Convulsiones en la abundancia
Los huracanes Katrina y Rita en la costa del Golfo de México, en EE UU, los terremotos de Pakistán y Cachemira o el huracán Stan en Centroamérica representan sin duda grandes sacudidas para la economía global. Pero dentro de 10 años, los recuerdos de las calamidades se irán empañando. Parte de la devastada Nueva Orleans será reconstruida. Algunos huérfanos vivirán para dar a luz a niños sin recuerdos de los abuelos a los que nunca conocieron. No obstante, es un error creer que la historia está predestinada a acabar en el mismo lugar al que estaba abocada antes de que el azar desencadenara el huracán, el terremoto y los atentados terroristas.
En Estados Unidos, la cruzada del presidente Bush hacia la derecha probablemente se vea ralentizada por el gran gasto federal que requerirán la limpieza y la reconstrucción después del Katrina. En todos los electorados democráticos se produce una lucha interna entre el beneficio propio de los votantes y sus motivaciones humanas normales de altruismo limitado. Durante la Gran Depresión de 1929 a 1935 o la lucha de la II Guerra Mundial contra las agresiones germano-japonesas, floreció el altruismo y aumentó la popularidad de los programas izquierdistas de bienestar de Roosevelt, Truman y Kennedy. Por el contrario, tras el final de la guerra fría, líderes globalmente libertarios del estilo de Thatcher y Reagan llegaron al poder.
La cruzada de Bush hacia la derecha probablemente se vea ralentizada por el gasto federal que requerirá la reconstrucción después del Katrina
Esta clase de razonamiento histórico me indica que las recientes y graves crisis mundiales irán en detrimento de la popularidad de los programas de conservadurismo compasivo propuestos por Bush. Un ejemplo que viene al caso es su cruzada para desmantelar parcialmente la Seguridad Social permitiendo a los ricos abandonarla para pasarse a cuentas de capital privado. Antes del Katrina, la propuesta carecía de popularidad. Después del Katrina, sus perspectivas parecen todavía menos halagüeñas. De forma similar, mediten sobre cómo el descontrolado gasto presupuestario en Irak y la contención del terrorismo ya se ve obligado a competir con la esperanza de Bush de ampliar las subvenciones fiscales para gente adinerada como mis vecinos de las afueras. Ahora sumen a esa lucha presupuestaria una nueva necesidad imperante de inversión federal a gran escala después del Katrina.
Tengo mis dudas de que en la temporada 2005-2006 de acelerados déficit fiscales en Estados Unidos se produzca una ralentización suficiente de la locomotora estadounidense como para desencadenar una recesión mundial. Es más probable que el sustituto de Alan Greenspan en febrero de 2006 herede más un legado de temores sobre la estanflación que sobre un repunte del desempleo.
¿Qué sorpresas podrían invalidar mi complacencia? Los inquietos precios de las acciones de Wall Street, acompañados de un sonoro estallido de la burbuja inmobiliaria, podrían desviar a la Fed de su programa previsto de una secuencia continua, moderada y calculada de aumentos en los tipos de interés. Eso, y muchos más truenos a la izquierda, podrían hacer cambiar de opinión a los expertos.
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