"Tienes que conocer muy bien lo que quieres destruir"
Juan Goytisolo (Barcelona, 1931) presentó ayer en su ciudad natal el primer volumen de sus Obras completas (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que reúne cuatro de sus primeras novelas -Juegos de manos (1954), Duelo en el Paraíso (1955), Fiestas (1958) y La resaca (1959)- y un ensayo -Problemas de la novela (1959)-. Por la mañana se reunió con la prensa. "Me gustaría escribir sobre una situación paradójica", comentó entonces. "Mientras una gran cantidad de subsaharianos recorren miles de kilómetros para llegar hasta las alambradas de Ceuta y Melilla para jugarse la vida al sortearlas y llegar al sueño europeo, en Francia quienes habitan ese sueño desencadenan una violencia ciega contra lo que les rodea".
"El régimen que padecíamos venía de una tradición nacionalcatólica ante la que reaccioné radicalmente"
"Comprendí que la matanza de 120.000 bosnios en el corazón de Europa iba a pasar factura"
Pregunta. Ahora que recupera su obra, ¿cuál ha sido su desafío fundamental como autor?
Respuesta. Lo que encuentro en estas primeras novelas es que mi conocimiento del idioma no era el mismo que luego tuve al escribir Señas de identidad o Reivindicación del Conde Don Julián. Tienes que conocer muy bien aquello que quieres destruir. Le pasó a Cervantes, que se empapó a fondo con los géneros de su época para luego poder parodiarlos. Después, sobre las ruinas, construyó algo nuevo. Lo que me he propuesto es aportar a la tradición literaria de la que vengo algo que no existía.
P. ¿Cómo valora ahora sus primeras novelas?
R. Veo que están llenas de un espíritu crítico y subversivo, muy atento a las cuestiones sociales. Mostraban que en el páramo del franquismo había también voces disidentes. Pero eso es una ventaja y un inconveniente. Fui catalogado como escritor antifranquista y allí donde tuve mucho éxito, como en Italia, luego no entendieron obras como Don Julián, y no las tradujeron. Ponerse de moda significa tener que pasar luego de moda.
P. En su ensayo escribe sobre otros autores que publicaban entonces. ¿Tuvo alguna relación con ellos?
R. Sí, Sánchez Ferlosio y Carmen Martín Gaite venían por Barcelona y nos veíamos. También traté a Ignacio Aldecoa. A Jesús Fernández Santos lo conocí menos. La irrupción de Ferlosio con Alfanhuí fue deslumbrante. Manuel Sacristán me decía: "Él ha nacido escritor y tú tienes que aprender a serlo". Ha sido un aprendizaje largo. La España de aquellos años se reducía al fútbol, los toros y la inauguración de pantanos. He dicho alguna vez que para muchos la realidad fue entonces nuestra única evasión.
P. Después de esta época se produjo esa suerte de conmoción que lo llevó a enfrentarse radicalmente con todo y a romper amarras, y que supuso el inicio de algo muy diferente con Señas de identidad. ¿Qué ocurrió?
R. Había creído en la revolución cubana y entonces me di cuenta de que no iba a ninguna parte. Y eso significaba que no habría revolución en España. Vi que el país se estaba transformando, y que era el cambio económico el que iba a arrinconar a la dictadura.
P. ¿Y literariamente?
R. Descubrí que existía una tradición crítica que se nos había ocultado, y me dediqué a desenterrar cadáveres. El terrible régimen que padecíamos no era sólo producto de la casualidad, venía de lejos, de una tradición nacionalcatólica que lo impregnaba todo, y ante la que reaccioné de manera radical. Toda la agresividad de Don Julián surge de la voluntad de acabar con esa España sagrada, la que viene de Menéndez Pelayo, y que adoptaba en esos días uno de sus peores rostros. En 1956 me trasladé a París y en 1965, durante una visita a Tánger, vi que mis libros estaban prohibidos, que la izquierda permanecía indiferente y que España estaba cambiando y seguía, sin embargo, muda. Hay que saber coger el tren en el momento oportuno. Si lo haces antes o poco después te quedas en el andén.
P. También se transformó su vida personal...
R. Si predicaba la libertad, tenía que empezar por ser libre yo mismo. Vivía entonces con Monique Lange y le expliqué la nueva situación.
P. ¿Cómo ha sido su relación con esa tradición a la que ha querido aportar algo nuevo?
R. Me opongo a cualquier tradición canónica, porque deja en los márgenes un montón de cosas. Fui el primero en dar un curso sobre La lozana andaluza, y me acusaron de pornográfico. Pero es que la literatura medieval, y ahí están el Libro del buen amor o La Celestina, está llena de erotismo. Y si se lee el Cancionero de burlas se descubre que también existió la crítica al poder y al sistema de castas, que hubo una manera obscena de burlarse del poder.
P. Emplea maneras muy distintas en su obra narrativa y en la ensayística...
R. Cada ensayo explica lo que voy escribiendo. En esto creo que tengo una gran afinidad con Octavio Paz y su ejemplo. Sus poemas no existirían sin sus ensayos. Don Julián supone un gran ataque al canon. Makbara tiene una estrecha relación con el Libro del buen amor, y Las virtudes del pájaro solitario con la poesía de san Juan de la Cruz. Mis últimas novelas tienen que ver con Cervantes y Carajicomedia con el Cancionero de burlas. En Telón de boca dialogo con una escena de La Celestina, aquélla en la que se reivindica la racionalidad y se defiende un mundo sin Dios. La creación es también diálogo con la tradición de la que formas parte.
P. Ha escrito mucho de sus contemporáneos...
R. En Terra Nostra, de Carlos Fuentes, encontré muchas huellas de nuestros clásicos. Hice también una lectura cervantina de Tres tristes tigres, de Cabrera Infante. Busco las huellas del pasado en el presente. Está la actualidad, pero es diferente de la modernidad. La actualidad se agota en el presente, y no tiene duración. La modernidad es lo que tiene un texto que te permite leerlo como si fuera tu contemporáneo. La modernidad no se agota, circula por todas las épocas y todas las literaturas.
P. Su crítica implacable al mercado, su reivindicación de la heterodoxia, su afán de llamar la atención sobre cuestiones políticas candentes... ¿No cree que sus textos periodísticos pueden terminar por ocultar su obra literaria?
R. He escrito sobre Sarajevo, sobre Argelia, sobre Chechenia, sobre el mundo islámico. En un momento dado comprendí que se estaba produciendo una fractura terrible entre Europa y el mundo musulmán, que la matanza de 120.000 bosnios en el corazón de Europa, ante el silencio cómplice de la Unión Europea, iba a pasar factura. Y no podía callar. Pero muchos de estos trabajos se han prolongado en mis novelas. La experiencia de Sarajevo está en El sitio de los sitios, y la de Chechenia, en Telón de boca, por ejemplo.
P. Se ha hablado en la rueda de prensa de que en los noventa no se leían sus libros en España. ¿Se siente incomprendido?
R. No. No se han leído mis novelas en la universidad, pero creo que tengo lectores que vuelven a releerme. Son los que busco.
P. Defiende que el lugar del escritor, para poder realizar plenamente su obra, es la periferia, y se habla de su escritura como de una escritura nómada. ¿No puede ser la periferia también una limitación, no hace falta a veces visitar el centro?
R. Si se entiende por centro el sistema de poder, de ninguna manera. Lo importante para un escritor es la independencia -política, personal, de cualquier empresa-, y eso no tiene precio.
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