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CUMBRE EUROMEDITERRÁNEA
Columna
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El exterior del interior

Andrés Ortega

Pese a no haber alcanzado los resultados ambiciosos que se propuso 10 años atrás, el proceso de asociación euromediterránea de Barcelona se había quedado pequeño. Hay problemas que se han agravado y otros nuevos: la inmigración y el terrorismo no eran entonces centrales; ahora lo son. Los sucesos de las vallas de Ceuta y Melilla han puesto de relieve, en otras cosas, que Marruecos ya no es sólo parte del problema, sino también de la solución, y que la verdadera frontera de Europa no está ya a las puertas de la UE, sino en sus vecinos inmediatos, sin ignorar que una parte de los flujos ilegales vienen de estos últimos en la contigüidad más desigual del mundo. En cuanto al nuevo terrorismo, no conoce fronteras. No es internacional sino transnacional. Y por ello la zona de Seguridad (no de Libertad, como en la UE) y Justicia que se pretende abarque todo el Mediterráneo debe ser construida con solidez. Claro que antes debe haber un acuerdo real al menos sobre los conceptos, y los países árabes deben mostrar más interés que el insólitamente reflejado en su bajo nivel de participación en esta cumbre.

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La cumbre de Barcelona rebaja su ambición

De Barcelona ha de salir hoy un nuevo compromiso para crear una zona de libre cambio entre Europa y el resto del Mediterráneo, en el horizonte de 2010; es decir, mañana. Pero si ni siquiera se ha podido impulsar el comercio entre los países de la ribera sur. Entre Marruecos y Argelia, cuya frontera común sigue cerrada por razones políticas, no representa más del 5% de su actividad económica exterior. Ése ha sido quizás el mayor fracaso del Proceso de Barcelona, que si éxito ha de tener en su nueva etapa debe evitar volver a alentar, no intencionadamente, sólo una relación bilateral entre estos países y la UE, para fomentar una mayor integración entre ellos, sin la cual no habrá ni prosperidad, ni seguridad.

El momento es distinto, con un nuevo interés de EE UU en la zona a través de su plan del Gran Oriente Medio. Los proyectos pueden llegar a ser complementarios. Sin embargo, los objetivos inmediatos son distintos. Europa quiere impulsar los derechos humanos y la democracia, pero no forzarlos. EE UU estaba pensando dinamizar la modernización y democratización de los países árabes y algo más allá. El faro iba a ser Irak. Ya no. Los propios países de la zona, como quedó claro en una reciente reunión en Bahrein, ven en el caso de Irak justamente el ejemplo del peligro que se corre al tratar de imponer la democracia desde fuera.

En Egipto, el país árabe más poblado y primer receptor de ayuda americana de la zona, tras Israel, un pequeño resquicio en unas elecciones controladas está beneficiando a los Hermanos Musulmanes. También entre los palestinos avanza Hamás. Desde Jordania a Mauritania, y salvo en Argelia, donde ha sido suprimida por las armas, la alternativa integrista musulmana, diferente de la de hace cinco lustros, crece. En esto Irak también marca una pauta, que habría de confirmarse en las elecciones del 15 de diciembre: un nuevo régimen islamista, al menos en grandes partes del país. En todo caso, el inmovilismo no es una alternativa pues acabaría reventando. Justamente por todo ello, el Proceso de Barcelona, ahora renovado, puede ser un marco en el que articular y controlar estas tendencias.

En toda esta ecuación del continente líquido que es el Mediterráneo ha cambiado otra variable con la apertura de negociaciones de la UE para la adhesión -llegue o no- de Turquía. El concepto de vecindad cambia por el Este. Y países como Marruecos no quieren verse en el mismo saco para los europeos que Irak o Líbano. Tampoco le conviene ni a la UE en general ni a España en concreto. Por eso la idea de integrar a Marruecos (y otros países) en todo lo que sea posible de las políticas de la Unión, salvo en las instituciones, no es descabellada. Pues hoy este Mediterráneo de Barcelona es el exterior de nuestro interior; no ya el interior del exterior, donde Foucault decía que se encerraba a los insensatos; en este caso, a los desesperados.aortega@elpais.es

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