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Reportaje:AIRE LIBRE

Ciervos y buitres en el Guadarranque

Un paseo por uno de los valles fluviales mejor conservados de Las Villuercas

La esencia del monte mediterráneo más austero, pero sin duda acogedor, se guarece entre las laderas de la sierra de Altamira, un escabroso brazo de serrijones que une la cuerda de los Montes de Toledo con las sierras de Guadalupe, en la comarca cacereña de Las Villuercas. Las entrañas de este paisaje de alineaciones montañosas paralelas esconden ríos de buen caudal, como el Viejas, el Ibor, el Guadarranque y el Gualija, que recorren los valles entre las sierras de Altamira, la Palomera y Villuercas en su trasiego hacia los cauces del Tajo y del Guadiana. Aunque importantes para la comarca, en realidad son ríos ocultos que el anonimato ha conservado casi intactos, donde la fauna encuentra la suficiente soledad como para medrar con descuido sin el acoso de los humanos.

Del monasterio al bosque

Estas tierras ariscas y mal comunicadas fueron conocidas en otros tiempos como Montes de Guadalupe, por ser este pueblo y su monasterio el reclamo principal de la comarca. Pero desde hace algunas décadas tomó el topónimo de su pico más alto, el Villuercas. La mayoría de los turistas y viajeros que llegan a estas sierras lo hacen en busca del monasterio de Guadalupe, corazón espiritual de Extremadura, pero cada vez más vienen también atraídos por una comarca llena de pequeños encantos, como sus pueblos y su gastronomía. Sin embargo, el atractivo que más desborda estos agrestes parajes serranos es su abrumadora naturaleza. Cubiertos por una vegetación exuberante provocada por la abundancia de precipitaciones, los picachos cuarcíticos característicos de estos montes sobresalen de una masa forestal formada por encinares, robledales, castañares, alisedas, fresnedas y alcornocales dispuestos en las umbrías y las solanas según sus preferencias. La pródiga naturaleza del entorno ha propiciado que, de la explotación tradicional de los montes basada en la ganadería extensiva de cabras y la agricultura, se haya pasado al aprovechamiento cinegético como el mayor recurso natural de la comarca. La caza mayor tiene con la abundancia de ciervos, jabalíes y corzos su recurso principal, que ha hecho que la actividad invernal de monterías y recechos se haya convertido en una fuente de ingresos importantísima.

Para los observadores de la naturaleza y los viajeros que caminando o en bicicleta quieran recorrer estos predios asilvestrados, la abundancia de fauna se convierte en un aliciente más para disfrutar del paisaje. Lo fácil que en estos montes es descubrir a los ciervos pastando en las praderas al atardecer, e incluso rebaños enteros de varias decenas de hembras con sus crías, sirve de compensación a cualquier esfuerzo realizado para llegar a cualquier lugar. Pero además las excursiones por estas tierras resarcen con la posibilidad de otear a las grandes rapaces, porque los paredones rocosos de las cumbreras serranas y los cantiles fluviales son los lugares de nidificación de buitres leonados, águilas reales y perdiceras, alimoches, búhos reales y cigüeñas negras.

En busca del cauce

Nos adentramos en Las Villuercas por El Puente del Arzobispo, localidad que abre la puerta de Extremadura por la zona norte de la comarca toledana de La Jara. Un pueblo famoso por su alfarería que expone a pie de calle las muestras de su buen hacer artesanal; platos, jarrones, orzas, búcaros, vasijas y todo tipo de recipientes y cacharros adornan las aceras a la espera de los viajeros y curiosos. Tras saltar el río Tajo por el puente que da nombre al pueblo, una pequeña carretera se interna por la comarca cacereña de Los Ibores camino de Villar del Pedroso y Carrascalejo. Pueblos recónditos arropados de encinares y jarales, fuera de cualquier ruta turística o comercial.

Después de cruzar por las calles vacías de Carrascalejo, la vía asfaltada se inclina y serpentea por la ladera de la sierra hasta coronarla en el puerto de Arrebatacapas, todo un símbolo de la comarca y un excepcional mirador sobre los paisajes de Las Villuercas y Los Ibores. Desde aquí se divisan las arrugas cuarcíticas de estas ásperas sierras como uno de los parajes más quebrados y tortuosos del centro peninsular.

A la caída del puerto aparece otro de esos pueblos olvidados, Navatrasierra, salteado de callejuelas y casas encaladas orilladas en la carretera, y rodeado de pequeños olivares y huertas. Desde este pequeño villorrio de la sierra de Altamira parte una pista de tierra hacia el sureste que se interna en las laderas del monte siguiendo los pasos de uno de los arroyos tributarios del Guadarranque. La bicicleta de montaña es el mejor vehículo para recorrer esta ruta por el valle que forman las sierras paralelas de Altamira y Palomera, que lleva desde Navatrasierra hasta el puerto de San Vicente por las laderas altas del monte y regresa por el camino de la finca de las Ventosillas como escolta del Guadarranque de nuevo a la localidad de partida.

Arroyos entre faldas

El Guadarranque nace pequeño, tímido, retorcido, metido entre las lanchas de cuarcitas, las jaras y las encinas. En sus primeros pasos por los nacederos de la Palomera aparece y desaparece, hasta que junta el agua suficiente para ser constante, todos los arroyos entre las faldas del pico Cervales y las cercanías de Navatrasierra se suman a su corriente. Esta excursión lleva en su primera mitad por una vallejada que corre a media ladera por las crestas de Altamira, entre jarales y encinares salpicados de madroños colmados de frutos. Una sucesión de ondulaciones lleva la senda entre fincas abiertas, con las agujas y farallones de las cimas por la zurda y las orillas del arroyo por la diestra. Tan sólo se inclina el camino en el tramo final, en las cercanías del puerto de San Vicente, donde sale la pista.

Para regresar por el cauce del Guadarranque, se desciende por la carretera EX-102, y después de pasar por la buitrera del estrecho de la Peña, en el kilómetro 96 se encuentra un merendero desde donde sale el camino de la finca de las Ventosillas, indicado con un cartel. Esta ruta transcurre por el fondo del valle, entre los abiertos y praderas de las orillas del río, lugares muy querenciosos para los cérvidos, que se agrupan aquí en nutridos rebaños muy fáciles de encontrar. Tras unos 18 kilómetros, el camino volverá a salir a la carretera EX-118, muy cerca otra vez de Navatrasierra.

Un rebaño de ciervas pasta, con los cervatillos del año pasado ya crecidos, en las praderas junto al río Guadarranque, en el camino de la finca de las Ventosillas, en la comarca cacereña de Las Villuercas.
Un rebaño de ciervas pasta, con los cervatillos del año pasado ya crecidos, en las praderas junto al río Guadarranque, en el camino de la finca de las Ventosillas, en la comarca cacereña de Las Villuercas.PEDRO RETAMAR

GUÍA PRÁCTICA

Cómo llegar- Desde la autovía N-V se toma el desvío a Oropesa. Desde aquí, por la carretera CM-4100 se llega a El Puente del Arzobispo, para continuar ruta por la CC-20 hasta Navatrasierra.Dormir- Parador de Guadalupe (927 36 70 75). Marqués de la Romana, 12. Guadalupe. El antiguo hospital de San Juan Bautista (siglo XVI) reconvertido en parador. Habitación doble, entre 100 y 120 euros.- Hospedería del Real Monasterio (927 36 70 00). Plaza de Juan Carlos I, s/n. Guadalupe. Histórica hospedería alrededor de un claustro gótico, regentada por los monjes franciscanos. Doble, de 60 a 80 euros.- Hospedería Ruiz (927 15 70 75). Pablo García Garrido, 3. En Cañamero. En el cogollo medieval del pueblo. Habitación doble, 48 euros.Comer- Mesón El Cordero (927 36 71 31). Alfonso Onceno, 27. Guadalupe. Cocina tradicional extremeña. Precio medio por persona, unos 24 euros.- Cerezo (927 36 73 79). Gregorio López, 20. Guadalupe. Migas, caldereta, muédago y otros platos regionales. Alrededor de 24 euros.- Hospedería del Real Monasterio (927 36 70 00). Plaza de Juan Carlos I, s/n. Guadalupe. Cocina monacal y platos tradicionales. Unos 24 euros.Información- Oficina de turismo de Guadalupe (927 15 41 28). Plaza Mayor de Santa María, s/n.- www.puebladeguadalupe.net.- www.turismoextremadura.com.

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