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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crecimiento previsible

La UE crecerá más los dos próximos años gracias a la inversión, según la Comisión Europea, que ha confirmado que 2005 volverá a estar marcado por la debilidad. Los aumentos del PIB serán del 2,1% y del 2,4% en 2006 y 2007, respectivamente, frente al 1,5% que se registrará este año, que en la eurozona será del 1,3%. Para España, Bruselas anticipa tasas superiores -3,2% y 3%-, y de 3,4% en 2005. La continuidad de un entorno internacional propicio y la existencia de condiciones financieras igualmente cómplices de la recuperación, son las principales hipótesis para que se verifiquen las previsiones.

Los precios del crudo y del dinero serán los principales condicionantes de ese horizonte. Si el primero parece mantenerse en niveles inferiores a los máximos que hemos visto en este año, con el segundo no sucederá igual. El presidente del Banco Central Europeo (BCE) ha sorprendido anunciando lo que va a hacer y cuándo lo va a hacer. Más preocupante que la sorpresa del método de comunicación es que esté dispuesto a elevar los tipos de interés antes de verificar que se asienta la recuperación. Hasta hace poco, algunos ministros de Economía de la eurozona reclamaban con razón descensos adicionales para no abortar la apenas visible recuperación. El BCE debería ser prudente y controlar sus nervios tras 27 meses de inactividad: la inflación en la eurozona, su principal guía, no es inquietante. Las familias de las principales economías siguen inhibiendo su consumo, particularmente en Alemania. Y sin éste no hay recuperación.

En el caso de España, el mayor impulso de la demanda familiar es una de las causas de que la inflación sea más alta que en la eurozona. La composición del crecimiento explica también ese pertinaz desequilibrio y ese otro no menos revelador de las insuficiencias de nuestra economía: el déficit comercial. Su expansión no es precisamente el resultado de la importación de bienes destinados a modernizar nuestra base de capital, sino la consecuencia de una excesiva especialización en sectores poco intensivos en conocimiento. El Gobierno haría bien en fijar en el primer nivel de sus prioridades las reformas de la agenda de Lisboa y en concretar esos compromisos anunciados la pasada semana de predicar con el ejemplo modernizando tecnológicamente las Administraciones públicas. Si los agentes económicos observan que esos son los objetivos, la confianza acabará asentándose. De lo contrario, el horizonte puede ser peor.

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