Una vida de cuidado
Cientos de miles de mujeres, muchas ya abuelas, atienden a sus mayores sin ayuda
La abuela se ha quitado el pañal esta noche. Ha amanecido caladita. De nada han servido los inventos caseros, el pijama con botones ni las advertencias antes de dormir. La cabeza ya no le funciona. Cada mañana es una sorpresa; el resto del día, un trabajo rutinario en el que están atrapadas miles de mujeres en España. Casi sin salir de casa, sin poder ir de vacaciones, sin descanso, en un completo desasosiego; en silencio o a gritos. El 80% de las personas dependientes son mayores de 65 años. Y las mujeres, hijas o nueras, se ocupan de sus cuidados en el 83% de los casos. Faltan residencias de ancianos, ayuda a domicilio, remuneraciones económicas. Y quizá sobran prejuicios: los españoles están acostumbrados a ver morir a los suyos en casa aunque las condiciones no sean siempre las mejores. "Mientras yo pueda, no llevo a mi madre a una residencia...". Pero la situación se complica por momentos; las amas de casa-enfermeras-costureras-cocineras se están extinguiendo, y las que quedan no quieren que sus hijas recorran el mismo camino por el que ellas han transitado siglo tras siglo.
"Mientras yo me pueda valer, no me gustaría dejarla en una residencia"
Despierta el día en Barrado, un pueblo cacereño de unos 500 habitantes en el valle de los cerezos. La jornada comienza para Hortensia Paniagua, una mujer de casi 62 años: tiene que levantar a su suegra, la abuela Paula, de 91 años, hacerle el desayuno, ayudarla con la higiene personal, ponerle en la mano las pastillas que tocan. Cuando no está su suegra está su madre, otra anciana de 82 años con parkinson y tensión alta. A Hortensia le quedan sólo dos meses libres al año para dedicarlos a sí misma, a su marido y a sus nietos, que ya tiene tres. Así lleva años. Casi no se acuerda de lo que es ir a dar una vuelta sin preocupaciones rondándole la cabeza. "Salgo un rato los domingos, pero estoy venga a mirar el reloj, no estoy tranquila, no puede ser".
Su madre hace la cama y pone a calentar el desayuno en el microondas, "pero se trascuerda, hay que estar pendiente de ella, no te puedes fiar". Hortensia, que siempre ha padecido de la columna, ha notado un bajón en su salud y ahora también ella tiene problemas con la tensión. Y algunos otros. "A veces la pagas con el marido, que no tiene la culpa; o con otro cualquiera, porque tú las tratas con agrado y ellas te saltan con cualquier cosa, se vuelven egoístas, lo quieren todo a punto; y no es que se porten mal, es sólo que unos días tú te levantas con el pie izquierdo y otras veces, son ellas las que amanecen de mal humor".
Cuando el presidente de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, visitó el pueblo en primavera por la fiesta del cerezo en flor, Hortensia le abordó: "Necesitamos una residencia en el pueblo; yo ya no lo pido por mis mayores, pero no queremos ser nosotros una carga para los hijos; no le solté la mano hasta que no se lo dije. Y me contestó que sí, que se podría hacer un centro de día en el pueblo". El ayuntamiento está buscando el terreno para ello. En el pueblo de al lado están construyendo una residencia, pero Hortensia prefiere una ayuda económica. "Mientras yo me pueda valer, no me gustaría dejarla interna en una residencia". ¿Hasta cuándo se puede valer? "Todavía no soy muy vieja, pero cuando me da el dolor de columna...".
A pesar de que ella sigue cuidadando a sus mayores, ya hay nietos que también reclaman su atención: "Cuando están todos juntos es la guerra. A las abuelas les duele la cabeza". Y a Hortensia, también.
Cientos de kilómetros al norte, en el pueblo asturiano de Langreo, María Aurora Braña tampoco saca tiempo para ver a la nieta porque tiene que cuidar a su padre, un hombre de 98 años que ha hecho gala siempre de una salud de hierro. Su actividad incasable ha traído de cabeza a su hija. "Siempre ha sido un hombre muy vital, hacía cosas impropias de su edad, subía las escaleras". Como para moverse de casa. No hace mucho, le prohibió pasar a la huerta por un tablón muy estrecho y peligroso. "Le dio un ataque de rabia, se trastornó por completo, quería morderme, pegarme". Ahora está postrado en la cama, no puede andar y las infecciones de orina se suceden. El trabajo es más pesado, pero María Aurora está más tranquila, porque, por lo menos, no anda en peligros. Su marido le ayuda a moverlo por la mañana, le pasan a la mecedora, come, echa la siesta y por la noche lo vuelven a sentar para la cena. Los fines de semana son lo hijos los que ayudan a María Aurora a asear al abuelo.
Esta mujer, de 47 años, ha vivido siempre con sus padres. Cuidó a la madre cuando le operaron de caderas y mientras arrastró el cáncer de mama que le robó la vida. Después fue el padre, siempre pendiente de él. Ha tenido que dejar su negocio, porque "pagar a alguien que cuide a mi padre me salía más caro. Tenía 17 años cotizados, y hubiera seguido". Ahora lo que tiene es una rótula gastada y dos operaciones de menisco. "Yo sé que estoy perdiendo muchos años de mi vida. Hace seis que no vamos de vacaciones. El día que me voy de casa pasa todo. Cuando nació mi nieta me fui y tuve que volverme enseguida".
Querría aprender cómo mover al enfermo y tener aparatos adecuados para ello.
"He estado ya tantos años con él que no le llevaría a una residencia". Pero una ayuda no le vendría mal, para darse una escapada a la costa a ver a su nieta. "La veo poco".
De maltrato y soledad
Marisa Vera, de 57 años, soltera, lleva "una relación de amor-odio" con su madre, una anciana que ha iniciado el penoso viaje del Alzheimer. "Yo sé que la maltrato, no la pego, pero sólo me falta eso". Cuidarla día tras día, prácticamente sin salir del piso de Alcorcón (Madrid), le ha roto los nervios y ha dejado maltrecha su relación con la familia. A pesar de todo, no quiere llevar a su madre a una residencia -"es mi madre"-, aunque sabe que el Alzheimer devorará poco a poco cualquier atisbo de paz en la casa.
Todo lo contrario le pasa a Adela Tirado. Está en tratamiento psicológico desde que murió su madre hace un año. A pesar de que tiene una hija y tres nietos, no encuentra consuelo: "Mamá fue todo para nosotras". No tuvo ayuda económica para cuidarla porque la anciana tenía más pensión de lo habitual (a su marido lo fusilaron en la guerra). Su cadera operada se ha desplazado, "dice el traumatólogo quizá por el esfuerzo que he hecho, mi madre era grandota, y moverla era costoso". Adela tiene 68 años y una menguada pensión. Espera otra operación de cadera y vive en soledad. "Nos llevábamos de maravilla. Tengo infinitos recuerdos de ella".
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