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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Armisticio del gas

El acuerdo alcanzado entre Rusia y Ucrania para poner fin a la guerra del gas permite salvar la cara a ambos países: habrá subida de precio del combustible, pero no la brusca y desmesurada que pretendía Moscú. Aunque los detalles todavía son confusos, el acuerdo produce alivio. La crisis, sin embargo, puede considerarse un serio aviso para todas las partes, incluyendo la UE, que se ha visto implicada indirectamente y que tendrá que plantearse una mayor diversificación de sus importaciones energéticas si quiere evitar excesivas dependencias de la coyuntura o de los caprichos de los líderes políticos de los países proveedores.

En Ucrania, y pese al recuerdo de Chernóbil, es muy posible que el argumento para reforzar el componente nuclear entre sus fuentes energéticas gane terreno y se dé así la razón a la ex primera ministra Timoshenko, que se pronunció a favor de considerar esta eventualidad antes de su dimisión el pasado septiembre. Kiev está obligada a mejorar la eficiencia energética de su economía, heredada de la época soviética, que ha derrochado combustible de forma escandalosa porque era barato. Hay que tener en cuenta que parte de los oligarcas ucranios se enriquecieron gracias a la diferencia de coste entre el combustible subvencionado ruso y los precios occidentales, y a la confusión deliberada sobre las cantidades que fluían por los gasoductos ucranios y su punto de destino. Será positivo que en el futuro las transacciones entre Rusia y Ucrania se paguen en divisas y no mediante operaciones de trueque, así como que se separe la venta de gas ruso a la UE de la venta a Ucrania.

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La actitud de Putin en esta crisis, similar a la de un oso en un salón de baile, le ha hecho un flaco favor en Europa: los abundantes recursos rusos se perciben ahora desde la UE como un instrumento de presión susceptible de ser utilizado contra sus intereses. Occidente teme que Rusia se convierta en un socio intransigente dispuesto a dictar sus condiciones. Si quiere disipar esos temores, Putin tendrá que invertir su creciente tendencia hacia el monopolio, tanto en el terreno político como en el económico. La renacionalización de algunos sectores económicos y la paralización de las reformas en Gazprom, el gigante energético que hoy actúa como un ministerio del gas al servicio de objetivos políticos, cobrando diferentes precios en cada país, sin relación alguna con el mercado, no pueden ser más preocupantes.

También el consumidor europeo tiene algo que aprender: las ingentes necesidades energéticas de los países de la UE requieren de la mayor estabilidad y cooperación en todo el continente, no sólo entre los Veinticinco, sino sobre todo más allá de sus fronteras, tanto al Este hacia Asia, como al Sur, en el Magreb.

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