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LA REFORMA DEL ESTATUTO CATALÁN
Columna
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Discursos disociados

Soledad Gallego-Díaz

El formato del debate de ayer provocó una curiosa y poco frecuente disociación entre los discursos del presidente del Gobierno y del jefe de la oposición. José Luis Rodríguez Zapatero pareció mucho más interesado por el mensaje que iba a transmitir a los representantes del Parlamento de Cataluña que por presentar batalla a su principal oponente, Mariano Rajoy, mientras que éste centró todo su discurso en una crítica directa no sólo del Estatuto sino del propio presidente del Gobierno.

Frente a algunas demandas procedentes de sus propias filas, que hubieran preferido un discurso más tajante y un mayor enfrentamiento con el PP, Zapatero pareció renunciar desde el primer momento a "cargar" el debate con contenidos emotivos y optó por un discurso frío y "normalizador", destinado, probablemente, a rebajar la tensión y a tranquilizar a sus socios. El presidente del Gobierno sólo dejó traslucir alguna emoción cuando atribuyó al Estado de las autonomías el gran avance económico, político y social experimentado por España y cuando auguró que más dosis de autonomía seguirán produciendo el mismo efecto benéfico.

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Zapatero se movió con gran cuidado en los temas más polémicos del proyecto de Estatuto, en respuesta tal vez al exquisito esmero que habían puesto previamente los tres representantes del Parlamento de Cataluña (es posible que los tres portavoces catalanes, Artur Mas, Manuela de Madre e incluso Josep Lluís Carod Rovira, pronunciaran ayer más veces el nombre de España que todos los otros oradores juntos). El presidente del Gobierno dejó marcadas las líneas que defenderá su partido (respeto a la identidad nacional; imposibilidad de modificar leyes orgánicas a través del Estatuto, control de la excesiva bilateralidad y vigencia del "tronco común" del sistema fiscal español), pero simultáneamente prometió que todo ello se hará sin desnaturalizar el espíritu de lo acordado en Cataluña.

Los más beneficiados del tono sosegado que tuvo esta primera parte del debate fueron Artur Mas y Manuela de Madre porque pudieron combinar la tranquilidad con un mensaje dirigido a sus propios seguidores. Mas, porque cultivó el tono de hombre de Estado, un nacionalista moderado que ofrece seguridad a los catalanes y a los españoles, y De Madre porque apeló a las raíces del socialismo catalán con la inmigración como garantía solidaria. Como era de esperar el discurso más difícil fue el de Carod Rovira, obligado a ser demasiado moderado como para satisfacer a sus seguidores sin por ello tranquilizar a sus detractores.

La segunda parte estuvo, por el contrario, marcada por el discurso de Mariano Rajoy, acogido con verdadero alborozo por su propio grupo parlamentario. El líder del PP pronunció un discurso muy trabajado y duro en el que se presentó como el defensor de la Constitución e, incluso, como el garante de la igualdad. "Tiene gracia que sea yo, aquí, quien recuerde que no estamos hablando de esencias ni de unidades sagradas, sino de una expresa voluntad democrática, la que supone la Constitución de 1978". Rajoy dejó clara cuál será su línea de oposición: requerir la "demolición" del borrador de Estatuto en la Comisión Constitucional.

Las muchas horas que iban a transcurrir entre la intervención de Rajoy y la segunda respuesta del presidente del Gobierno hicieron que el inmediato protagonismo de la réplica recayera en el portavoz de CiU, el democratacristiano Josep Antoni Duran Lleida, con un discurso profundamente irritado con la política desarrollada por el Partido Popular. Duran fue quien arremetió contra "la agitación y propaganda de falsedades que pretende erosionar al presidente y a su Gobierno" y quien emplazó al PP a dejar de calentar exageradamente el ambiente. Incluso, extendió sus acusaciones a la Iglesia y a su emisora de radio, y como católico, les recordó que su "obligación es deshacerse de mercenarios y nutrirse de buenos pastores".

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