nunca salimos y es un aburrido en la cama. ¿Cómo me voy a montar la vida con esto siendo lista e independiente económicamente? A tomar por saco", verbaliza Clara el sentir de su entorno.

¿Su antídoto (por ahora eficaz)? Echarle imaginación, tiempo, y reinventar su relación continuamente, para que avance y no se quede estancada. "Yo he probado, y he llegado a la conclusión de que lo que más me gusta, y lo que mejor me sienta, es la lechuga. Y voy variando: a veces le pongo caviar, otras tomate", tira Ricardo de la metáfora gastronómica. "¿Y no te apetecería un cocidito de vez en cuando?", replica el sexólogo. "Claro que existe el riesgo de pensar que la lechuga de casa está un poco mustia, y qué pedazos de cogollos crecen en la oficina. Pero mi postura es que para qué voy a comer bistec si tengo un solomillo en casa. No me compensa", salta Clara provocando la carcajada general.

"Mantener una pareja monógama, y conste que yo la tengo, es casi una heroicidad", opina Lucas. Juegan en contra la rutina, un ritmo de vida frenético y un modelo sexual que continúa siendo "gimnástico y falocrático" (en este punto, un par de voces discrepantes recuerdan que las mujeres cada vez se muestran más activas y dicen alto y claro lo que quieren en el dormitorio). El experto retoma el hilo: "Vivimos un modelo de amor-pasión, está en cualquier canción que escuchan los adolescentes. Los amantes se casan y viven felices. Fin. Pero hemos firmado un contrato complicadísimo, económico, sexual, afectivo e incluso pedagógico, de cómo queremos educar a nuestros hijos. Y lo hemos hecho sin leer la letra pequeña y sin ponernos de acuerdo".

Unas y otros hemos de ponernos de acuerdo siendo tan dispares. Que lo somos, según reiteran, con variados argumentos, nuestros invitados. Lo que no debe de ser impedimento para la igualdad, o la equidad, como prefiere denominarla el sexólogo. Éste deja caer: "El hombre se orienta por un sentido espacio-temporal; la mujer se basa en referentes, se fija más en los detalles, en lo periférico. Nuestras estrategias de navegación por la vida son distintas". Clara y Ricardo defienden lo genético como parte importante de esa disparidad, mientras que Luz e Inés cargan las tintas en lo cultural. "¿Cómo vamos a comportarnos de manera semejante si venimos de miles de años en una posición dispar en la sociedad?", apunta esta última. Como lo de la mayor intuición: "A una mujer no le hacen caso con el ordeno y mando porque no tiene el poder, así que aprende a tener mano izquierda".

La socióloga cree, sobre todo, en las dife-rencias entre individuos, independientemente de su sexo; pero reconoce que el género marca ya desde antes de nacer. Y que torcer esa inercia puede resultar más difícil que un cambio biológico. Se muestra partidaria de ir suavizando el abismo impuesto, por suponer una limitación a las aspiraciones individuales de hombres y mujeres. "Si un hombre es cariñoso, ¿por qué machacarlo hasta que se haga el hombrecito y no sepa bañar a su niño?", pregunta.

Ricardo pidió una semana de baja paternal para cuidar de su recién nacido. Fue diana de los comentarios de su empresa; y Clara de la suya, por haber renunciado a una parte de su permiso en beneficio de su marido. "Querer a un bebé y cuidarlo no es femenino ni masculino: es humano", lanza la socióloga. Hemos de tender a una sociedad que permita a los hombres y a las mujeres cuidar por igual de la prole. Liberar del corsé "madre desnaturalizada" y "hombre blandengue" a quienes no se ajustan a lo establecido.

"La paternidad es una de las llaves que va a favorecer el cambio en los hombres: si transforma su relación con su hijo, lo hará con su pareja, con todo el mundo", augura el representante de Ahige. La abogada, firme defensora de la guarda y custodia compartida, refuerza la idea: "Yo siempre aconsejo que un padre esté el mayor tiempo posible con su hijo; es la única forma de crear una relación y de que se responsabilice". "Verlos un ratito cada dos semanas es una gran pérdida para muchos hombres", mete baza Lucas.

Después de tres horas, la conversación ha abierto interrogantes, promovido el debate y cosechado reflexiones más que cerrar conclusiones inamovibles. Cuestiones como por qué resulta tan complicado que un hombre y una mujer mantengan una amistad íntima sin ser amantes: quizás por la tensión sexual subyacente, como sostenía el Harry de Cuando Harry encontró a Sally. Por qué es más fácil hablar de ciertos temas con mujeres que con hombres. O por qué a las chicas se les da mejor escucharse, consolarse, discutir, comentar. "También cotillear", según aportación de Ricardo. Nos levantamos de la mesa y dejamos a los negociadores del Estatuto sentados en el mismo sitio. "Pues me parece más interesante lo que hemos tratado nosotros", se despide Antonio García.

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