Parches milagrosos
El 27 de diciembre se publicó en ELPAIS.es un artículo titulado Los parches 'quemagrasa' causan furor en el fútbol, basado en una información de un diario deportivo. En el texto se podía leer: "Los parches se encargan de mandar información al cuerpo mediante antenas moleculares para que éste queme más grasa". Y más adelante: "Los parches no transmiten corriente, no necesitan cables, no transfieren a la piel ninguna sustancia, pero mejoran el rendimiento del deportista, incrementan su energía entre un 20% y un 40%". Como usuarios del producto eran citados varios famosos deportistas.
Javier Armentia, director ejecutivo de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, remitió al día siguiente una carta en la que califica el texto de "simplemente vergonzoso" y considera que tiene "todos los ingredientes de la promoción de un producto milagro".
Una vez comprobado que el artículo se había publicado sin efectuar las pertinentes verificaciones, los responsables de la edición digital decidieron el 29 de diciembre eliminar el texto. Una semana más tarde optaron por reponerlo y adjuntarle la siguiente fe de errores: "Este artículo, publicado en la sección de Tecnología de ELPAIS.es, contiene información errónea y no contrastada al describir un producto llamado 'parche quemagrasa'. Tal y como explica Javier Armentia en una carta remitida a esta redacción, el texto publicado se limita a la 'promoción de un producto milagro' sin apoyarse en ninguna base científica".
El artículo, ciertamente, tiene las características de un texto más promocional que informativo, su redactor no ha comprobado la veracidad de lo que plantean los promotores del parche y, por tanto, no debería haber sido publicado. El artículo 1.27 del Libro de estilo no deja lugar a dudas: "El periodista transmite a los lectores noticias comprobadas".
Me parece importante subrayar que las notas de prensa que presentan productos deben ser contrastadas siempre, incluso cuando la empresa fabricante es de indudable solvencia, porque el lector tiene derecho a saber qué es exactamente lo que ofrece el producto, más allá de las bellas palabras de los especialistas en mercadotecnia. Si, como sucede en este caso, la empresa productora es desconocida, las cautelas deberían haberse extremado.
En su largo escrito, Armentia explica que un vistazo a alguna de las muchas páginas de Internet que venden los parches permite "comprobar todos los ingredientes del producto milagro: sesuda parla seudocientífica, muchos testimonios terriblemente veraces (eso sí, anecdóticos), unos cuantos artículos laudatorios en revistas no científicas y mucha mercadotecnia. Se une a eso un buen soporte publicitario del mundo del deporte y ya está todo listo para el éxito comercial".
De la mano de Armentia, leemos en la web del producto de qué están hechos los parches: "Son una mezcla, pendiente de patente, de agua, oxígeno, aminoácidos y orgánicos
aplicada a un tejido de poliéster y sellada dentro de una celda de polímero. Los materiales activos se aplican a un sustrato, de manera que constituyen una antena orgánica a nanoescala. Cuando se ensambla adecuadamente creemos que estas antenas son capaces de comunicar pasivamente con el usuario, para instruir o iniciar diversas respuestas metabólicas en el mismo".
Cabe señalar el uso en la última frase del verbo creer como sinónimo de suponer. El mismo verbo es utilizado en otro momento: "Se cree que la tecnología de los parches comunica con el organismo a través del campo magnético humano".
"Seamos serios", replica Armentia, "no hay tal campo magnético, y lo que se conoce de la fisiología humana no nos ha informado todavía de la existencia de antenas receptoras que estimulen el metabolismo".
Para verificar las afirmaciones del director ejecutivo de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico me puse el jueves en contacto con un destacado investigador en el área del magnetismo. Explicó lo siguiente: "A diferencia de la Tierra, que sí es un imán y posee polos magnéticos bien definidos, nuestro cuerpo no lo es aunque posee elementos que son magnéticos. Por ejemplo, la sangre transporta la proteína llamada hemoglobina que contiene iones de hierro. Las corrientes eléctricas que recorren nuestro cuerpo y que están asociadas a la actividad cerebral, al movimiento muscular o a los latidos del corazón también generan debilísimos campos magnéticos".
Según este investigador, empieza a haber instrumentos capaces de medir esos débiles campos que se producen en el cerebro o el corazón, lo que puede llegar a ser de gran ayuda para diagnosticar el mal funcionamiento de esos órganos. Lamenta por ello que se frivolice con el magnetismo por motivos comerciales. "¡Qué pena!", exclama, "manejar de forma tan engañosa el vocabulario moderno de la nanotecnología".
Este profesor universitario se muestra convencido de que es necesario aumentar la cultura científica de las personas como un elemento básico para que puedan ejercer sus derechos como ciudadanos, debido a que la ciencia y la tecnología impregnan cada vez más la vida cotidiana.
Eduardo Cierco, un atento lector que suele enviar sus reflexiones al Defensor del Lector, aborda en su última carta la necesidad de prestigiar la ciencia en España. Tras señalar que EL PAÍS ofrece abundante información científica, agrega: "En un país como el nuestro, mientras la cultura literaria y artística es alta, la apreciación social que se tiene de la ciencia es bajísima: las empresas no invierten en I+D; los Presupuestos, tampoco; los cerebros emigran; los becarios de investigación son maltratados. ¿Por qué la apreciación social de la ciencia es tan baja?".
El lector afirma que no tiene respuesta a pregunta tan compleja, pero apunta que "una de las muchas causas es que nuestros escritores se sienten hoy tan olímpicamente distantes de la ciencia como hace unas décadas abominaban del deporte". A modo de muestra, recoge la frase de un novelista y columnista publicada en este diario: "Un mecanismo benéfico del alma humana se encarga de atenuar y falsear la memoria individual para evitar el lastre de los recuerdos pesarosos o humillantes que nos impedirían funcionar con normalidad".
Cierco prosigue: "Frase científicamente exactísima si en vez de alma humana se leyese cerebro humano. Porque ésa es una de las funciones a cargo de nuestra máquina de conocer, de sentir, de recordar, de olvidar, de vivir y de sobrevivir. Un mínimo de neurociencia en nuestros novelistas y columnistas, como un mínimo de ciencia en general, aumentaría la apreciación social de ésta".
En esta reflexión no hay interés corporativo alguno. Eduardo Cierco es abogado.
Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 913 37 78 36.
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