En la Miguel Hernández no imparten clases en valenciano
Han transcurrido ocho desde su creación, y la Universidad Miguel Hernández, con campus en Altea, Elche, Sant Joan (ciudades con población valencianohablante) y Orihuela, no oferta ningún crédito en valenciano. Sin embargo, según el informe de Maties Segura, un 6,6% de los alumnos cuando se matricula en esta universidad pública solicita clases en valenciano. "La oferta genera una demanda, y es evidente que si no hay clases en valenciano la gente no las pide", explica el autor del informe. Sin embargo, el vicerrector de Extensión Universitaria de la Miguel Hernández, Fernando Borrás, resta importancia a este dato objetivo, e insiste en analizar la situación lingüística de la zona. "El entorno es muy hostil y debemos cambiar de estrategia", comenta el vicerrector, que apuesta por políticas de sensibilización y formación del valenciano. Así por ejemplo, cita que desde hace unas semanas han puesto en marcha la campaña Cal dir, en la que los profesores reciben correos electrónicos en los que explican que no es cenicero y se debe decir cendrer, y destaca la oferta de cursos de valenciano de todos los niveles para la Junta Qualificadora.
"Queremos que tengan cariño al valenciano, y no imponer", explica Borrás, que recuerda que cuando se han realizado cursos de nivelación para los profesores en un grupo de 25 se registraron 23 protestas formales. "Estamos realizando nuestra labor, poco a poco, sin radicalismos", apunta Borras, que destaca la reciente creación de una Oficina de Promoció Lingüística que dirige Josep Pérez i Tomas, profesor de arte urbano en Bellas Artes de Altea, profesor de valenciano en un instituto, y ex concejal socialista en Alcoi, donde durante años asumió la política lingüística en el Ayuntamiento.
Para avanzar en el proceso de normalización lingüística es fundamental la implicación del profesorado. El único estudio sobre las razones de los docentes para no impartir clases en valenciano se hizo en 1998 en la Jaume I de Castellón. En aquella ocasión un 14% de los docentes argumentaba que siempre impartió las clases en castellano, otro 14% consideraba que "no compensa el esfuerzo"; luego había un 9% de "me falta seguridad"; un 10% lamentaba la falta de material didáctico; un 9% no sabía hablarlo; otro 9% no sabía escribir en valenciano, y un 8% reconocía abiertamente que consideraba que era "mejor que no haya clases en valenciano". Otros de los argumentos que planteaban, en menor medida, era la falta de vocabulario, el temor a la escasa respuesta de los alumnos o el rechazo que tendría entre los universitarios.
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