Menos humos
Nada sé de leyes, así que por favor no entiendan la siguientes líneas como un inicio de polémica con Manuel Martínez Sospedra, que recientemente firmaba en estas páginas un artículo Contra la ley antitabaco. Si el reconocido profesor dice que se trata de un engendro legislativo, pues lo será. Pero yo, fiándome además de lo que veo y oigo, tengo una percepción bastante distinta de lo que significa la norma y de cuáles son los primeros resultados de su aplicación.
Primero, autocriticar que hemos hecho gran noticia de la anécdota: que si el camionero de Gandia multado, que si la compañía del Principal solicitando permiso para encender unos puros en escena... que si los minutos perdidos por los trabajadores que salen a echar unas caladitas... Después, apuntar que seguramente todas las leyes, mejores o peores, significan el reconocimiento del fracaso de una convivencia libre y respetuosa que cuajara sin la amenaza de lo que Sospedra llama "un contundente aparato sancionador" al servicio ahora del "totalitarismo sanitario".
Pero fuera candores, dudo que en este caso el legislador nos proteja "frente a nuestros malos deseos y desviadas inclinaciones velando de ese modo por la satisfacción de nuestro derecho a la salud". Si esto quisiera habría cometido la barbaridad de vetar la fabricación y venta del tabaco. En cambio, pretende que quienes no lo consumen tengan también derecho a la "autonomía personal", a no inhalar el humo ajeno confiando sólo en la buena educación de los fumadores, ausente con harta frecuencia.
Yo también tengo trienios de ex fumadora empedernida y jamás he pedido a nadie que apague un cigarrillo. Ahora veo en mi entorno laboral que la mayoría de los "enganchados", aun rechazando posturas evangelizadoras, agradecen al precepto que les ayude a reducir notablemente su consumo diario. Nadie ha apuñalado a nadie (al menos porque no le dejen fumar). Ni mencionado a Hitler. Ni invocado hipócritamente el "prohibido prohibir" tan prostituido por la moda snob de promocionar lo políticamente incorrecto, tan manido por los ácratas de hojalata que en cambio exigen el peso de la ley cuando personalmente les conviene.
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