Burla de Enron
El escándalo financiero de la empresa estadounidense Enron ha dado pie este año no sólo a un documental candidato al Oscar de la categoría (Enron: the smartest guys in the room), sino también a una ficción como Dick y Jane, ladrones de risa, película que hace su agosto cómico a costa de las grandes compañías que utilizan la tecnología financiera para enmascarar pérdidas y evadir impuestos. De hecho, y a pesar de tratarse de una nueva versión de la olvidada (con razón) Roba bien sin mirar a quién (Ted Kotcheff, 1977), el último chiste de Dick y Jane... está dedicado a la multinacional eléctrica que ha desenmascarado la perversión de ciertos sistemas económicos.
Vehículo al servicio de la presunta comicidad gestual de Jim Carrey, la cinta tiene una primera mitad más que decente gracias a ocurrentes puñales burlescos centrados en algunas de las lacras de la sociedad occidental contemporánea: el culto al cuerpo y a la cirugía plástica; la descuidada educación de los hijos, y las marionetas ejecutivas (ilusas y penosamente aduladoras de los que realmente tienen el poder) de las empresas. Sin embargo, desde el momento en que el matrimonio formado por Dick y Jane comienza a ejercer la delincuencia, la película se viene abajo por culpa de una segunda mitad tan pánfila como trivial y de la habitual sobredosis de muecas de un Jim Carrey que, como productor que es, se permite a sí mismo un nuevo capítulo de su habitual colección de sobreactuaciones.
DICK Y JANE, LADRONES DE RISA
Dirección: Dean Parisot. Intérpretes: Jim Carrey, Téa Leoni, Richard Jenkins, Alec Baldwin. Género: comedia. EE UU, 2005. Duración: 90 minutos.
Babelia
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