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COLUMNISTAS
Columna
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Esste país tan primitivo

Asisto estupefacta a este baile de resquemores provincianos, a este melodrama cateto y minúsculo en que se está convirtiendo la vida nacional con tanto estatuto y tanta reivindicación patria por todas partes, y me pregunto qué neurona tenemos mal conectada los españoles, en qué ha fallado fundamentalmente nuestra cultura y nuestra historia para que arrastremos este espíritu intolerante y cerril. Porque se diría que siempre hemos sido así: una sociedad enemiga de sí misma, dividida en mil grupos mal avenidos y dispuestos a sacarse los hígados los unos a los otros. El estupendo y clarividente Gerald Brenan, en su conocido libro El laberinto español, publicado en 1943, hablaba ya del individualismo feroz de los españoles, y decía que nuestra sociedad estaba atomizada en grupos tribales y que éramos incapaces de concebir la realidad de la nación como algo común y colectivo.

Hay otro libro aún más fascinante que ofrece terribles testimonios de nuestra incivilidad y nuestra incapacidad para convivir: Castilla y León según la visión de los viajeros extranjeros, siglos XV-XIX. Es una obra institucional, publicada en el año 2000 por la Junta de Castilla y León y formidablemente prologada y elaborada por Agustín García Simón. Un libro maravilloso que ganó un premio nacional de edición. Pues bien, leer este grueso volumen es un placer para la mente y un martirio para el corazón. Porque las opiniones de los viajeros extranjeros a lo largo de los siglos coinciden siempre en lo mismo: no sabemos vivir en paz unos con otros. El historiador Guicciardini, que vino a España en 1512 como embajador de Florencia en la corte del rey Fernando, escribió: "Los hombres de esta nación (…) van siempre armados; en los tiempos pasados solían ejercitarse no sólo en las guerras extranjeras, sino aún más en sus discordias intestinas; siempre se encontraban formando partidas y trabando contiendas (…). Admira que una nación tan grande y que cuenta tantos soldados haya siempre perdido en sus contiendas con otras en tantas épocas diversas por carecer de hombres que la hayan sabido dirigir (…). Quizá sea la causa de ello su discordia natural y el no ser el reino de uno solo, sino el haber estado dividido entre muchos y varios señores, y en muchos reinos, cuyos nombres todavía subsisten: Aragón, Valencia, Castilla, Murcia, Toledo, León, Córdoba, Sevilla, Portugal, Granada, Gibraltar".

El francés Bartolomé Joly, que viajó a España entre 1603 y 1604, apuntaba: "Entre ellos, los españoles se devoran, prefiriendo cada uno su provincia a la de su compañero, y haciendo por deseo extremado de singularidad muchas más diferencias de naciones que nosotros en Francia, picándose por ese asunto los unos a los otros y reprochándose el aragonés, el valenciano, catalán, vizcaíno, gallego, portugués, los vicios y desgracias de sus provincias; es su conversación ordinaria. Y si aparece un castellano entre ellos, vedles ya de acuerdo para lanzarse todos juntos sobre él, como dogos cuando ven al lobo". Resulta triste, en fin, que esta añeja canción nos siga sonando tan contemporánea.

Hay muchos más testimonios por el estilo (el novelista Gautier publicó en 1845: "Para un habitante de Castilla la Nueva, lo que ocurre en Castilla la Vieja le es tan indiferente como si ocurre en la Luna"), pero voy a terminar con un texto devastador del inglés Richard Ford (1796-1858), uno de nuestros visitantes más lúcidos y famosos: "La Patria, que significa España entera, es un motivo de declamación, de hermosas frases (…), pero su patriotismo es de parroquia, y la propia persona es el centro de gravedad de todo español (…). Cada español piensa que su pueblo o su provincia es lo mejor de España, y él, el ciudadano más digno de atención. Desde tiempos muy remotos, a todos los observadores les ha sorprendido este localismo, considerándolo como uno de los rasgos característicos de la raza ibera, que nunca quiso uniones, que jamás, como dice Estrabón, puso juntas sus escuelas, ni consintió en sacrificar su interés particular en aras del bien general; por el contrario, en momentos de necesidad siempre ha propendido a separarse en juntas diversas, cada una de las cuales sólo piensa en sus propias miras, totalmente indiferente al daño ocasionado, que debería ser la causa de todos". Son palabras tan agudas y tan certeras que verdaderamente dan ganas de llorar. ¿Y es de este papanatismo patriochiquero de lo que se sienten algunos tan orgullosos? Qué país tan primitivo e insoportable.

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