Los ácaros del polvo
Una noticia ha cimbrado, en los últimos días, la zona más íntima de los hogares en Barcelona, y en cualquier ciudad del mundo donde la gente duerma con la cabeza puesta sobre una almohada, pues ahora resulta que esos objetos esponjosos y aparentemente inocuos están llenos de Aspergillus fumigatus, un hongo que se cría solo, a la buena de Dios, en los ácaros del polvo. Vaya nombre tan misterioso el de los ácaros del polvo, podría ser el de una banda de música cutre o el de una coalición de rivales de las Tortugas Ninja; pero por desgracia no es ni lo uno ni lo otro, es ni más ni menos que el polvillo que se va juntando en mi almohada, y me temo que en la de ustedes también, y que va sirviendo de caldo de cultivo para el horrible Aspergillus y para una eventual aspergilosis del carajo que nos produzca, por el solo hecho de dormir y soltar polvillos en nuestra propia almohada, ataques de asma, sinusitis y algunas otras complicaciones respiratorias.
Dentro de nuestras almohadas, sean sintéticas o de plumas, hay criaturas que crecen, defecan y se multiplican
Esto es una cosa seria que ha descubierto un equipo de investigadores de la Universidad de Manchester, financiado por el también muy serio Fungal Research Trust, una fundación inglesa que se dedica a la investigación de los hongos. Pero, volviendo a lo del polvillo, no sobra aclarar, para que esto de los ácaros y del Aspergillus cobre su horrible y verdadera dimensión, que se trata de un material compuesto en parte de mis desechos, y me temo que también de los de ustedes, que se van soltando mientras uno duerme: células muertas, piel difunta, pellejos resecos, inservibles y nauseabundos; de todo esto va formándose el dichoso polvillo que sirve de alimento a los ácaros, esos bichos que viven en el interior de nuestras almohadas y cuyas heces, o cacas, sirven de abono y alimento a los hongos Aspergillus fumigatus y a otros con los que también dormimos, que son los mismos que producen el moho del pan y los que aparecen a causa de las humedades de los baños. De manera que lo que han venido a decirnos estos investigadores de la Universidad de Manchester, es que dentro de nuestras almohadas, sean sintéticas o de plumas, hay un ecosistema de criaturas que crecen, defecan y se multiplican. Luego por eso se levanta uno oliendo a moho, o luciendo unas inconvenientes humedades en las zonas vergonzosas del pijama, y encima ignorando que el epicentro de estos males está debajo de nuestra cabeza.
No es mi intención amargarles el sueño, pero estos infelices de Manchester aseguran que en almohadas que se han usado en el amplio rango que va de un año y medio a 20, hay entre 4 y 16 especies diferentes de hongos, y también que dentro de cada almohada hay normalmente un millón de esporas, así que, si me permiten el gracejo, puede uno intercambiar su almohada para dormir con la espora de su mejor amigo. Pero, gracejos aparte, este asunto es muy serio, pues una persona pasa un tercio de su vida dormida, es decir, con la cabeza puesta en ese hervidero de bichos que, mientras uno sueña, muy contentos se obsequian con grandes comilonas de heces de ácaro y de pellejos difuntos e inservibles de uno mismo. Lo verdaderamente estremecedor es que no se trata ni de una invasión espontánea, ni de una plaga que cae del cielo, sino de lo que uno mismo produce, de esa fértil suciedad que llevamos todo el tiempo encima. Piensen en todo esto cuando se pongan cariñosos con su pareja y les dé por olerle la cabeza, piensen en la espantosa comunidad de bichos que esa cabecita amada ha generado, piensen en el Aspergillus fumigatus y en los banquetes de caca que esa cabellera lavada con inútiles champús de hierbas produce, multiplica y solapa.
Por culpa de ese equipo de sádicos de la Universidad de Manchester viene uno a caer en la cuenta de que en realidad, en rigor, está casado con su esposa y sus esporas, aunque creo que aquí ya banalicé un poco este tema tan serio, el de nuestros ácaros y sus cochambres, y no se me ocurre más remedio que desterrar las almohadas de mi cama, dormir sobre un brazo y espantarme cada dos por tres el polvillo que se vaya acumulando, y además proponer una campaña que diga: "¿Tienes ácaros?: sácalos", y a partir del indudable gancho que esta línea tiene, podría instrumentarse una campaña con dos objetivos muy claros: sacar a los ácaros de nuestra vida y darle un poco de juego a ese mastodonte en que quedó convertido el Fórum de las Culturas, del que ahora, sin carpas, ni jaimas, ni conferencias de intelectuales autosostenibles, lo que ha quedado es un llano de hormigón permanentemente cruzado por vaharadas tibias con olor a entrañas de Barcelona; pues ahí, en algún lugar de aquel llano, tendría cada uno que depositar su almohada para que vaya formándose una montaña enorme de miles y miles de almohadas, que serán también millones y millones de familias de ácaros creciendo y reproduciéndose a su aire, y mirando de qué manera, ya que estarán lejos de nuestras cabezas, le dan un sentido a su vida, si se embarcan en una balsa a conquistar Roma o si, aprovechando ese nombre tan sonoro que ostentan, se agrupan en un ejército que haga frente a los temibles bichos de la gripe aviar.
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