La carrera de los ayatolás por la bomba
El régimen iraní ha sorteado todos los obstáculos para avanzar hacia su estrategia nuclear
Los tres funcionarios iraníes pasaron desapercibidos en el vuelo a Dubai. Esa ciudad árabe, justo en la otra orilla del golfo Pérsico, ha sido -y es- uno de los lugares de compras favoritos de los iraníes. Ningún servicio de espionaje les siguió los pasos hasta la polvorienta oficina donde se reunieron con dos socios del científico paquistaní Abdul Qadir Khan, un srilankés y un alemán. En los desgastados maletines de éstos había diseños para centrifugadoras nucleares, el equipo básico para empezar a enriquecer uranio y tal vez algo más. Era 1987, y desde entonces, hasta finales de 2002, Irán logró mantener en secreto unas ambiciones nucleares que despiertan recelos.
Se conocía la construcción, con ayuda rusa, de la central eléctrica de Bushehr, pero fue un proyecto sometido desde el principio a las salvaguardas del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Además, la presión internacional logró que Moscú no vaya a limitarse a suministrar el combustible nuclear a Teherán, sino que se haya comprometido a recogerlo una vez utilizado para evitar su posible desviación con fines militares.
Los inspectores han detectado actividades nucleares que no encajan con un uso civil
Sin embargo, en agosto de 2002, un disidente iraní denunció que se enriquecía uranio en una planta de Natanz (350 kilómetros al sur de Teherán) y la construcción de la infraestructura para un reactor de agua pesada en Arak (un poco más al oeste). Para diciembre, unas fotografías por satélite confirmaban actividades sospechosas en esas instalaciones. En los meses siguientes se descubrirían más. Fue la prueba que muchos esperaban para respaldar sus sospechas de que la República Islámica buscaba dotarse de armas nucleares. Un programa secreto sólo podía justificarse por el deseo de alcanzar la bomba. Aún quedaba probarlo.
El proceso de enriquecimiento del uranio para lograr combustible nuclear es exactamente igual al que lo transforma en material fisible para las armas atómicas. Sólo es una cuestión de porcentaje: entre el 3% y el 5% para su uso en los reactores comerciales convencionales (hasta el 20% en los de investigación), y por encima del 85% para usos militares. Quien domina la técnica puede fácilmente dar el salto de un estadio a otro. Y el Tratado de No Proliferación (TNP), del que Irán es signatario, no prohíbe los usos civiles.
¿Para qué necesita energía nuclear el país que tiene el 9% de las reservas conocidas de petróleo y un 15% de las de gas natural? "La demanda de electricidad ha aumentado un 8,37% anual en las dos últimas décadas y como el 91% de nuestra electricidad se obtiene de los hidrocarburos supone un gran coste comparativo", explicó a un grupo de periodistas el vicepresidente de la Agencia Atómica de Irán, Asadollah Sabury, durante una visita a la central de Bushehr el año pasado. Los iraníes, que a pesar de sus recursos se ven obligados a importar el 40% del petróleo refinado que necesitan, preferirían utilizar el combustible fósil en el sector petroquímico.
El escepticismo que hoy encuentra ese proyecto de diversificar sus fuentes de energía tuvo, sin embargo, en su día el respaldo de Washington, con quien el sha Reza Pahlevi firmó un acuerdo de cooperación nuclear en 1957. "Fue Estados Unidos quien nos propuso en 1970 que diversificáramos. Calculó entonces que necesitaríamos 20 centrales hasta 1990. Y Europa estuvo de acuerdo: Alemania nos vendió el primer reactor en 1975", recordó en una entrevista Hosein Musavián, jefe de los negociadores nucleares iraníes hasta el año pasado. La Revolución Islámica frenó esos planes. Tras la guerra con Irak, las nuevas autoridades no lograron que la empresa alemana reanudara los trabajos en Bushehr y tuvieron que recurrir a Rusia.
Pero, según han reconocido los iraníes al OIEA, desde 1985 trataron de iniciar su programa de centrifugadoras de gas. La cita de Dubai dos años más tarde fue clave. "Con los diseños detallados en la mano, Irán pudo saltarse muchos pasos difíciles en la investigación", han escrito David Albright y Corey Hinderstein, del Institute for Science and International Security en Washington. "Era improbable que tuviera la experiencia técnica para fabricar los componentes de las centrifugadoras sin ayuda". Sin embargo, los negociadores negaron la entrevista hasta enero del año pasado.
El padre de la bomba
Las filtraciones que han llegado a la prensa dan a entender que los asociados de Khan, el padre de la bomba paquistaní, también ofrecieron a Teherán el equipo necesario para fabricar armas. Los iraníes han asegurado al OIEA que rechazaron aquella oferta. Sin embargo, el contenido de la misma pudo servirles de lista de la compra para buscar el material por otros medios.
Si Irán tenía intenciones pacíficas, ¿por qué recurrió al mercado negro? "Porque ningún país del mundo quiso vendernos las partes debido al embargo ilegítimo al que estamos sometidos", explicó Musavián, en referencia a las sanciones norteamericanas. "Hubiéramos preferido comprar esos componentes de forma transparente y no tener que pagar 10 veces más por ellos".
A raíz de su exposición, el Gobierno de Teherán, que siempre ha insistido en el carácter pacífico de su programa nuclear, se comprometió a permitir el acceso de los inspectores del OIEA a todas sus instalaciones, tal como le exige el Tratado de No Proliferación (TNP). Incluso firmó el protocolo adicional y aceptó voluntariamente sus inspecciones reforzadas, a pesar de que el Parlamento nunca lo ha ratificado. Se iniciaba así un largo tira y afloja entre Irán y la comunidad internacional. Frente al deseo de Estados Unidos de enviar de inmediato el caso iraní al Consejo de Seguridad para su eventual sanción por lo que considera una violación del TNP, la Unión Europea (a través de Reino Unido, Alemania y Francia) trató de buscar un compromiso.
En octubre de 2003, los negociadores iraníes prometieron a esa troika que dejarían de enriquecer uranio, pero se reinició el procedimiento menos de un año después. Bajo otro acuerdo alcanzado con los europeos en noviembre de 2004, de nuevo los iraníes aceptaban suspender ese proceso, pero insistían en el carácter temporal de la medida y en su derecho a acceder a la tecnología nuclear con fines pacíficos.
Mientras Irán esperaba el reconocimiento por parte del OIEA del carácter civil de su programa y de su derecho a continuarlo, los europeos buscaban la renuncia de Irán a enriquecer uranio como única garantía posible de sus intenciones pacíficas. Entre tanto, los inspectores han ido encontrando un rosario de actividades que no encajan con un programa civil, incluidos documentos que describen cómo fabricar una bomba, pero no existe aún ninguna prueba de que Teherán esté fabricándola.
"Irán está decidido a hacerse con todo tipo de tecnología nuclear, incluido el enriquecimiento de uranio. Y vamos a lograrlo cualquiera que sea el coste", aseguró uno de los hombres más poderosos del país, el ex presidente Alí Akbar Hachemí Rafsanyani, en vísperas de las elecciones del año pasado.
La llegada al Gobierno del ultraconservador Mahmud Ahmadineyad unos meses después no hizo más que encastillar las posturas. Una de las primeras medidas adoptadas por Ahmadineyad fue el relevo del equipo encargado de las negociaciones nucleares, con Alí Lariyaní como nuevo máximo responsable, en su calidad de secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional. Enseguida se reanudaron las operaciones de conversión de uranio en el Centro de Investigación Nuclear de Ispahán. Lariyaní, un hombre muy cercano al líder supremo, se había mostrado muy crítico con el acuerdo alcanzado en noviembre. "Es como si hubiéramos cambiado una perla por un caramelo", manifestó entonces. En los círculos más conservadores del régimen el pacto se vio como una traición.
"Los europeos no nos dieron nada a cambio de nuestras concesiones", se duele un diplomático iraní para quien la falta de seriedad de la UE en sus compromisos contribuyó a la pérdida de credibilidad del reformista Mohamed Jatamí. Sin embargo, otras fuentes discrepan. "La insistencia de Ahmadineyad en su derecho a la tecnología nuclear sólo cambia en estilo respecto al fotogénico Jatamí", asegura una analista local. "Esta nación no va a renunciar bajo ningún concepto a sus derechos", ha subrayado esta semana Ahmadineyad.
La desconfianza que se abrió entre Teherán y Washington a raíz de la Revolución Islámica de 1979 y la toma de la Embajada norteamericana perdura hasta hoy. Estados Unidos no ha superado la pérdida de Irán y, a pesar de los esfuerzos emprendidos por Jatamí, se ha negado a reconocer la República Islámica. Durante su guerra con Irak, los iraníes, por su parte, vieron cómo EE UU y el resto del mundo no sólo se alineaban con Sadam Husein, sino que ignoraban sus ataques con armas químicas contra ellos violando todas las convenciones internacionales. Sin duda, los dirigentes aprendieron la lección.
El OIEA aún no ha resuelto si Irán persigue objetivos estrictamente pacíficos (como aseguran sus responsables) o si tiene un fin último militar (como sospechan EE UU, Israel y la UE), pero el potencial de su programa parece estar fuera de toda duda. Los expertos reconocen que se ha beneficiado de un resquicio en el Tratado de No Proliferación, pero, a falta de una prueba decisiva de que ha violado el tratado, admiten que exigirle el cese de todas sus actividades constituye una reinterpretación del mismo. En esas condiciones, la comunidad internacional tiene pocos argumentos legales para impedirle reanudar el enriquecimiento de uranio en Natanz. Teherán retiró los precintos el 10 de enero.
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