Boda gay
Habíamos sido colegas en el instituto y, antes, compañeras de carreras por las calles de la transición. Juntas nos habíamos manifestado a favor de los etarras condenados a muerte. Y estábamos juntas en el Boulevard cuando, por primera vez ella gritó "¡Libertad!" contra ETA. Y eso era el comienzo. Un día la llamaron de la Policía. Era para enseñarle una foto suya encontrada entre los objetivos incautados a un comando terrorista.
Unos años más tarde tomó la decisión de marcharse del País Vasco. En la despedida que le dedicamos, alguien levantó la copa: "Por tanto coraje cívico". Entonces nos obsequió con una sonrisa pícara y, un poco después, concluyó escuetamente: "Os aseguro que necesitaba ya cambiar de aires".
Al de unos meses recibí un mensaje suyo: "Estoy tuteándome con la felicidad". Tomé el primer autobús hacia Madrid y me la encontré viviendo con una joven ex alumna. Ayer he asistido a su boda. Tras cinco años de vida en común, la mayor ilusión de ambas es ahora adoptar una niña.
En la fiesta que siguió a la boda me quedé un rato contemplándolas de lejos, mientras bailaban y reían con sus invitados. Recordaba aquella despedida en que a duras penas podíamos contener las lágrimas, sin llegar a entender que no exteriorizase su condición de víctima. Y caí en la cuenta de que mi amiga no sólo era una víctima. También me di cuenta de que esta celebración de hoy no era sólo una boda gay.
Volvieron a mi mente hilos que tenía olvidados, fragmentos dichos o escuchados a medias, o ni siquiera dichos y sólo apenas intuidos. Especialmente se empeñaba en abrirse paso una frase que ella me había contado hacía mucho en que su madre le aconsejaba acerca de cómo debía comportarse con su futuro marido: "Jamás, ni siquiera en el dormitorio, has de estar desmaquillada". Estas palabras se llenaban ahora de sentido.
¿De quién había escapado? No sólo de quienes querían matarla. ¿Había pues escapado de su madre? Rechacé de inmediato un pensamiento políticamente tan incorrecto. Desde luego que había escapado de ETA, pero ¿sólo de ETA? En cualquier caso, parece cierto que en Madrid se había librado no sólo de ETA. Y si se había librado de su madre, tampoco solamente de su madre.
También había encontrado la libertad con respecto a la discriminación sexual de que era víctima. Víctima y también verdugo, porque ¿qué juez puede ser más duro con uno que uno mismo? En ese momento pensé: ¡Qué inteligencia! ¡Qué truco genial de la naturaleza humana! Cuando crees que huyes escapando de la muerte, estás yendo en realidad al encuentro de otra vida, de la libertad de equivocarte. Hasta de equivocarte en compañía e incluso hasta de llegar a acertar.
Ahora mi amiga ha aprendido a andar desmaquillada "...al viento del mundo" como cantaba Raimon.
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