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Columna
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De la cohesión a la excelencia

Andrés Ortega

El maná que nos llegaba de Bruselas va a empezar a secarse, y cabe afirmar que es bueno que así sea. Debemos ir cambiando de manera de pensar y actuar. En la negociación de las perspectivas financieras, o marco presupuestario de la Unión Europea, para 2007-2013, España debe aspirar a acercarse lo más posible a terminar el periodo como receptora neta, aunque sea por muy poco, y desde luego a no pagar más que otros más ricos de lo que se irá a los nuevos del Este o al rebajado cheque británico. Pero es difícil que consiga más de una cuarta parte de lo recibido en el actual septenio. Sin duda, desde la oposición se armará ruido para poner de relieve que Aznar logró hace siete años en Berlín cuatro veces más. En realidad, si lo que recibe España baja es no sólo por el efecto estadístico del ingreso de países más pobres, sino por el propio éxito español, al acercarse a la media comunitaria de riqueza. Como pasa a los particulares con Hacienda, se puede considerar que "lo bueno es pagar", pues es síntoma de buena situación.

De cara al crucial Consejo Europeo de la semana próxima, la presidencia británica pondrá hoy sobre la mesa una propuesta que, previsiblemente, no gustará a España. Ahora bien, esta es una negociación en la que todos pierden: unos, lo que percibían; otros, lo que esperaban percibir. Quizás sólo ganen, o dejen de pagar algo, Alemania -con una economía japonizada en la que los ciudadanos reducen sus gastos y ahorran por miedo al futuro- y alguno más. Pero si la política de cohesión económica y social ha demostrado que funciona, sería contraproducente negársela a los nuevos. Sin embargo, se avanza hacia una Europa menguante, con menor presupuesto relativo, más egoísta y dominada por un ¡sálvese quien pueda! ante la globalización.

Más allá de las cifras concretas, a España se le plantea un nuevo reto, incluso una revolución: pasar de la cohesión a la excelencia, y transformar la nueva posición financiera en mayor influencia política en la Unión. En el nuevo marco, una manera de conseguir más fondos para España será a través de la participación en proyectos tecnológicos que, en principio, no se reparten por países, sino por capacidades. No parece que pueda prosperar la idea de un Fondo de Convergencia Tecnológica. Para afrontar este reto, muchas cosas habrán de cambiar en España, pues vamos en el furgón de cola en materia de I+D. Para sacar provecho, España tendrá que acercar la universidad a la empresa, y la investigación básica a la aplicada, en un grado muy superior a lo andado recientemente. Se necesita una revolución, y no es buen síntoma que España, por miedo a la competencia, se haya quedado al margen del mercado único de la defensa en el que se va a adentrar el conjunto de la Unión Europea.

"España es el problema y Europa la solución", se dijo a principios del siglo pasado. Los 20 años transcurridos desde el ingreso en la hoy Unión Europea lo han demostrado en muchos aspectos. El flujo de ayudas ha sido esencial para desarrollar las infraestructuras. Con éstas ya avanzadas, quizás ahora haya que pasar a otra página, a otra liga. La interrupción de este flujo pueda resultar creadora y obligar a España a un nuevo salto modernizador, esta vez hacia la tecnología y la ciencia que es, en el fondo, en lo que estaba pensando el filósofo cuando hizo su famosa aseveración.

Ante estas perspectivas de menores fondos europeos, la importancia redistributiva del Estado crece. Solbes ya ha planteado crear un fondo específico para paliar los efectos de estos recortes, y ampliar el actual Fondo de Compensación Interterritorial. En el nuevo diseño del Estado de las Autonomías habrá que tener muy en cuenta esta Europa menguante, y también cómo usar el dinero público no sólo para la cohesión interna de España, sino también para la búsqueda de la excelencia, una ecuación nacional con dos variables que no es fácil de resolver. aortega@elpais.es

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