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Columna
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El valor de la diferencia

Han pasado los años en que las bodegas se han centrado en mejorar sus vinos y darlos a conocer en el mercado interno. ¿Qué es lo que toca ahora? Pues ponerse a viajar y llevarlos al exterior. No hay que ser un gran gurú para verlo. Basta con mirar los números: de los 50 millones de hectolitros que producimos, el mercado interior sólo consume 35 y, lo que es peor, cada día baja más.

Decía Angelo Gaja, bodeguero italiano de reconocido prestigio internacional, que dormía fuera de casa 150 días al año. ¿Cuántos de nuestros bodegueros pasan tantos días al año fuera de casa? Si estamos esperando a la puerta de casa a los compradores, poco futuro tienen nuestros vinos. No queda otro camino que hacer las maletas y viajar por el mundo. Más si cabe con una gama de productos como la nuestra. La diversidad de terrenos y uvas hace imposible tener un solo vino como abanderado y, para colmo, la unión de las bodegas y estamentos oficiales a la hora de definir estrategias para el mercado exterior brilla por su ausencia. De todo esto bien sabe un selecto grupo de elaboradores: Álvaro Palacios en el Priorato, Peter Sissek en Ribera de Duero, Juan Carlos Lacalle y Miguel Ángel de Gregorio en Rioja. Pese a la calidad de sus vinos, todos ellos tienen muchas millas recorridas para darlos a conocer. Mientras, los demás países productores viajan unidos defendiendo "vinos del País". Chile y Australia son claros ejemplos. A su favor cuenta que no tienen unas denominaciones de origen con normas férreas a la hora de cultivar y elaborar. Si el rendimiento medio del viñedo aquí se sitúa en 6.000 kilos/Ha., en Argentina sube a 12.000 kilos/Ha, y a 14.000 en Australia y EE UU. Esta ventaja en el campo se dobla a la hora de elaborar vinos de crianza. Mientras nosotros seguimos en una posición inmovilistas de criar los vinos en barricas, el nuevo mundo lleva tiempo añadiendo chips de roble a la hora de fermentar. Su argumento de por qué tener el vino inmovilizado durante tanto tiempo, si podemos ahorrar costes aportando taninos de la madera a la hora de fermentar, les vuelve a dar ventaja en costes de producción.

Frente a estas ventajas de los productores del nuevo mundo, lo que aportamos nosotros es el concepto de terroir, único e irrepetible. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que nos copien estos conceptos? ¿O alguien duda que en estos países no hay pequeñas parcelas que obedecen al patrón de terroir de la vieja Europa?

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