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ESTILO DE VIDA

Eligiendo calendario

Todavía no he elegido el almanaque del 06 y descubro que sigo utilizando el mes trece, ese enero extra que suelen añadir al final del calendario del año pasado, para orientarme durante estas primeras semanas. Supongo que los psiquiatras tendrán mucho que decir de esta resistencia mía al cambio de calendario en la cocina y el cuarto de trabajo, que son los dos territorios caseros en donde me es imprescindible ese instrumento, y ya los estoy escuchando. Típica reacción al cambio de ciclo en tipos que se acercan a la tercera edad. Ansiedad depresiva por esas mudanzas cronológicas que siempre son degeneraciones bioquímicas. Nostalgia enfermiza (senil) por el pasado a pesar de que el pasado 05 fue otro sensacional annus horribilis. Y sobre todo, ¿qué extraña pulsión se esconde, a tu edad, en el interior de un almanaque muerto para resistirte a lanzarlo al cubo de la basura? ¿Qué día o semana lo pasaste tan bien durante el muy catastrófico año pasado?

De acuerdo. Hay algo raro e impronunciable en este moratoria al cambio de calendario Pero, aparte de las razones "psi", que van a misa de difuntos, rogaría que también se tuvieran en cuenta viejas razones o manías estéticas y genéticas. Partamos de la base de que, como todo quisque, estoy por estas fechas rodeado de calendarios regalados y con la obligación de elegir uno entre todos para pasar el año en su compañía íntima, desde el principio hasta el final. Y a ser posible, el mismo formato para la cocina que para el cuarto de trabajo. Pero les juro que la elección no es fácil a pesar de la oferta actual de calendarios por tierra, mar o aire. Porque a los tradicionales almanaques, agendas, tacos o dietarios regalados procedentes de la galaxia Gütenberg, todos de diseño pretendidamente original e impresos a cuatricromía, hay que añadir ahora los infinitos calendarios de duración infinita surgidos de la galaxia Von Neuman.

¿Hay alguien por ahí fuera que se haya molestado en contar el número exacto de calendarios digitales que nos rodean? Me harían un favor porque yo lo he intentado, empezando por el móvil, los relojes, el cacharrín meteorológico, la agenda electrónica o el escritorio del ordenador, y he frenado en brusco cuando empecé a sumar los calendarios que anidan en las páginas de mis favoritos de la web. Y lo peor de todo, estos calendarios digitales que han crecido como por caso a nuestro alrededor, al contrario de los de papel, no tienen fecha de caducidad y no hay manera de pararlos. Son almanaques para la eternidad, que siguen marcando los días, las semanas, los meses o los lustros hasta mucho después de tu muerte si tienen pilas o electricidad suficientes. Por tanto, adoptar un calendario de la galaxia Von Neuman a estas edades es algo más que una temeridad; es una continua fuente de depresiones porque cada vez que lo miras, y hay que mirarlo diariamente, te recuerdan ante todo lo muy poco que te queda y lo mucho que dura la jodida eternidad.

Descartados los infinitos almanaques digitales del 06, ahora tengo que elegir entre los de papel regalados y con rigurosa fecha de caducidad 31 de diciembre aunque con un enero extra, por si acaso. Pues bien, en esto también soy muy reaccionario y no me vale cualquier cosa a la hora de hacer la topografía adelantada del año que viene. Mi nuevo calendario tiene que ser de pared, en el que sea posible escribir "ojo" con rotulador en rojo en las casillas diarias, que funciona visualmente por meses redondos, con semanas horizontales, en los que el domingo está situado en la extrema derecha del almanaque y también impreso en encarnado vivo, como las fiestas locales o nacionales, y a ser posible con las fases lunares porque los que todavía vivimos en provincias somos muy sensibles a estas cosas, casi como los mayas.

Esta manía calendaria de procedencia judeocristiana, que seguramente tengo grabada en mi ADN, es una buena criba para rechazar de un vistazo el 80% de los almanaques, agendas, tacos o dietarios regalados. Sobre todo, impugnar los premios internacional de diseño que insisten al gusto anglosajón en colocarnos el domingo en la extrema izquierda de la semana, donde yo sólo imagino un lunes terrorífico, y que últimamente han caído en las garras de un formato de moda aún peor. Almanaques de pared en los que la verticalidad de las semanas ha sido sustituida por la verticalidad de los días a doble columna y cada día de un color y grafía distintos.

Y como también estoy en contra de los meses con tías buenas, aunque sean chicas Pirelli, los numerosos almanaques solidarios para vacunar la mala conciencia y los calendarios que nos recuerdan aniversarios literarios que por bemoles hay que celebrar ruidosamente, sólo porque toca centenario o medio siglo de algo ya muerto o muy mid-cult, pues al final mi elección se reduce a esto tan reaccionario. Un almanaque con mucho santoral, con las fases lunares, de publicidad local y exclusivo regalo de las viejas tiendas rurales de ultramarinos. Algo que ya es casi imposible de encontrar y encima nunca te regalan dos.

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