¿Qué se enciende cuando se va la luz?
Madres desesperadas que no tenían con qué calentar el agua de los biberones, miles de enfermos dependientes de máquinas que agotaban sus baterías y otros tantos sin sesiones de rehabilitación, toneladas de alimentos tirados a la basura por putrefacción o descongelación, más de 10.600 árboles afectados, invernaderos arrasados, casas agrietadas, centenares de rescates de ascensores, centros comerciales, aeropuertos y calles. Y miedo, mucho miedo. Son los peores efectos del paso de una cola de la tormenta tropical Delta por las Islas Canarias, cuyas ráfagas de viento superaron los límites de los medidores del Instituto Nacional de Meteorología establecidos en 260 kilómetros por hora, y llegaron hasta los 300. Sin embargo, la carestía de fluido eléctrico en miles de hogares también despertó el deseo de estar juntos, el apetito por conocerse mejor entre padres e hijos, la solidaridad vecinal y aparcó por unos días las videoconsolas y televisores para dar protagonismo a los juegos de mesa, de cartas y a la radio.
El apagón causado en Canarias por la tormenta Delta despierta la solidaridad vecinal y el deseo de hablar y leer
"Aproveché para leer un libro que hacía años que no tocaba, hablar con mis dos hijos y jugar a las cartas", comenta una de las floristas del mercado central de La Laguna. En el asilo de Cáritas Nuestra Señora de Las Nieves de la Finca España (municipio de La Laguna) estuvieron sin luz durante cinco días, pero también sin agua. Su responsable, María Antonia Padilla García, ordenó que a sus 17 inquilinos (entre 80 y 97 años, la mayoría impedidos) no se les torturara con el agua fría de esta zona de la isla y a todos se les limpió con toallitas húmedas para bebés. Hasta este sábado, ningún responsable público (ni alcaldesa, ni presidente de Gobierno, pero tampoco ningún partido político) se había interesado por ellos. "Es como si nuestros mayores no existieran", se lamenta.
Estos mismos políticos que han ocupado las últimas horas en recriminarse y acusarse mutuamente tampoco se han interesado por el estado (aún de shock postraumático) del instalador de gas Daniel de la Rosa y su esposa, Dionisia Lutzardo, de 71 y 69 años, en cuya casa cayó una torreta, que perforó el tejado de la vivienda y se incrustó a sólo 50 centímetros del lecho en el que se habían cobijado por la tormenta. "Por aquí no ha pasado ni el concejal del barrio", afirmó su yerno, Juan Guinovart. Los peritos municipales les han prometido muebles nuevos, mientras una cuadrilla de Endesa desmontaba la torreta como un mecano.
En la capital -donde ayer se produjeron dos averías, una por la mañana y otra por la tarde, que volvieron a dejar sin luz durante varias horas al menos a 40.000 clientes de Unelco-Endesa-, la vida de los hogares retrocedió un siglo, cuando una vitrocerámica y un termo eléctrico servían para lo mismo que ahora, es decir, para nada. "Mis hijos no entendían cómo si habían enchufado el cargador de la game boy, al día siguiente las baterías seguían descargadas", comenta un joven y resignado Alfredo Medina. "Como al mío le restrinjo mucho la tele, no lo notó tanto; nos quedamos sin agua, fuimos a casa de los abuelos y le pareció estar de vacaciones", contesta Carlos Salazar. "Nosotros aprovechamos para hablar de todo, como si hubiéramos querido recuperar años de conversaciones pendientes", replicaba la florista lagunera. Todos coincidieron al desembalar juegos como el parchís, la oca y aprender de los más mayores el embite o la brisca (éstos dos con baraja española). Se leyó, se habló y se durmió mucho.
Fueron noches para los transistores. La tercera ocasión de los transistores que se recuerda en Tenerife: el 23F, el 31 de marzo de 2003, cuando una tromba de agua cayó en la capital tinerfeña, y éstas de ahora. El popular locutor de la SER Willy García recuerda episodios dramáticos de familiares "desesperados" por no poder contactar con hijos, padres o abuelos que vivían en otros barrios de la isla o la narración de los minutos posteriores a la caída de la torreta en casa de Daniel y Dionisia. García destaca "la conciencia que la gente tuvo esa noche de que habíamos tenido mucha suerte".
El director de radio El Día, José Moreno, recuerda que, cuando el delegado del Gobierno José Segura, afirmó que la luz que iluminaba su casa era la de su esposa, Doña Marina, "recibimos decenas de mensajes solicitando a la mujer del gobernador para que iluminara otras casas y barrios enteros" o cómo un exhausto marido solicitaba que volviera la electricidad "antes de que su mujer lo terminara de exprimir en la cama", mientras otro sms recibido en la SER auguraba un baby boom en la isla para dentro de nueve meses.
Hubo quien lloró ante la primera taza de café caliente en días, quienes habían comprado las viandas de Navidad y, antes de tirarlas, convocaron a toda la familia y adelantaron la celebración del 24, y otros que intentaron comprar un camping gas cuyo precio pasó de 30 a 70 euros en una sola noche. Eulalia, gomera de 84 años rodeada de gente que, como ella, no tiene nada más en el mundo que el centro de Cáritas, pronunció la frase clave en mitad de la tormenta: "No te preocupes, antes no teníamos nada, ni nos bañábamos tanto y cocinábamos a leña; eso son cosas de la naturaleza".
El dedo mutilado
"Es como si me hubieran quitado un brazo, no quería verlo", comentó entre sollozos Pepe Dámaso, el artista que más ha inspirado su obra pictórica y escultórica en el monumento natural de El dedo de Dios. El monolito de basalto de seis metros de alto se precipitó por efecto del paso de la tormenta Delta por Agaete (el pueblo pesquero y agrícola del noreste de Gran Canaria). Aquella roca se elevaba sobre otra mayor, de 14 metros, en forma de mano, de tal modo que siempre se le conoció como El roque partido. El religioso Domingo Doreste lo rebautizó a principios del siglo pasado como El dedo de Dios. Así se ha mantenido hasta hace dos semanas.
La pieza yace a tres metros de profundidad hecha añicos de varios centímetros hasta trozos de 1,5 metros. El alcalde, Antonio Calcines, ha convocado a geólogos, etnógrafos, artistas y biólogos para que, a partir de la semana que comienza mañana, determinen qué se hace, si restaurarlo, abrir un museo, dejarlo como la naturaleza lo moldeó nuevamente o recuperar su antiguo nombre.
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