_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Marisa, entre dos fiestas

Almudena Grandes

Primero fue el maldito Halloween. "Jalogüín", lo llama Marisa para sí misma, como si esa seudofiesta bárbara y trivial pudiera resentirse de su desprecio fonético. "Era lo que nos faltaba ya en este país, el dichoso Jalogüín". Y no es que ella haya apreciado nunca el día de los difuntos, y menos que nunca cuando era pequeña y vivía en su pueblo, un villorrio perdido en los mapas de la provincia de Soria donde el invierno duraba once meses y a primeros de noviembre los pingüinos salían ya de paseo con gabardina. No le gustaba ir al cementerio, ensuciarse los zapatos de los domingos con la pasta de barro y de hierbajos que ablandaba los caminos, ni el perfume mustio de los crisantemos. Pero, por lo menos, piensa ahora, a nosotros nos enseñaban a respetar la muerte, a temerla, y así aprendíamos a amar la vida, a valorarla, a disfrutar de ella, y no como estos memos, que no saben apreciar el valor de ninguna cosa, ni de lo que tienen, ni de lo que perderán.

-¡Truco o trato!

-¡Vete a hacer gárgaras, imbécil! -le dijo a la primera túnica negra con calabaza en la cabeza que entró en su mercería el último día de octubre, a media tarde-. No te digo lo que hay…

Por el tamaño debía de tener ya 13 o 14 años, una edad más que suficiente para entretenerse con otras cosas; pero lo que hay es precisamente eso, se dijo a sí misma, eso es lo que estamos haciendo entre todos: adultos adolescentes, adolescentes aniñados y niños bebés. No es que seamos cada vez más jóvenes, es que somos cada vez más tontos, más inconscientes, menos responsables. Por eso, aquella tarde negra y naranja del maldito Jalogüín, Marisa se puso triste y llegó a echar de menos la ronda macabra de las flores y las tumbas de su infancia. Por lo menos nos enseñaban a respetar la muerte, se repitió entonces, y eso era una manera de aprender a amar la vida.

Pero Jalogüín fue un jolgorio comparado con lo de hoy. Y eso que se veía venir, que ella lo estaba viendo venir desde el mismísimo primer día de este mes que era tan solemne y se ha vuelto tan estúpido. ¿Turrones?, se preguntó, al encontrarse con una muralla de tabletas envueltas en papel dorado en la entrada de una de esas tiendas que no cierran nunca. Bueno, será que les sobraron del año pasado, se respondió a sí misma, para tranquilizarse. Una semana y media después, más o menos, fue de compras al centro y se encontró con que, además de las de reglamento, definitivamente incontables, había un par de docenas de vallas amarillas más de la cuenta, porque los operarios municipales estaban colgando en la calle de Alcalá las dichosas palabritas luminosas del año pasado, alternativa intelectual y posmoderna de los angelotes y las estrellitas de toda la vida. Paz, libros, libertad, arte, sombra, cobijo, calor, amigos, todo escrito con sus bombillitas y su ambigüedad de Navidad vergonzante, de voluntad pálida pero no laica, apenas poco navideña. No es que eso le parezca mal, es que le parece de una trivialidad lamentable; pero no le habría afectado tanto si hubiera contemplado esa escena en su momento, es decir, un mes o incluso un mes y medio después.

Hoy apenas se ha cumplido la mitad de ese plazo, y Marisa se siente acosada, cercada, rodeada por un enemigo insaciable; villancicos van, villancicos vienen. Cuando era pequeña, en su pueblo, sus abuelas le enseñaron que nunca había que cantar villancicos antes de la Purísima, que adelantarse traía mala suerte. Pero en este mundo sólo sobreviven las supersticiones rentables, las tradiciones que dan dinero, se dice. Por eso, la Navidad se ha vuelto eterna, larga y espesa como una maldición anglosajona.

Y en éstas, la puerta de la mercería se abre para dejar pasar a un grupo de preadolescentes de 13 o 14 años, como el soplagaitas de la túnica y la calabaza, que pretenden venderle a ella -¡a ella!- adornos navideños para el escaparate a beneficio de algún presunto viaje de estudios.

-No -les responde con una trabajosa, trabajada sonrisa-. Lo siento, pero no os voy a comprar nada. No sé si este año adornaré la tienda; pero, de todos modos, antes del 15 de diciembre no lo hago nunca, así que si queréis volver entonces…

-¿Tan tarde? -una chica rubia y muy alta, con cara de pánfila, se le queda mirando como si nunca hubiera escuchado una tontería semejante.

-Pues sí -Marisa contesta con serenidad, sin embargo-. Noviembre es un mes triste, y a mí me gusta estar triste en noviembre. Tengo derecho, ¿no?

La chica vuelve a mirarla, menea la cabeza, se encoge de hombros, y Marisa lo repite para sí misma: "Tengo derecho a estar triste en noviembre".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_