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Columna
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Dios se lo pague

Concha Caballero, en nombre del partido IU y en la sesión de control parlamentario del jueves, le achacó al Gobierno andaluz que no gaste en Igualdad y Bienestar Social, en ayudas a quienes tienen poco, o nada. Manuel Chaves respondió con un truco práctico, muy usado en las discusiones: amplió el asunto para hablar de otra cosa como si siguiera hablando de lo mismo. No desmintió a Caballero: habló del dinero destinado a Educación y Sanidad, que es cuantioso, pero no afecta a la Consejería de Igualdad y Bienestar Social, de la que trataba la diputada de IU.

Sería perfecto el ardid de Chaves si no introdujera una confusión bastante inoportuna. Creo que, por el bien de la educación y la sanidad, nunca deberíamos confundir estos servicios con otros servicios públicos del Estado como son las ayudas sociales. Todo es política social, y España es un Estado social y democrático, o eso dice la Constitución, pero lo normal no es lo mismo que lo excepcional. Ni la educación ni la sanidad son un capítulo de la beneficencia pública. Las universidades y las chabolas no son exactamente un mismo problema. Y supongo que la asistencia a los que viven a la intemperie exige distintos cálculos que la gestión de un hospital.

El Estado presta servicios a sus ciudadanos con el dinero que los ciudadanos tributan corresponsablemente. El Estado no es una descomunal institución caritativa, alma del auxilio social, para pobres, como querían los viejos clichés sobre miserias de la escuela gratuita y el médico del seguro, frente al esplendor del colegio de pago y el médico de pago. No hay nada extraordinario en ir a clase o al ambulatorio, pero, todavía, consideramos excepcional el no tener ingresos ni techo. Cuando veo que altos responsables políticos confunden la educación o la sanidad para todos con la necesaria asistencia pública a unos pocos, lo interpreto como un aviso de que los pocos serán cada vez más.

Rogelio López Cuenca me habla del artista polaco Krzysztof Wodiczko, que percibió en Nueva York lo fácil que es pasar de lo normal a lo excepcional, a la pobreza peligrosa y extrema, y realizó un Proyecto de Vehículo para Gente sin Casa, una especie de carro de supermercado convertible en habitáculo con baño, cama, cocina, radio y portaequipajes. Pienso en estas cosas cuando, en una discusión sobre ayudas sociales especiales, aparecen la salud y la enseñanza. Es como si, puesto que los ricos se refugian en sus propias redes clínicas y educativas, todo el que utiliza los servicios públicos se beneficiara del auxilio social.

Las comunidades autónomas, que no recaudan impuestos significativos, cultivan la imagen de ser fuente de beneficencia. Esto devalúa a la ciudadanía y al Estado, comunidad autónoma incluida, y favorece a los partidarios de que la caridad sustituya al Estado y a su sistema fiscal. Las ayudas sociales son un servicio público, pero no todos los servicios públicos son ayudas sociales. Confundirlo todo tiene sus ventajas políticas, pues, si los responsables de la Junta fueran santos agentes de la caridad, ¿quién podría exigirles nada?

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