_
_
_
_
_
CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sueño y realidad

Nochevieja en casa de mi madre, las dos solas con mis recuerdos y nuestros olvidos. Hace un tiempo que pienso en la mente como una cebolla formada por capas apretadas. Aunque pierda capas, sigue siendo la misma cebolla, pero ¿cuántas puede perder sin que deje de serlo?

Para mi madre yo era su hija en varios de esos estratos mentales: en su conocimiento como hija de ella y de su marido, en la percepción de mi voz y mi rostro, en el tacto y olor de mi piel que le permitía reconocerme sin pensar en ello. Y de otras mil maneras.

Ahora muchas de esas capas han desaparecido, destruidas por su enfermedad. Algunas le quedan todavía. Su mundo se encuentra drásticamente reducido, pero en esos mínimos territorios neuronales se mueve con tanta riqueza -me atrevería a decir que expresando más sus sentimientos- como hace años.

Mientras escuchábamos las campanadas de las doce en el televisor me ha dicho que quería echar la siesta, pero que yo no me marchase, porque "ellas" me aprecian mucho.

Tras acostarle me he ido a la cama pensando en el tiempo que me falta para tener la edad de mi madre; entonces, yo no tendré una hija que me cuide.

Lo siguiente que recuerdo es un sueño: Gino está frente a mí hablándome de la chica que ha conocido. Una chica más joven (que él y, por tanto, mucho más que yo). Me habla de ella con naturalidad, sin expresar emoción. Mientras le escucho, intento comprender qué está sucediendo. No me atrevo a preguntarle si se ha acostado con ella y si "lo nuestro" terminó. En ese instante no soy capaz de sentir celos ni otra cosa que estupor. Él parece darse cuenta y, con una fría sonrisa, me interroga si acaso yo no he hecho nada durante "todo este tiempo". Intento rememorar los últimos meses y no consigo recordar nada. Tal vez sí le he sido infiel de pensamiento; o, quizá, de palabra u obra, pero ¿con quién?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Me he despertado sudando, con ardor de estómago y una espantosa sensación de realidad. ¿Es que acaso no sabía que debo tener más cuidado con las cenas? Y que mi relación con Gino es una locura; como este sueño tan pleno de realismo y tan carente de soporte material como la vivencia mental de un enfermo de alzheimer.

Al mediodía he puesto la tele para que mi madre escuche el concierto de año nuevo en Viena y me he vestido para la ocasión con la mejor de mis armaduras.

Ha sonado el móvil. Es Gino: -"Estaba escuchando el Danubio Azul y me ha recordado a ti".

-"Y yo... Que cursis somos".

-"Sí, eso me encanta".

Me doy cuenta por su voz de que me está sonriendo. Y también me doy cuenta de que estoy llorando.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_