La implosión sindical
En el mundo sindical la renuncia a la participación, la desafección / rechazo a la acción colectiva ha alcanzado su cenit. La financiarización de la actividad económica y la consecuente disminución del empleo en la economía productiva; la intensificación de la competencia y la deslocalización empresarial y la reducción del sector público, soporte fundamental de la sindicación, son los factores económicos principales de esta degradación. Sin olvidar el desarrollo tecnológico con cambios tan fundamentales como la digitalización y las telecomunicaciones y su extraordinaria capacidad sustitutoria del trabajo humano. Cuando la mano de obra era esencial para la creación de riqueza y en el proceso productivo el trabajador era uno de sus componentes más determinantes, no cabía olvidar el mundo laboral. Marx describió el indisociable matrimonio entre capital y trabajo e hizo de las fuerzas organizadas de este último el gran vector de la transformación social. Por otra parte, los procesos de globalización y el aumento de la movilidad del capital que de ellos se ha derivado han generado una gran inestabilidad en el mercado global de la mano de obra y las empresas han buscado las localizaciones de salarios más bajos, produciendo una imparable espiral descendiente. Todo lo cual ha producido un impresionante declive de los niveles de sindicación, como puede seguirse en los informes anuales de la OIT. Ya en 1995, de los 1.400 millones de trabajadores censados apenas 164 estaban sindicados, lo que representa un poco menos de la mitad de los que lo estaban en 1985, diez años antes. La tendencia se ha confirmado desde entonces: el nivel de sindicación ha disminuido el 77% en Israel; 55,19% en Nueva Zelanda; 42,6% en Argentina; 37,7% en Francia; 29,6% en Australia; 27,7% en Reino Unido; 21,5% en EE UU, etcétera. Particularmente sensible ha sido la reducción en Estonia, 71%; en la República Checa, 50%; en Polonia, 45%; en Eslovaquia, 40%, y en Hungría, 38%. Incluso en países de tan fuerte tradición sindicalista como Finlandia se ha perdido el 10%; en Suecia el 8% y en Italia el 7%.
A finales del siglo XIX la internacionalización del comercio y de la industria lleva a la aparición de un sindicalismo obrero de base internacional simultáneamente con la formación de los partidos socialistas. La vocación internacional del movimiento obrero no se limita al mundo del trabajo, como muestra el libro de Rémi Skoutelski -L'espoir guidait leurs pas- que subraya la solidaridad con los trabajadores españoles de los 9.000 brigadistas franceses que se alinearon contra Franco. Hoy por el contrario, la mundialización ha llevado a que las normas de la OMC tengan valor obligatorio frente al carácter puramente incitativo de las de la OIT, en un momento en el que las fuerzas del trabajo parecen alejarse de la opción metanacional. Lo que se manifiesta en la indiferencia, cuando no rechazo, de las clases populares por la construcción europea, que han puesto tan de relieve su comportamiento electoral en los recientes referendos de Francia y Holanda, en los que los obreros se han pronunciado masivamente en contra.
En esta situación, la Confederación Europea de Sindicatos (CES), que agrupa a 73 sindicatos de 34 países con más de 60 millones de afiliados, representa uno de los principales instrumentos de que disponemos. Pero su condición de sindicato de representación y de negociación mucho más que de movilización y combate no le permite resistir a la presión de los lobbies y de las grandes empresas. Esto es lo que explica que no haya logrado incluir el tema de las remuneraciones en la agenda comunitaria y que no se le deje participar en las decisiones relativas a las políticas macroeconómicas y monetarias. Para recuperar el protagonismo la CES debería reclutar nuevos miembros, sobre todo en el sector de la economía informal; ofrecer servicios para la búsqueda de empleo, para la formación de técnicas de comunicación, etcétera; promover la acción internacional, y buscar alianzas con el sector terciario y las ONG ciudadanas. En cualquier caso, sin sindicatos europeos no puede existir una Europa cabal.
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