Pasajero secreto de la CIA
Un yemení lleva más de 16 meses preso sin cargos concretos acusado por EE UU de terrorista
Mohamed Abdalá Saleh al Asad cree conocer bien los vuelos secretos de la CIA. Ha sido pasajero en cuatro y suma más de 25 horas de vuelo, aunque todavía desconoce qué río, montaña o mar ha sobrevolado. También ha sido huésped de esas cárceles cuya ubicación nadie conoce: ha dormido y malvivido durante 16 meses en cuatro celdas, todas vacías, sin ventanas y sin pistas que permitieran adivinar si se encontraba al norte o al sur, en Europa, África o América. Y siempre ha estado solo.
Al Asad, yemení de 45 años, ha salido al fin de este agujero negro y ya sabe al menos que duerme en su país, Yemen, aunque sigue en un limbo legal: aguarda en una cárcel de Al Ghaydah, al este del país, a que se presente algún cargo contra él o a que pueda hablar con un abogado. Ha vuelto a ver a su familia y una investigadora de Amnistía Internacional, Anne Fitzgerald, incluso pudo entrevistarle en la cárcel, el pasado septiembre, durante más de cuatro horas. Su relato, difundido hace unos días, es la descripción más detallada hasta ahora sobre la misteriosa red de justicia paralela en la llamada guerra contra el terrorismo.
Lo arrestaron a finales de 2003 y su familia no supo nada de él hasta mayo de 2005
"Es un caso verdaderamente increíble; han pasado meses y meses y no se le acusa de nada; hace muchísimo tiempo -más de un año- que ni siquiera le interrogan y está clarísimo que nada tiene que ver con el terrorismo", afirma, en conversación telefónica desde Londres, Anne Fitzgerald, que también ha podido entrevistarse cara a cara con otros dos yemeníes con historias parecidas e idéntica incertidumbre. Nunca han podido hablar entre ellos, pero sus descripciones y experiencias coinciden, según Fitzgerald, como gotas de agua: el agujero negro empieza a tener contornos.
La pesadilla de Al Asad empezó el 26 de diciembre de 2003 en Tanzania, donde este pequeño empresario vivía con su familia desde hacía 25 años. Agentes de inmigración le arrestaron y su familia no supo nada más de él hasta el 5 de mayo de 2005, cuando EE UU lo entregó a las autoridades de Yemen. Dieciséis meses desaparecido, aún no sabe dónde, pero en varios lugares: algunos fríos, otros calurosos; separados en ocasiones por más de 10 horas en avión.
Según el relato que ha hecho a Amnistía, el primer vuelo fue relativamente corto: unas tres horas en un avión aparentemente pequeño. La mecánica fue siempre la misma: atado y con los ojos vendados, sus preguntas nunca fueron respondidas. Tampoco en su segundo vuelo, dos semanas después, más largo; ni en el tercero, al cabo de cuatro meses: seis horas de vuelo y posterior traslado en helicóptero. Tampoco en el último, que un año después le llevó a su país natal probablemente junto a otros presos.
Las hilachas recogidas son tan finas que a Al Asad apenas le sirven para esbozar suposiciones: todo el entramado de vuelos y celdas secretas está pensado para que sea imposible saber dónde estuvo. Las celdas, siempre pequeñas (1,5 por 2 metros) e individuales, sin ventanas y vacías. Muchos guardias iban cubiertos con capuchas negras y en algunos lugares se dirigían a él por signos para que su acento no les delatara. Durante 16 meses casi sólo pudo hablar con interrogadores blancos y con acento estadounidense. En un año, ni siquiera con ellos: enseguida se olvidaron de él.
Aun así, Al Asad se agarra a pequeños detalles para reconstruir su ruta. Un guardia que le habló en árabe con acento somalí o etíope y un pan típico le sirven para deducir que primero estuvo en el este de África. Después de un largo viaje, la temperatura cambió: de repente, pasó del calor al frío. Y poco más: en la celda desnuda siempre había luz artificial; al principio salía tres veces al día para ir al baño; luego le trasladaron a un lugar con recipiente para las heces y salía una vez a la semana para ducharse. Al final, en los últimos cuatro meses, tenía derecho a hacer ejercicio fuera de la celda: media hora, tres veces a la semana, le dejaban juguetear con un balón de fútbol. Eso sí, siempre solo.
Al Asad no denuncia torturas, salvo en los primeros días. La exquisita educación de sus captores le acompañó casi siempre en su viaje al infierno. Tuvo siempre a mano un ejemplar del Corán. Y al final incluso tenía acceso a una importante biblioteca -le entregaron un listado con 600 libros en distintas lenguas, incluidas tres que conoce: árabe, inglés y suajili- y videoteca. Pidió ver un vídeo sobre la vida de Mahoma llamado The Message. A los pocos días se lo llevaron.
Aunque bien tratado, Al Asad sigue en la cárcel. "Tiene una gran pena en la mirada, todavía no entiende nada", explica Fitzgerald. Pero al menos ya ha podido conocer a su quinto hijo, Sabra (la paciente, en árabe), nacida mientras él vagaba solo, sin rumbo conocido y muy a su pesar por una ruta insondable que oficialmente no existe.
Una oficina, la clave
En opinión de Anne Fitzgerald, la investigadora de Amnistía Internacional que entrevistó a Al Asad, el trato exquisito del que ha sido objeto este último en prisión no hace menos abominable su "desaparición" durante 16 meses y refuerza su impresión de que es inocente: lo detuvieron, le interrogaron y casi se olvidaron de él durante más de un año. La biblioteca y videoteca que disfrutó sugieren que se trata de centros penitenciarios muy planificados y consolidados. Tras atar cabos, la investigadora y el detenido coinciden en que la retención se explicaría porque a finales de los años noventa Al Asad había alquilado, en tanto que empresario, una oficina a Al Haramain Islamic Foundation, una supuesta ONG musulmana que años después, tras el 11-S, Estados Unidos colocó en su lista negra de sospechosa de financiar el terrorismo.
Pero se trata sólo de suposiciones porque no existe aún ninguna acusación, ni formal ni informal, y Yemen parece no saber qué hacer con él. Ninguna autoridad requerida telefónicamente por este periódico -la Embajada, el Ministerio de Información, el de Derechos Humanos, el de Interior- se ha querido pronunciar. "Nos han dicho que esperan que Estados Unidos presente los cargos", explica Fitzgerald, que está convencida, tras tratar con varios funcionarios yemeníes, de que su deseo es dejarle libre cuanto antes sin crearse problemas con la Administración de Bush.
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