Romaní catalán
VICENTE MOLINA FOIX
No sólo de Estatut vive el hombre. En esta semana del jardín con senderos que se bifurcan y enredan constitucionalmente, los catalanes han traído a Madrid mucho más que una propuesta de nación y de financiación; en el palacio de la Carrera de San Jerónimo, todos los políticos llegados de Barcelona para la ocasión trajeron, en lugar de la pomposa corona de laurel, la pacífica rama de romero, que en catalán se dice "romaní". Más que con corbata, dio gusto ver a Carod-Rovira con piel de cordero; el papel de lobo, tantas veces adoptado por el líder de Esquerra Republicana, este pasado miércoles lo encarnó Rajoy, rodeado de un enjambre de alimañas sectarias y chillonas en su escaño, si bien todos perfumados y vestidos en Loewe.
Pero hay otra Cataluña que no está en ésta de la política enrevesada. Y si usted, lector, piensa -como es mi caso- seguir comprando productos catalanes en las próximas fiestas navideñas, incumpliendo los mandamientos radiofónicos de la Santa Madre Iglesia, tengo, también yo, una propuesta que hacerles. A doscientos metros de las Cortes, que anteayer echaban todo el día humo y sólo a la dos de la madrugada la fumata blanca, muy cerca pues de donde nuestros electos nos representan con mejor o peor labia, está Blanquerna, un formidable indicio de que los catalanes, aunque sean muy suyos, se pirran por gustar en Madrid. Ocupando los locales de una oficina que Renfe abrió aparatosamente para poco después cerrar (y yo, que la utilicé muchas veces, echaré en falta), la Generalitat catalana ha inaugurado allí, en la privilegiada esquina de Alcalá con Marqués de Cubas, un espacio de dos enormes plantas donde se celebran sus actos culturales y exposiciones de arte y se ofrece al público madrileño una librería con miles de libros catalanes en las dos lenguas cooficiales. Blanquerna puede acercar los mundos, no siempre convergentes, de Madrid y Barcelona, mucho más eficaz y puntualmente que el puente aéreo, que también podemos y debemos llamar pont aeri.
Supongo que en Blanquerna venderán la última novela de un escritor catalán en catalán por el que siento gran debilidad, Lluís Maria Todó (escrito sin acento en la i el María original). Isaac i els dubtes, que es el título del libro, se publicó hace dos años en Cataluña bajo el sello de Edicions de La Magrana (aunque dos novelas anteriores de Todó, El juego del mentiroso y Placeres ficticios, las tradujo Anagrama), y ahora aquellos que no lean ni siquiera en la intimidad el idioma de Llull y Carner podrán adquirir, a sabiendas de que consumen un producto catalán, Isaac y las dudas, recién publicada por Odisea Editorial (se presenta el viernes 11 en el FNAC de Callao).
Las novelas de Todó, que es un francófilo y un excelente traductor del francés, tienen la ligereza alada de las películas de Rohmer y no menos carga de profundidad. Se leen con placer y se dejan con pena al acabar. En este caso, cultivando, aparentemente, el género del relato juvenil, Todó esboza un rondó veloz y picante sobre la sexualidad adolescente, con un tratamiento de la homosexualidad lleno de autenticidad y carente de cualquier remordimiento. El lago de los signos se llama el ballet que en su trama cobra importancia, y todos los signos, aparte de algún hermoso cisne púber, cruzan sus páginas, en las que la docencia se mezcla con la potencia.
Todó no es en Madrid (eufemismo que para muchos catalanes equivale al resto de la España que rodea a Catalunya) lo que se llama un "nombre familiar". Es otra de las incongruencias que nos separan de la cultura catalana. Estamos cerca y dispuestos a vivir juntos, pero parece que el cupo de catalanes de éxito es reducido; aplaudimos a Flotats y Boadella, pero ¿quién conoce a los poetas Maria-Mercè Marçal o Narcís Comadira? Este último es de los mejores que hay en la península, y sólo uno de sus libros ha sido traducido al castellano (En cuarentena, Visor, 1993). El día del debate del Estatut, Rodríguez Zapatero, queriendo acabar su discurso con una nota positiva, dijo que "el pesimismo que evocó en tiempos oscuros Gil de Biedma ha quedado para siempre atrás". Esperemos que la realidad le de la razón, y el final de este embrollo constitucional sea feliz, sin la tristeza que el gran poeta barcelonés veía como una constante de la historia de España, que siempre "termina mal". Mientras llega el desenlace, leamos, en catalán o en castellano, a nuestros compañeros de viaje.
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