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Columna
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Esperanza en la lista de espera

Jesús Ruiz Mantilla

Desde mozos, los españoles hemos sabido que la conjugación del verbo esperar iba a tener su intríngulis. Habría que esperar a que la selección pasara alguna vez de unos cuartos de final. Habría que esperar a que la reforma agraria se acabara imponiendo. En el día a día, a que posaran las lentejas y los garbanzos. La espera ha dado mucho de sí como tema literario, como recurso poético y no digamos en el teatro el jugo que le sacó Beckett con Esperando a Godot. Nos hemos incluso acostumbrado demasiado a esperar: esperar que muriera Franco, el ingreso en la UE, los fondos de cohesión o, en su defecto, que nuestros preclaros dirigentes supieran aclararnos si habíamos pillao suficiente cacho o nos habían tomado por el pito de un sereno.

Pero lo que no llegamos a sospechar jamás es el nuevo significado que el Gobierno autónomo madrileño de este recién nacido siglo XXI quiere implantar entre sus resignados ciudadanos al verbo esperar y todos sus derivados. La verdad, la cosa no me saca del asombro: han revolucionado definitivamente sus dimensiones. Tiene gracia hasta que el nombre de la presidenta case perfectamente con una de sus mayores promesas, la de la reducción de las listas de espera en los hospitales. Podía ser todo un bonito adorno, una maravillosa coincidencia si no fuera porque hay cosas que lo convierten en un sarcasmo brutal, como lo que ocurre con Laura, una niña de cuatro años a la que el hospital 12 de Octubre no podrá curar de su alergia hasta dentro de... ¡22 meses!

Laura se ha ganado de golpe y muy joven el sustantivo y el adjetivo de paciente: tendrá que esperar el equivalente a la mitad de su vida para ser tratada. Pero yo creo que lo que hay que analizar aquí, urgentemente, son otras cosas. Porque que la pequeña Laura pase unas cuantas primaveras más como una auténtica tortura entre mocos, ahogos y vómitos, eso puede perfectamente esperar. Su suplicio es accesorio, como el de sus padres, una simple anécdota que se pierde en la inapelable verdad de los papelajos oficiales... Lo que urge aquí es un sencillo análisis morfológico de la palabra esperar. Y si quieren, del concepto en todo lo que tiene que ver con la acción en sí y otras cosas, desde las listas de espera a la Esperanza, que es lo último que se pierde. Así que tranquilidad. Eh. Tranquilos, que todo llega.

Esperar: varias acepciones da la Real Academia Española. Tener esperanza de conseguir lo que se desea. Creer que ha de suceder alguna cosa, especialmente si es favorable. Ser inminente o estar inmediata alguna cosa... Ninguna parece que case con el asunto de Laura. Pero ya si se recibe una carta como la que el hospital le ha mandado a su madre, entonces la cosa sí que sobrepasa todas las definiciones. La nota es muy escueta y en ella resaltan muchos sellos churriguerescos de la Comunidad de Madrid, quizá para adornar el disparate. Después de comunicar que tras la petición del pasado 22 de agosto de 2005, no es posible adelantarle la fecha de consulta, lo gordo llega en la siguiente línea: "En estos momentos está abierta la lista de 2007". Dan ganas de coger el teléfono y llamar a Gila para que le saque punta desde el más allá, porque en las dimensiones del planeta Tierra, la frase es que no se entiende.

Sólo en otro contexto y en el supuesto de que los gobernantes madrileños hayan querido buscar otras definiciones de espera y enmendarle la plana a la RAE con significados como: tomadura de pelo, choteo, esto no tiene remedio, cuidado con la cartera, se nos podría iluminar la mente. Pero la confusión persiste cuando escuchas que encima han invertido un millón de euros en una campaña de publicidad institucional para hacernos mucho más felices a los vecinos de la región contándonos que ya se han reducido las listas quirúrgicas. Y es que ahí debe esconderse otra clave, nos deben querer mandar directamente al quirófano sin pasar por la consulta. Es entonces cuando me vienen a la mente muchas más posibles acepciones: pardillo, bobo, cara pulpo, que te lo has creído tío páseme el río...

De todas formas conviene centrarse y no perder otras esperanzas. Primero, que les sobrevenga a todos -a los de la carta y sus responsables, me refiero, de arriba abajo-, aunque sea a traición y por la espalda, una sobredosis de decencia y, por último, esperar, por favor, que no nos tomen más por imbéciles.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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