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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Resucitar en el poema

Manuel Rico

Hacer natural, en poesía, la convivencia de una cajera de Carrefour con los fantasmas de Ezra Pound no es fácil. Por el contrario, es una opción arriesgada que exige encontrar el tono y mantener un equilibrio de lenguaje que eluda, a la vez, el artificio visible y el prosaísmo. Manuel Vilas lo consigue. Con Resurrección nos ofrece una poesía ácida y directa, casi provocadora, cuyos versos y fragmentos avanzan entre la causticidad y la ternura, hacia una mezcla de rebeldía y escepticismo. En ella respiran Carver y Bukowski, hay ecos de Kafka y de Bob Dylan, destellos del cine de Wenders y un aliento renovador que, de paso, subvierte dos convenciones: la que asimila lo poético a un lirismo alejado del habla de la calle, y la que lo vincula a temáticas alejadas de la vida colectiva en una urbe en la que conviven lo zafio y lo sublime. Se trata de una opción estética que revela un dominio no desdeñable del idioma y una notable capacidad para lograr emoción estética y sentimental utilizando un tono conversacional nutrido de términos propios de una expresión directa, a veces descarnada: tanto cuando el poema alude a anécdotas con una fuerte carga cultural como el titulado Literatura como cuando se sitúa en lo más cotidiano (son los casos de Camareras o de Gambas y navajas).

RESURRECCIÓN

Manuel Vilas

Visor. Madrid, 2005

124 páginas. 8 euros

Tras El cielo (2000), su an

terior poemario, Vilas ha publicado dos libros de prosa no alejados del universo de Resurrección. En los relatos de Zeta (2002) y en la novela Magia (2004) viven tanto la ciudad que acoge buena parte de los poemas de este libro como el sujeto desesperanzado e irreverente que los protagoniza. Eso indica que Vilas es dueño de un mundo reconocible y compacto: la Zaragoza mestiza con la que ha construido, desde la adolescencia, una geografía sentimental y mítica. Pero es también Barcelona, y Madrid, y Nueva York -a la que homenajea en el largo poema que cierra el libro-, ciudades a las que, con el sujeto poético, viaja la Zeta primigenia. La memoria íntima y la de su generación, la atracción por una urbe cruel y absorbente, la muerte, el amor, tierno y áspero y vulgar a la vez, el automóvil como metáfora de distintas etapas de una biografía edificada entre los mundos rural y urbano y evocadas con una seca melancolía, son ingredientes que ayudan a conformar un libro unitario en el que, ya sea de forma subyacente ya lo sea de modo abierto, flota una visión crítica y poco esperanzada (también tierna) de la realidad contemporánea.

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